24 sept 2013

Gracias 1

Esta historia, es algo que por fin he decidido sacar de mi baúl de los recuerdos, es parte de mi, en ella está mi alma puesta.
Irá lenta, será cocinada con calma, porque esta historia se merece pausa.

20 de Marzo, es mi cumpleaños, mi 30 cumpleaños. Debería ser un gran día y sin embargo no lo está siendo, la razón ni yo misma logro saber cuál es, ¿nunca habéis tenido una extraña sensación recorriendo vuestro cuerpo? pues eso es exactamente lo que hoy me pasa a mí. Supongo que a lo largo del día descubriré qué sucede, y de todas formas ya tuve mi fiesta de cumpleaños hace un par de días.

Estaréis pensando y esto a mí que me importa, y tenéis toda la razón, no sé porque lo he contado, supongo que la razón es simple, no sabía cómo empezar mi historia.


Lo normal es que un niño nazca en el hospital, bueno pues yo no debía de saberlo porque si no, no habría nacido en un autobús de militares, sí de soldaditos, pertenecían al ejército del aire. ¿Os imagináis la cara que debieron poner cuando mi madre dio a luz allí dentro? No dio tiempo a que llegasen a un hospital. Me hubiera gustado ver sus caras de alucine, ¿a vosotros no?
Ya sé lo que estaréis pensado ¿qué narices hacia mi madre en ese autobús y por qué no fue a un hospital? Eso también me lo he preguntado yo bastantes veces, supongo que se pondría de parto y saldría a la calle a buscar ayuda o un taxi y lo que paró fue el autobús y entonces decidí que ya estaba bien y que ya era hora de ver el mundo.
Mi madre aquella mañana se encontraba sola en casa, mi padre había desaparecido unos tres meses antes de que yo viniera al mundo, así que ella no tenía a nadie que la llevase al hospital.
Bueno ese fue el comienzo de mi vida, un poco diferente al de vosotros y me encantaría poder seguir contándoos alguna otra historia no sólo mía sino también de la gente que ha estado conmigo toda la vida.
Bueno realmente no sé muy bien por dónde empezar esta historia, no sé si por mí, por mis padres, por contar sentimientos o por contar momentos, así que de momento iré escribiendo lo que me valla saliendo.

El 1 de febrero de 1995 a las dos horas y treinta minutos mi vida cambió, en aquel momento no fui consciente de cuánto pero poco tiempo después descubrí que ya nada volvería a ser igual.

Aquella noche mi madre entró en mi habitación a decirme que a mi padre le pasaba algo, se había caído de la cama y no podía levantarse del suelo, tampoco podía hablar, fui a la habitación y lo vi allí tendido en el suelo y pensé que aquello era grave, llamé a una ambulancia y ya nada fue igual.

Mi padre había sufrido un ictus cerebral, más conocido por trombosis, fue muy grave, los médicos no nos dieron muchas esperanzas pero ellos no conocían el coraje y la fuerza de voluntad que tenía mi “nano”, estuvo 21 días ingresado en el hospital.

Durante esos días ni mi madre ni yo nos separamos de él, sufríamos por verle así, postrado en una cama sin poder hablar, ni moverse y sin tener muy claro si él nos entendía cuando le contábamos cosas. A los pocos días sus médicos decidieron que debía empezar la rehabilitación para intentar revertir las secuelas que le iban a quedar o al menos minimizarlas. Ni a mi madre ni a mí se nos permitía estar presentes durante las sesiones y lo agradezco porque un día otro paciente nos contó que a mi padre le colgaban con un arnés de la pared para que estuviese recto, si lo llego a presenciar me hubiese puesto hecha una furia y ahora sé que era por su bien.

Poco a poco le fueron haciendo más ejercicios, de flexibilidad, de tonificación, resistencia y por fin un día le pusieron de pie, pero él no era capad de sujetarse, a partir de entonces esa fue su lucha ser capaz de estar de pie, porque ese era el primer paso para volver a andar.

Había otro problema que teníamos que afrontar y era su incapacidad para hablar, su neurólogo nos dijo que era muy improbable que volviese a hablar alguna vez porque los días iban pasando y mi padre no articulaba ninguna palabra.

Un día estaba con él en la habitación y de repente dijo “madre mía” yo le mire y le dije que por favor lo repitiese y él volvió a decir “madre mía” yo no sabía si reír o llorar así que le besé, ese día dijo unas cuantas cosas más, vale no era capaz de hacer frases pero si le preguntabas algo respondía o lo intentaba, era casi lo mejor que nos había pasado en casi 10 días.

Surgió un problema: mi padre hablaba sólo con mi madre y conmigo, bueno también con la familia pero no con su médico, así que su neurólogo continuaba diciendo que no podía hablar y comenzamos a discutir, así que le tuve que decir a mi padre que por favor contestase a las preguntas de su médico porque si no él  iba a seguir creyendo que no podía hablar, ¿os lo podéis creer? no quería hablar con el médico y nunca supe la razón, pero al final conseguí que dijese cosas a su médico y así pudimos pasar a otro problema.

Mi padre se había hecho diabético, necesitaba pincharse insulina dos veces al día, antes de desayunar y antes de cenar, así que mi madre y yo debimos aprender a ponerle la insulina. También debía tener cuidado con las comidas y debía hacer cinco al día, los dulces se habían terminado para él y le gustaban.

Seguía bajando todas las mañanas a rehabilitación y la verdad el pobre no avanzaba mucho pero se esforzaba un montón, él quería ponerse bien pronto y volver a ser el de antes, quería volver a andar, mover el brazo, poder hablar bien, quería dejar a tras su hemiplejía.

Ya habían pasado unos dieciocho días y un día su médico nos dijo que le iban a dar el alta que ya se podía ir a casa, mi madre y yo alucinamos ¿cómo le iban a mandar a casa si no podía siquiera estar de pie?, no podía hacer nada, el médico nos dijo que ya estaba estable y que lo que le quedaba era la rehabilitación pero que se podía ir.
Mi madre y yo nos preguntábamos ¿cómo nos lo íbamos a llevar a casa así?, y tomamos una decisión que fue dura pero vista con la perspectiva del tiempo fue acertada, ingresar a mi padre en una residencia.
Veintiún días después de que mi padre sufriese el ictus le daban el alta, él estaba nervioso y nosotras tristes porque no le habíamos dicho que no iba a casa sino a una residencia. La ambulancia que le trasladaba pasó al lado de casa y cuando vio que seguía puso una cara de gran sorpresa, nos miraba como diciendo ¿dónde voy, no voy a casa? Esa noche le explicamos que todavía no podía volver a casa, para mí fue una noche triste y alegre, alegre porque mi padre estaba fuera del hospital y triste al no poder tenerlo en casa.

Comenzaba otra etapa, ésta más larga que la estancia en el hospital, la lucha de mi padre por mantenerse de pie, por dar pasos aunque pequeños, en definitiva su lucha por volver a casa, por recuperar su vida, la pregunta era ¿cuánto le costaría?

Volvió a casa el 21 de abril de ese mismo año, en medio la lucha diaria de la rehabilitación, la frustración de no avanzar, las noches de soledad, la duda de si lo conseguiría o se quedaría para siempre en esa residencia.

Comenzaron las sesiones de mañana y tarde de rehabilitación, por la mañana venía una ambulancia para llevarle al hospital y por la tarde en la residencia, mi padre trabajaba como un poseso, en el hospital alucinaban con lo que luchaba, con la musculatura que tenía pese al ictus y a su edad, con sus ganas de superarse, ellos no sabían de la fuerza de mi padre pero la descubrieron. Él había luchado toda su vida y esto solo era otra etapa.


El 8 de septiembre de 1922 en un pequeño pueblo de España nació Gabriel, mi padre, el mejor padre que podía haber tenido. 


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