28 sept 2013

Nuevos Tiempos 4

Aquellos últimos tres meses y medio habían sido una locura para Richard y Gaby. Ambos tuvieron que lograr los visados de entrada en India, comprar los billetes de avión. Pese a que no era necesario vacunarse Gaby aconsejó al escritor que se pusiera la vacuna del tétanos, tifus, hepatitis y que comenzase la profilaxis de la malaria.
En el caso del escritor tuvo convencer a las mujeres de su vida de que aquello iba en serio. U segundo obstáculo fue tener que firmar un nuevo contrato con la editorial asegurando la entrega de un libro en el plazo improrrogable de un año.
Pero todo había merecido la pena.
Llegaron a la India justo cuando comenzaba la época fría del año, lo cual siendo un país monzónico implicaba que las temperaturas bajaban de los 30º. Hacía tan solo unas semanas que había terminado aquella época del año. Sabían que aquel año habían sido especialmente virulentos dejando una gran devastación a su paso. Por lo cual el trabajo que les esperaba al llegar a su destino final iba a ser mayor del esperado.
Habían tomado un avión en Madrid a las 8:25 de la mañana, hicieron escala en Frankfurt y desde aquella ciudad volaron a Bengaluru. En total el viaje hasta la India duró 13 horas y 15 minutos. Tomaron tierra a la 1:10 de la madrugada hora local.
Pese a la temperatura, Richard siguiendo los consejos de Gaby llevaba ropa de lino pero con manga larga para evitar en la medida de lo posible las picaduras de los mosquitos.
Y aun les faltaban otras cinco horas en tren para llegar a su destino final Anantapur.
Richard se alegró de que se pudiera llegar directamente desde el aeropuerto hasta la estación del ferrocarril gracias a un tren que unía ambos enclaves.


Una vez en la estación de Bengaluru City tuvieron que esperar una hora y media la salida de su tren. En el rostro de ambos se notaba el cansancio acumulado.
-Estoy agotado, creo que cuando logre caer sobre un colchón no podré levantarme en días – decía Richard mientras se sentaba en el suelo-. Y decías que estamos en la época fría de año, ¿no? Pues el calor es asfixiante.
-Yo también estoy cansada. En serio Richard, es la época fría, si llegamos a venir unos meses más tarde estaríamos rondando los 50º, así nos iremos aclimatando. No me mires así, parece que hace más calor por el grado de humedad que hay. Pero de verdad no pasamos de los 28º.
Gaby también se dejo caer sobre el suelo, ya que no había un solo asiento libre.
-¿Te apetece agua? Creo haber visto una máquina justo en la entrada.
-Te lo agradezco, la verdad es que deberíamos empezar a hidratarnos ya o caeremos enfermos en poco tiempo. Richard, ¿necesitas monedas o tienes?
El escritor mostró su mano repleta de monedas y se alejó en dirección a la máquina expendedora.
Cuando regresó Gaby observó que volvía cargado a parte de con dos botellas de agua grandes con unas cuantas bolsas de chucherías.
-Antes de que digas nada, tengo hambre – trató de defenderse el escritor.
-Ya, ¿pero no crees que sería mejor comprar en la cafetería algo de comida de verdad en lugar de comer esas guarradas?
La mente del escritor le jugó una mala pasada y le transportó a otro tiempo y otro lugar. Le llevó directamente a la puerta de un cine en NY.
-Castle, ¿no crees que ya has comprado suficientes porquerías? – decía Beckett mientras señalaba con su mano todas las bolsas que el escritor llevaba.
-No, sólo llevo, patatas fritas, palomitas, gominolas. Me falta el chocolate –decía él al mismo tiempo que simulaba hacer pucheros.
-Richard ¿me estás escuchando? – la voz de Gaby le devolvió a la realidad.
-Perdona, podría decirte que sí pero estaría mintiendo.
-Lo sé, creo que estabas a miles de kilómetros de aquí. No pasa nada, tranquilo, te decía que deberíamos levantarnos y acercarnos al andén o si no luego será imposible acceder al tren.
Antes de dirigirse al andén hicieron una parada en la cafetería de la estación, Gaby había insistido en comprar comida de verdad como ella la llamaba.
Compraron unas cuantas Samosas, para ir comiéndolas durante el viaje.
-Me puedes explicar que se supone que vamos a comer –decía el escritor mirando el paquete.
-A ver, son Samosas. Son una especie de empanadillas rellenas de puré de patata, carne o verduras. Nosotros hemos comprado de las tres clases. Te prometo que te van a gustar.
Por fin la espera llegó a su fin, su tren fue anunciado, y como bien había dicho Gaby de no ser porque estaban ya en el andén habrían tenido muy difícil el poder subirse.
-Anantapur está al sur en la región de Andhara Pradesh –relataba la doctora.
-Ya y con el sunami del 2004 quedaron sin hogar 34.000 personas y fallecieron 100.
-Vaya, veo que has hecho tus deberes. Bueno ¿qué tal si comemos algo y después intentamos dormir un rato? Habrá que amortizar el viaje que vamos a tener gracias a que compraste cabina con literas.
Ciertamente cuando Richard se había enterado de cuanto duraba el viaje en tren no paró hasta convencer a la doctora de la necesidad de ir en primer y en cabina de literas. Sobre todo teniendo en cuenta que iban a viajar de madrugada.
Ambos se despertaron con el sonido de la alarma que Richard había programado para media hora antes de llegar a su destino.
Por fin a las 8:30 horas de la mañana llegaron a su destino, Anantapur.
-Richard, en marcha –decía la doctora cuando el tren aún no se había terminado de detener.
A la salida de aquella estación ferroviaria Richard se encontró con una ciudad no tan caótica como él había llegado a imaginarse. En las calles circundantes a la estación se encontraban sucursales de los mayores bancos indios, así como centros de negocios.
-No te dejes engañar por la visión que te ofrece esta parte de la ciudad –decía Gaby viendo el desconcierto que las vistas estaban creando en su acompañante- en nada verás la otra realidad de la India.
Alejándose algo de aquella zona se abrió ante sus ojos el Parque Ganesh, popularmente conocido como “Cheruvukatta”, con sus templos a orillas del Ananthsagar en la parte vieja de la ciudad. También la torre del reloj de Anantapur, la cual se encuentra en el corazón de la ciudad y recuerda los días de la independencia.
Y caminando un poco más ante sus ojos apareció una ciudad fea y sucia, las calles sin asfaltar llenas de basura tirada, animales sueltos, puestos de fruta situados en mitad de la porquería. Y gente, gente por todos los lados, mujeres cargadas de garrafas vacías, niños corriendo descalzos, hombres sentados vendiendo de todo. Motos, motos que van y vienen, cables tejiendo telas de arañas. Puestos de tintes, de hilos, de comida.
Sonrisa, aquellas sonrisas que hacían que olvidases que se dibujaban en rostros que deberían estar serios. Pero que te regalaban lo único que poseían, su sonrisa.
Ahora se sí se podía decir que habían llegado a su destino. Cientos de chabolas se extendían ante sus ojos, creando ante ellos un mar de latón.
Una de las cosas que más sorprendieron al escritor mientras caminaban atravesando el mar de chabolas, era la petición tan simple que hacían sus habitantes. Tan solo pedían un apretón de manos. El escritor ponía cara de no entender la razón de aquella simple petición.
-Richard, recuerdo que todas estas personas pertenecen a la casta de los “intocables” por lo cual los únicos que aceptaremos sus manos somos los extranjeros- el escritor asentía entendiendo entonces todo.
Los cientos de niños que se acercaban hasta ellos no se conformaban con un simple apretón de manos, ellos abrazaban al escritor y la doctora y les hacían multitud de preguntas. De la nada surgió una mujer que les ofreció algo de fruta y les indicó mediante señas que entrasen a descansar en su vivienda.
-Debemos entrar Richard, sino se sentirá tremendamente triste. Son sumamente hospitalarios, probablemente la fruta que nos está ofreciendo sea la mitad de su comida.
Al entrar Richard pudo observar que en aquella vivienda no existían los muebles, duermen todos en el suelo, los habitantes comían con las manos, no existía aseo ni agua corriente. Y se podía ver la ropa mezclada con los aperos de labranza. Pero aquellas personas no dejaban de sonreír, eran felices.
Y en medio de aquella pobreza surgió el oasis de la Fundación Vicente Ferrer.
La FVF es un espacio cerrado pero muy amplio, impresionantemente limpio, lleno de verde y arbolado por todas partes y edificios bajos que albergan las oficinas de los directores del proyecto y las viviendas tanto para ellos como para voluntarios y visitantes. Todas las viviendas son iguales, bajas, blancas con techos y puertas pintadas de azul. Allí el lujo no existe porque el lujo es que la fundación se encuentre allí. Nada más cruzar las puertas del complejo, notaron la paz que allí se respiraba.
-Por fin habéis llegado –un hombre de mediana edad y pelo cano se dirigía hacia ellos con una sonrisa dibujada en el rostro-. Ya estaba empezando a preocuparme por vosotros. Námaste Gaby, Námaste Richard – decía el hombre al mismo tiempo que juntaba sus manos a la altura de su boca.
-Námaste Henry – contestaba la doctora.
-Námaste –respondía el escritor imitando el gesto de aquel.
-Bienvenidos a la FVF. Si os parece bien acompañarme a la oficina y rellenaremos el parte de llegada y os diré que vivienda os ha sido asignada, así podréis ir a asearos y descansar un poco. Ya mañana nos pondremos a trabajar. Hoy sólo disfrutar de vuestra llegada. Soy Henry, responsable del acogimiento de los voluntarios, Gaby ya me conoce – tendía su mano hacia Richard, el cual la estrechaba y asentía con la cabeza.
-¿Vivienda? ¿Eso significa que vamos a compartir casa? –preguntó Richard a su acompañante, bajando el tono de voz.
-Pues parece que sí. Espero que no suponga un problema para ti, y que no ronques –respondía divertida Gaby.
 -La verdad es que esto está muy tranquilo.
-¿Qué te esperabas Rick?, con tu permiso te llamaré con el diminutivo.
-Claro, sin problema. No se me esperaba ruido, niños corriendo, no sé – respondía encogiendo sus hombros.
-Ya, tiempo Rick. Habéis llegado en horario de escuela, ya verás cómo esta paz que ahora hay desaparece en cuanto terminen las clases. Bueno, pues por lo que dice el libro de asignación de viviendas os corresponde la número 14. Ir a descansar. Y bienvenidos a la India –sonreía ampliamente.
Tras abrir la puerta de la vivienda número 14, ambos soltaron sus macutos y suspiraron.
-Hogar, dulce hogar –exclamó la doctora- Ven sígueme para que te enseñe la vivienda. Bueno como ves esto es la entrada-salón-comedor, tras aquella cortina se encuentra la pequeña cocina. Ven –tomaba de la mano al escritor- ese es el baño, y tranquilo hay dos habitaciones. ¿Qué te parece si te vas dando una ducha mientras yo deshago mi macuto y luego me ducho yo?
-Perfecto, necesito urgentemente sentir el agua caer por mi cuerpo-contestaba con sinceridad el escritor- y mientras tú te duches yo prepararé algo de fruta.

Aquel día poco hicieron, ambos estaban tremendamente cansados. Tras salir de la ducha los dos habían avisado a sus familias de su llegada a la India. Se habían cambiado de ropa al fin, y habían tomado algo de fruta. No eran más de las siete de la tarde cuando ambos cayeron rendidos sobre sus camas.
En el mismo instante en el que Richard se entregaba a los brazos de Morfeo, el móvil de la agente especial Katherine Beckett sonaba. Miraba la hora en su reloj de muñeca, eran las nueve y media de la mañana. No podía quejarse hasta ese momento la semana había transcurrido con total tranquilidad.
Un nuevo caso necesitaba de su intervención, esta vez el destino era NY.
Tras haber estado seis meses alejada de aquella ciudad por fin regresaba, bien es cierto que no era por propia iniciativa pero aún así era un regreso.
Durante el viaje había agradecido en silencio que el caso no tuviera relación con la comisaría 12th. No se creía preparada para enfrentarse a todos los que durante años habían sido sus compañeros.
-Katherine, al concluir la misión, tendrás una semana de descanso, aprovecha el tiempo – le sorprendió lo dicho por su jefe, hasta la fecha nunca había tenido días libre.
- Gracias, señor. Lo intentaré.
Se iba a encontrar con días libres y la ciudad de NY, quizás había llegado el momento de enfrentar de cara sus miedos.
No podía dejar de pensar en la ironía que el caso al que se enfrentaba suponía. Ella estaba en NY porque alguien había enviado sobres con ricino al Alcalde de la ciudad.
Estudiaba la información proporcionada, el ricino es un arbusto cuyas semillas son muy tóxicas, por la presencia de una albúmina llamada ricina. Basta la ingestión de unas pocas, masticadas o tragadas, para producir un cuadro de intensa gastroenteritis con deshidratación; pueden dañar gravemente el hígado y el riñón e incluso ocasionar la muerte. Es una de las toxinas biológicas más potentes que se conocen.
La pregunta era quién y por qué quería atentar contra el Alcalde de la ciudad.
Ella conocía perfectamente a Robert y sabía el tipo de persona que era. Siempre pensaba en el bien de la ciudad, no se dejaba manejar, aquello ya le había provocado alguna dificultad en el pasado. Sabía que tenía enemigo entre los poderosos lobbys políticos, pero no creía que esa gente fuera capaz de llegar hasta esos extremos.
Los agentes montaron su cuartel dentro de la propia alcaldía. Se estaba intentado por todos los medios que el incidente no llegase a oídos de la prensa. Querían evitar que los ciudadanos se sintieran en peligro.
-Katherine deberías hablar con el alcalde ver si tiene alguna sospecha- el jefe del operativo Phil, comenzó a repartir las tareas-. Thomas, encárgate de interrogar a los miembros del gabinete. Rachel cuida la información que se vaya a dar a la prensa. Nick, ya sabes, tú como siempre correspondencia, mails, llamadas. Es hora de ponerse a trabajar.
La agente Katherine llamó a la puerta del despacho del alcalde esperando el permiso del mismo para entrar.
-Adelante –contestó una voz desde el interior.
- Con su permiso Señor –decía ella tras adentrarse en el despacho.
-Vaya, Kate, qué grata sorpresa. Hace mucho que no nos veníamos –ante el asombro de ella Robert decidió abrazarla- Me informaron que formabas parte del FBI, así que debo suponer que esta visita es porque formas parte del equipo que investiga lo del ricino.
-Así es señor. Tengo algunas preguntas que hacerle.
-Por su puesto. Colaboraré en todo lo que sea necesario. Pero Kate, por favor te voy a pedir algo – Katherine le miraba esperando lo que tendría que decir- por favor llámame Robert como siempre.
Aquella petición por parte del alcalde la dejó un tanto descolocada. Pero aún así decidió aceptar.
-Claro Robert. Y ahora centrémonos en el caso. ¿Has notado algo raro los últimos días?
-Define raro. Por cierto no te he ofrecido café. Voy a pedir que nos lo traigan a los dos. Así estaremos más cómodos.
Tal como lo dijo se lo encargó a su asistente. A los pocos minutos entró dejando la bandeja con los cafés en la mesa del despacho, saliendo inmediatamente.
-Con lo de raro me refiero a si has notado que alguien te siguiera, si has recibido amenazas, llamadas, pintadas. Gracias –decía ella cuando Robert le acercaba su taza de café.
-Bueno, no he notado que mi seguridad haya aumentado en los últimos días, así que debo suponer que las amenazas no debían haber aumentado. En cuanto a lo de las pintadas, y demás te diré que tampoco las he sufrido – Robert se quedaba callado como si terminara de recordar algo.
-¿Qué sucede? –preguntaba ella.
-Tal vez no sea nada. Hasta ahora no le había dado la menor importancia. El otro día mi sobrino encontró un trozo de papel en su mochila. Ponía algo así cómo tu tío favorito es un cabrón y no nos deja jugar. Pero vamos ya te he dicho que no creo que tenga la menor importancia.
-Bueno, eso lo decidiremos nosotros. Supongo que tú eres el tío favorito – él tan solo asentía- ¿a que crees que se referían con lo de que no les dejas jugar?
-Si te coy sincero, no tengo la menor idea. Espero que no tenga nada que ver con el caso. No quiero imaginar que un perturbado pueda hacer daño al niño.
-Tranquilo Robert, lo investigaremos y de tener relación con el caso, protegeremos al niño. De momento no tengo más preguntas. Así que gracias nuevamente por el café. Y ahora voy a comunicar a mi superior lo de la nota. Supongo que nos la podrás entregar –Katherine se ponía en pie para abandonar el despacho.
-Kate – ella al escuchar como el alcalde la llamaba se giraba- ¿estás segura de que no hay nada más que me quieras preguntar?
La agente tan solo negó con la cabeza.
-Tengo que informar de lo que me terminas de decir. Si tengo alguna otra pregunta volveré- salió de aquel despacho sabiendo a que se había referido la última frase que Robert pronunció.
Tras informar a Phil la agente se dirigió al colegio para hablar con el plantel de profesores.
Tras haberse entrevistado con toda la plantilla del profesorado regresó al cuartel general, podría decirse que volvía con las manos vacías ninguno de los profesores había notado nada raro en los últimos días.
-Agentes, será mejor que se vayan a descansar – la voz de Phil resonó en el despacho- Les quiero aquí frescos a primera hora.
Katherine estaba a punto de abandonar la alcaldía cuando la voz de Robert hizo que se detuviera.
-Kate, esta noche hay partida de póker. Me preguntaba si querrías venir y recordar los viejos tiempos.
-Lo siento Robert, pero esta noche me es imposible ya había hecho planes. Saluda al juez de mi parte.
-Está bien, por esta noche pase. Pero organizaré otra antes de que te vayas y entonces no tendrás escapatoria.
Katherine había aprendido, a lo largo de los años, a apreciar a Robert. Aquel hombre era tal cual se mostraba, era verdadero, no había doble fondo en él. Entendía perfectamente porque Richard le consideraba uno de los mejores hombres que conocía.
Se sentía nerviosa, le sudaban las manos, el corazón le latía con fuerza, durante unos segundos por su mente cruzó el alejarse de aquella casa sin tan siquiera tocar la puerta.
Sabía que el reencuentro sería duro, y no estaba segura de estar preparada para todas las preguntas que le pudiera realizar. Finalmente sus miedos fueron apaciguándose y por fin pudo llamar al timbre.
-Oh! Cariño, por fin estás aquí. Te he echado tanto de menos – tomaba entre sus brazos a la agente.
-Yo también a ti. No te imaginas la falta que me has hecho durante todos estos meses.
-Anda pasa, no te quedes en la puerta. Dios, quítate ese moño mujer. Pareces una anciana –Ante aquel comentario Katherine no pudo más que asentir-. ¿Te apetece una copa de vino?
-Claro, me parece perfecto.
-Anda ve a tu habitación mientras yo voy a por las copas y el vino. Y cuando regrese te quiero ver sin esa ropa y sin ese moño. Por dios, no entiendo la necesidad de que vayáis así vestidos.
Katherine se dirigió hasta el que durante los días que estuviera en aquella ciudad sería su dormitorio. Abrió la maleta y sacó unas mallas negras y una camiseta, se dirigió al baño y allí se quitó el maquillaje y se recogió el pelo en una coleta. Sonrió al ver la imagen que le devolvía el espejo. Aquella sí era ella.
-Mucho mejor así –decía su acompañante cuando la vio aparecer en el salón ya cambiada- Anda siéntate, que tenemos mucho de lo que hablar. Por cierto, ¿te apetece comida Thai? Es que no tengo muchas ganas de cocinar.
-Me parece perfecto –tomaba la copa de vino entre sus manos dando un sorbo.
-Y bueno, mientras esperamos la cena, qué tal si me cuentas cómo te va en DC.
-Me va, que ya es algo –bajaba la cabeza sabiendo que no era esa la respuesta que su amiga quería.
-Cariño, lo puedes hacer mejor – decía con una semi sonrisa en su cara.
-¿Qué quieres saber Lanie? – su voz sonó más brusca de lo que ella esperaba.
-No te pongas a la defensiva, conmigo eso no te sirve. Quiero saber qué tal le van las cosas en DC a la que yo consideraba mi mejor amiga. Han pasado ya seis meses desde que te has ido. Amores, amistades, esas cosas.
El timbre del telefonillo salvó de momento a Katherine del tener que responder.
-No creas que te vas a salvar tan fácilmente, quiero respuestas mientras cenamos – Lanie señalaba con su dedo índice a su amiga.
Tal y como había dicho durante la cena Lanie volvió a la carga con su batería de preguntas y a Katherine, conociendo a su amiga como la conocía, no le quedó más remedio que contestar.
-Han sido unos meses duros, no lo voy a negar.  Muchos días he odiado el sonido del despertador, odiaba lo que significaba, tener que ir a trabajar. Llegar a la oficina y ver cada día que vosotros no estabais allí. Esperar una frase que nunca llegaría porque no había nadie que supiera lo que yo iba a decir. Sentir nostalgia de un café. Nostalgia – repetía para ella misma.
-Lo siento, pero sabias que al aceptar el trabajo nos perdías.
-Ya, sé que fue mi decisión y que debo aceptar las consecuencias. Pero hay días que es casi insoportable el dolor que siento por vuestra ausencia.
-Por la nuestra, o por la de él – preguntaba directa Lanie.
-¿Acaso hay diferencia?
-Mucha, muchísima – contestaba la forense clavando su mirada en los ojos de su amiga.
-Ambas – lograba reconocer por fin la agente.
Lanie se dirigía a la cocina para buscar el postre, helado.
-Supuse que la conversación sería más llevadera con una buena dosis de chocolate.
-Gracias.
-Nunca entenderé porque le dejaste. Pasaste cuatro años de tu vida enamorada de él y por fin cuando lográis estar juntos, lo tiras todo por la borda y sales corriendo. Sigo pensando que ha sido la mayor estupidez que has hecho en tu vida.
- Me entraron dudas, me atenazaron. Empecé a creer que no queríamos lo mismo de aquella relación.
-Y claro la mejor opción era salir corriendo.
-Lanie, yo no salí corriendo – trataba de defenderse ante su amiga.
-Ya, ¿y cómo llamarías a lo que hiciste?
Katherine sabía que su amiga estaba en lo cierto, lo que había hecho era huir. Huir del miedo que sentía al pensar que tal vez ella y Richard no esperaban lo mismo de su relación. Miedo al pensar que estaban en momentos diferentes. Y cuando descubrió que todo había sido producto de su imaginación ya fue tarde, porque para entonces el miedo ya era libre y no lo pudo detener.
-Lanie, sé que he destrozado mi vida. Soy consciente de ello, pero no necesito que me lo estés recordando cada vez que hablamos, no necesito que me machaques continuamente, necesito una amiga. Necesito a mi amiga –Katherine estaba al borde del llanto.
-Yo también necesito a mi amiga, y Kevin, Javi, Jenny. Todos necesitamos a nuestra amiga. No eres la única que ha perdido en esta historia.
-Ya, os fallé a todos. Os dejé tirados. Y lo peor es que no os he hecho mucho caso que digamos estos meses. Lo siento Lanie. No puedo cambiar lo que hice, pero me voy a esforzar por recuperaros, para que volvamos a ser la familia que una vez fuimos.
Ambas mujeres se fundieron en un abrazo, donde cada una dejaba parte de su alma.
-Y ahora que ya te he regañado un poco, qué tal si me cuentas como vas de amores.
La agente suspiraba dándose cuenta de que su amiga no iba a dejar de preguntar a cerca de su vida sentimental.
-No voy Lanie.
-Cómo que no vas, hace seis meses que terminaste con Richard – A la agente aún le dolía el escuchar su nombre- ¿me estás queriendo decir que no ha habido nadie en todo este tiempo?
-Bueno hubo un intento. Pero salió fatal – contestaba ella esperando que la forense dejase el tema.
-Cómo que salió fatal. ¿No esperaras que me conforme con eso? Quiero detalles.
Katherine respiró profundamente antes de empezar el relato, aquello iba a ser duro.
 -Al poco tiempo de llegar a DC conocí a uno de los fiscales adjuntos, Scott se llama. Empezamos a hablar un poco cada vez que nos encontrábamos. Cuando llevaba como tres meses allí Scott me propuso acompañarle al cine, y acepté. Me sentía sola, y él se convirtió en un apoyo. Y una cosa nos llevó a la otra.
-Ya, una cosa os llevó a la otra. ¿Qué se supone que quieres decir con eso? – decía la forense mientras se levantaba a preparar café.
Katherine siguió a su amiga hasta la concina, sentándose en uno de los taburetes que había en la misma.
-Pues que comenzamos algo. Empezamos a quedar para ir al cine, a cenar. Pero no ha funcionado.
-¿Por qué?
-No lo sé –Katherine respondía agachando la cabeza y removiendo su café.
-¿En serio no sabes por qué no ha funcionado?
-A ver, es guapo. Alto, moreno, ojos negros, cuerpo atlético. Es inteligente, simpático. Me gusta, pero no ha funcionado. Y en serio Lanie, prefiero que lo dejemos así – aquello era casi un súplica.
-Lo siento, pero no. Quiero que me cuentes porque no ha funcionado lo tuyo con un tío tan buenorro.
-Ok, no ha funcionado porque cada vez que intentábamos irnos a la cama yo no podía. Simplemente no podía acostarme con él.  Me gustaban sus besos, sus caricias, pero cada vez que estas se hacían más profundas yo me tensaba. Y terminaba empujándole. No podía hacerlo – dijo sin hacer pausa para terminar cuanto antes.
-¿Me estás queriendo decir que no has podido acostarte con él? –preguntaba asombrada la forense.
-Eso es exactamente lo que termino de decir.
-Ya, pero ¿cuál es la razón? Porque digo yo que alguna causa tiene que haber.
-Cada vez lo que intentábamos Richard aparecía en mi mente. Su sonrisa, la forma en que él me acariciaba, la forma en la que me hacía el amor. Sus manos recorriendo mi cuerpo, sus labios sobre los míos. Su voz diciendo que me amaba. Y entonces era consciente de que el hombre que me estaba intentando hacer el amor no era él y no podía seguir – rompía a llorar.
-Oh! Dios mío, Katherine aún le amas – tomaba las manos de la agente entre las suyas acariciándolas.
-Nunca he dejado de hacerlo. Le amo Lanie. Hace tiempo que soy totalmente consciente de que cometí el mayor error de mi vida al marcharme de su lado.
 Aquel había sido un día duro para Katherine por fin había pronunciado en voz alta cuáles eran sus sentimientos respecto del escritor, pero aquello no le había proporcionado la paz que tanto ansiaba. Se marchó a dormir sabiendo que no había sido del todo sincera con respecto a lo que había sucedido en DC, había una parte que aun no se sentía preparada para contarla.
En aquel mismo instante en la otra parte del mundo Richard estaba conociendo a los que iban a ser sus nuevos compañeros de trabajo, para él el día hacía dos horas que había comenzado, en Anantapur eran ya las nueve y media de la mañana del día siguiente.
 -Richard ya sólo me queda presentarte a Kenya – continuaba Henry con las presentaciones- Kenya es la máxima responsable del Programa de Educación Especial.
-Mi jefa – sonreía Richard.
-Así es Richard ella es tu jefa – sonreía el responsable de las presentaciones.
-Encantada de que estés aquí Richard – mientras decía esto Kenya tendía su mano- Námaste. Si me das cinco minutos podríamos ir a mi despacho y empezar a ver el trabajo que vas a realizar con nuestros chicos.
-Námaste, estoy deseando comenzar – le contestaba mostrando la mejor de sus sonrisas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario