Irá lenta, será cocinada con calma, porque esta historia se merece pausa.
20 de Marzo, es
mi cumpleaños, mi 30 cumpleaños. Debería ser un gran día y sin embargo no lo
está siendo, la razón ni yo misma logro saber cuál es, ¿nunca habéis tenido una
extraña sensación recorriendo vuestro cuerpo? pues eso es exactamente lo que
hoy me pasa a mí. Supongo que a lo largo del día descubriré qué sucede, y de
todas formas ya tuve mi fiesta de cumpleaños hace un par de días.
Estaréis
pensando y esto a mí que me importa, y tenéis toda la razón, no sé porque lo he
contado, supongo que la razón es simple, no sabía cómo empezar mi historia.
Lo normal es
que un niño nazca en el hospital, bueno pues yo no debía de saberlo porque si
no, no habría nacido en un autobús de militares, sí de soldaditos, pertenecían
al ejército del aire. ¿Os imagináis la cara que debieron poner cuando mi madre
dio a luz allí dentro? No dio tiempo a que llegasen a un hospital. Me hubiera
gustado ver sus caras de alucine, ¿a vosotros no?
Ya sé lo que estaréis
pensado ¿qué narices hacia mi madre en ese autobús y por qué no fue a un
hospital? Eso también me lo he preguntado yo bastantes veces, supongo que se
pondría de parto y saldría a la calle a buscar ayuda o un taxi y lo que paró
fue el autobús y entonces decidí que ya estaba bien y que ya era hora de ver el
mundo.
Mi madre
aquella mañana se encontraba sola en casa, mi padre había desaparecido unos
tres meses antes de que yo viniera al mundo, así que ella no tenía a nadie que
la llevase al hospital.
Bueno ese fue
el comienzo de mi vida, un poco diferente al de vosotros y me encantaría poder
seguir contándoos alguna otra historia no sólo mía sino también de la gente que
ha estado conmigo toda la vida.
Bueno realmente
no sé muy bien por dónde empezar esta historia, no sé si por mí, por mis
padres, por contar sentimientos o por contar momentos, así que de momento iré
escribiendo lo que me valla saliendo.
El 1 de febrero
de 1995 a las dos horas y treinta minutos mi vida cambió, en aquel momento no
fui consciente de cuánto pero poco tiempo después descubrí que ya nada volvería
a ser igual.
Aquella noche
mi madre entró en mi habitación a decirme que a mi padre le pasaba algo, se
había caído de la cama y no podía levantarse del suelo, tampoco podía hablar,
fui a la habitación y lo vi allí tendido en el suelo y pensé que aquello era
grave, llamé a una ambulancia y ya nada fue igual.
Mi padre había
sufrido un ictus cerebral, más conocido por trombosis, fue muy grave, los
médicos no nos dieron muchas esperanzas pero ellos no conocían el coraje y la
fuerza de voluntad que tenía mi “nano”, estuvo 21 días ingresado en el
hospital.
Durante esos
días ni mi madre ni yo nos separamos de él, sufríamos por verle así, postrado
en una cama sin poder hablar, ni moverse y sin tener muy claro si él nos
entendía cuando le contábamos cosas. A los pocos días sus médicos decidieron
que debía empezar la rehabilitación para intentar revertir las secuelas que le
iban a quedar o al menos minimizarlas. Ni a mi madre ni a mí se nos permitía
estar presentes durante las sesiones y lo agradezco porque un día otro paciente
nos contó que a mi padre le colgaban con un arnés de la pared para que
estuviese recto, si lo llego a presenciar me hubiese puesto hecha una furia y
ahora sé que era por su bien.
Poco a poco le
fueron haciendo más ejercicios, de flexibilidad, de tonificación, resistencia y
por fin un día le pusieron de pie, pero él no era capad de sujetarse, a partir
de entonces esa fue su lucha ser capaz de estar de pie, porque ese era el
primer paso para volver a andar.
Había otro
problema que teníamos que afrontar y era su incapacidad para hablar, su
neurólogo nos dijo que era muy improbable que volviese a hablar alguna vez porque
los días iban pasando y mi padre no articulaba ninguna palabra.
Un día estaba
con él en la habitación y de repente dijo “madre mía” yo le mire y le dije que
por favor lo repitiese y él volvió a decir “madre mía” yo no sabía si reír o
llorar así que le besé, ese día dijo unas cuantas cosas más, vale no era capaz
de hacer frases pero si le preguntabas algo respondía o lo intentaba, era casi
lo mejor que nos había pasado en casi 10 días.
Surgió un
problema: mi padre hablaba sólo con mi madre y conmigo, bueno también con la
familia pero no con su médico, así que su neurólogo continuaba diciendo que no
podía hablar y comenzamos a discutir, así que le tuve que decir a mi padre que
por favor contestase a las preguntas de su médico porque si no él iba a seguir creyendo que no podía hablar, ¿os
lo podéis creer? no quería hablar con el médico y nunca supe la razón, pero al
final conseguí que dijese cosas a su médico y así pudimos pasar a otro
problema.
Mi padre se
había hecho diabético, necesitaba pincharse insulina dos veces al día, antes de
desayunar y antes de cenar, así que mi madre y yo debimos aprender a ponerle la
insulina. También debía tener cuidado con las comidas y debía hacer cinco al
día, los dulces se habían terminado para él y le gustaban.
Seguía bajando
todas las mañanas a rehabilitación y la verdad el pobre no avanzaba mucho pero
se esforzaba un montón, él quería ponerse bien pronto y volver a ser el de
antes, quería volver a andar, mover el brazo, poder hablar bien, quería dejar a
tras su hemiplejía.
Ya habían
pasado unos dieciocho días y un día su médico nos dijo que le iban a dar el
alta que ya se podía ir a casa, mi madre y yo alucinamos ¿cómo le iban a mandar
a casa si no podía siquiera estar de pie?, no podía hacer nada, el médico nos
dijo que ya estaba estable y que lo que le quedaba era la rehabilitación pero
que se podía ir.
Mi madre y yo nos
preguntábamos ¿cómo nos lo íbamos a llevar a casa así?, y tomamos una decisión
que fue dura pero vista con la perspectiva del tiempo fue acertada, ingresar a
mi padre en una residencia.
Veintiún días
después de que mi padre sufriese el ictus le daban el alta, él estaba nervioso
y nosotras tristes porque no le habíamos dicho que no iba a casa sino a una
residencia. La ambulancia que le trasladaba pasó al lado de casa y cuando vio
que seguía puso una cara de gran sorpresa, nos miraba como diciendo ¿dónde voy,
no voy a casa? Esa noche le explicamos que todavía no podía volver a casa, para
mí fue una noche triste y alegre, alegre porque mi padre estaba fuera del hospital
y triste al no poder tenerlo en casa.
Comenzaba otra
etapa, ésta más larga que la estancia en el hospital, la lucha de mi padre por
mantenerse de pie, por dar pasos aunque pequeños, en definitiva su lucha por
volver a casa, por recuperar su vida, la pregunta era ¿cuánto le costaría?
Volvió a casa el
21 de abril de ese mismo año, en medio la lucha diaria de la rehabilitación, la
frustración de no avanzar, las noches de soledad, la duda de si lo conseguiría
o se quedaría para siempre en esa residencia.
Comenzaron las
sesiones de mañana y tarde de rehabilitación, por la mañana venía una
ambulancia para llevarle al hospital y por la tarde en la residencia, mi padre
trabajaba como un poseso, en el hospital alucinaban con lo que luchaba, con la
musculatura que tenía pese al ictus y a su edad, con sus ganas de superarse,
ellos no sabían de la fuerza de mi padre pero la descubrieron. Él había luchado
toda su vida y esto solo era otra etapa.
El 8 de
septiembre de 1922 en un pequeño pueblo de España nació Gabriel, mi padre, el
mejor padre que podía haber tenido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario