Caminaba hacia aquellos columpios
que durante los dos últimos años habían sido el lugar donde había tomado
grandes decisiones. Desde la entrada ya vislumbraba la figura de él, estaba
sentado en uno de ellos esperando. Según se acercaba podía distinguir como él
tenía la cabeza agachada, los hombros encogidos, las manos entrelazadas. Por un
segundo en su rostro apareció una sonrisa.
Se sentó en el columpio libre
junto a él. Le miró esperando una señal, pero él no cambió su postura. Se dio
cuenta que debería ser ella la encargada de romper el hielo.
-Lo siento –esperó un gesto por
parte de su interlocutor, viendo que no llegaba decidió continuar- No tendría
que haber guardado secretos.
-Eres así –respondió él, pero sin
tan siquiera mirarla- No dejas que la gente se te acerque. Hice todo lo posible
por entrar.
-Castle –intentó intervenir ella.
-Deja que termine, por favor –
ella le miró esperando lo que él tenía que decir - He pensando mucho en nuestra
relación. En qué tenemos y adónde vamos y he decidido que quiero más. Ambos
merecemos más.
-Cierto, ambos lo merecemos.
-Pase lo que pase, decidas lo que
decidas –por fin se ponía en pie, se giraba hacia ella y se arrodillaba con un
anillo entre sus dedos - Katherine Beckett, ¿quieres casarte conmigo?
La cara de ella reflejaba la
sorpresa. Se había imaginado a lo largo de esos días aquella conversación pero
nunca había pensado que la misma pudiera incluir aquella pregunta.
-Richard, yo –comenzó a hablar-
venía porque quería decirte que he aceptado el trabajo en DC. Ese trabajo es
todo lo que ahora quiero. Es una gran oportunidad para mí y no la quiero dejar
escapar.
-Lo entiendo –decía él poniéndose
en pie y sentándose nuevamente en el columpio- No te estoy pidiendo que lo
rechaces. Lo que termino de hacer no es para que lo rechaces. Tan sólo quiero
que sepas que yo estaré ahí a tu lado. Siempre. Ya sea en nuestra ciudad o en
otra diferente. Te quiero y quiero, deseo que seas mi esposa.
-Richard, lo siento. Lo siento
mucho. Pero ahora no puedo aceptar. Han pasado muchas cosas estos días entre
nosotros. Mejor dicho vienen pasando desde hace semanas –ella le miraba, seria,
intentando ver los ojos de su acompañante-
Cosas que me han hecho replantearme lo que existe entre nosotros. Ahora
mismo no sé si lo que estamos viviendo es real, o tan sólo nos hemos dejado
llevar por años de tonteo.
Aquella frase hizo que él se
girase y por fin le mirara a los ojos.
-Katherine, ¿estás diciendo en
serio que no sabes si lo que hay entre nosotros es real? ¿No sabes si es cierto
que te amo o tan solo se reduce a que no sabes si lo que tú sientes es real?
Él se puso en pie y se alejó un poco de aquellos columpios. Negaba con la
cabeza. No entendía como ella podía dudar de ellos, dudar de todo lo que aquel
año habían vivido.
-Richard, lo siento –se puso en
pie y le siguió- Pero ahora mismo no se que siento por ti. Es gracioso si tu
proposición hubiera llegado hace tan solo un mes, me habría sentido la mujer
más afortunada del mundo. Pero hoy no la puedo aceptar. Hoy nada es igual que
hace un mes. Tú has cambiado. Y yo también. Necesito descubrir quién soy.
Necesito alejarme de tí.
Richard la miró con dureza, ella
nunca había visto aquella mirada en él. Y en aquel mismo instante fue
consciente de que nada volvería a ser como fue.
-Katherine me estás echando de tu
vida. Espero que estés segura de lo que estás haciendo. Porque esta vez, no
volveré. Me he cansado de volver siempre a ti. Espero que esta vez no me eches
de menos. Ahora vete, cambia de rumbo, toma aire, desaparece. Vete, pero no
vuelvas a mirarme, coge tus cosas y desaparece.
-Richard –intentó hablar ella.
-No vuelvas a engañar a nadie. No
vuelvas a decir que sientes si no lo haces. No hagas que la gente se cree
esperanzas que contigo no existen. Hace mucho me preguntaste si yo nunca decía
adiós. Ahora sí lo haré. Adiós Katherine
Beckett.
Ella no le intentó detener cuando
comenzó a caminar alejándose de allí. Ambos fueron conscientes de que aquel día
los columpios no fueron su talismán.
Aquella tarde Beckett necesitó la
presencia de su mejor y única amiga. Necesitaba que alguien le dijese que no
había cometido la mayor estupidez de su vida. Porque realmente al llegar a su
casa y ver las cosas de Castle por ahí no sintió que hubiera tomado la decisión
correcta.
Ambas amigas estaban sentadas en
el sofá, Beckett tenía sus piernas encogidas y pegadas a su pecho, los ojos
hinchados de tanto llorar. Su amiga la miraba con pena, sintiendo como propio
el dolor ajeno.
-Cariño, no lo entiendo. Hace un
mes por fin escuchó de tus labios un te quiero. Y ahora me estás diciendo que
no sabes lo que sientes, es lógico que él no lo entienda.
-Laine, me he sentido insegura de
la relación que teníamos. A veces he llegado a pensar que para él yo tan solo
era un trofeo –giraba su cabeza y perdía su mirada por la habitación.
-¿Un trofeo? Por un trofeo nadie
arriesga su vida como lo hizo él al quedarse junto a ti cuando estabas atrapada
por la bomba. Por más que me lo expliques no lo entenderé –miraba a su amiga,
sentía su dolor pero esta vez no podía darla la razón- Tus dudas aparecieron
cuando tuviste que hacer de niñera del guaperas, pero en lugar de hablarlo con
él te escondiste en el trabajo.
-No me escondí. Le pregunté qué
adónde íbamos. ¿Qué más se supone que tenía que hacer?
-Oh, vamos. Eres una de las
mejores policías de la ciudad, el FBI te quiere para trabajar con el Fiscal
General, y ¿me estás queriendo decir que no lograste que Castle te respondiera?
Kate, ni siquiera lo intentaste. Te entró miedo de que él tuviera las mismas
dudas y decidiste olvidarlo. Quisiste actuar como si aquello no sucediera, y
fue un error como bien se ha visto.
-Pero…
-Kate, ¿aún le quieres? –Ahí
estaba la pregunta-
-No sé si con querer basta –con
aquella frase deja ver todas las dudas que existían en ella- Además ya da lo
mismo. Esta vez hemos dado más vueltas de las que podíamos en el tiovivo y él
se ha bajado.
En otro lado de la misma ciudad
Richard Castle mantenía una reunión con su agente.
-Ya me has oído Paula, creo que
he sido lo suficientemente claro. La saga Heat ha terminado, no trates de
convencerme de lo contrario.
-Pero Richard, esa saga te ha
dado más de lo que nunca habrías soñado. Se merece al menos un final – la
agente no sabía qué habría pasado pero intuía que algo referido a Beckett no
había salido como su escritor esperaba.
-Paula, no. Ahora mismo no puedo,
pero es que tampoco quiero - en el fondo sabía que ella tenía razón, pero se
sentía incapaz de escribir sobre la detective.
-De acuerdo, tú ganas de momento
–el escritor sabía que ella no se daría por vencida tan fácilmente. Volvería a
la carga- Y ahora ¿qué vas a hacer?
-No lo sé Paula. Creo que saldré
de viaje. Me marcharé fuera de Estados Unidos una temporada. Necesito encontrar
algo que nuevamente me ilusione.
-O sea, te vas a tomar unas
largas vacaciones. Quizás te venga bien y regreses con un nuevo best- seller
bajo el brazo.
-No sé si escribiré, solo quiero
cambiar de aires. Y ahora te dejo, mis chicas se estarán preguntando dónde
estoy. Llevan llamando toda la tarde y no les he cogido el móvil.
-Hasta pronto Richard. Espero que
te vaya bonito.
Media hora más tarde el escritor
por fin entraba en su casa. Alexis y su madre al verle supieron al instante que
todo había salido mal. Respetaron su silencio, cuando él se sintiese preparado
les contaría lo que había sucedido.
Un tremendo dolor le oprimió el
pecho cuando traspasó la puerta de su habitación. Hasta la semana anterior
también había sido la de ella. Se acercó al vestidor y se fijó en la cantidad
de ropa que ella había ido llevando a aquella casa. Sus zapatos, ordenados en
el zapatero. En la cómoda se encontraban sus cremas y sus perfumes. No lo pudo
evitar, tomó entre sus manos el perfume que siempre le recordaría a ella.
Aspiró su aroma, cerezas. Las lágrimas inundaron sus azules ojos, pero se
prohibió el dejarlas escapar. Lanzó contra la pared, con una furia desconocida
por él, aquel frasco de perfume.
No podía quedarse en aquella
habitación. Todo le recordaría a ella.
Regresó al salón, donde esperaban
las mujeres de su vida. Aquellas que nunca le fallarían, aquellas que no tenían
dudas sobre lo que sentían por él. Se dejó caer derrotado en el sofá.
-Se terminó, todo se ha terminado
–por fin fue capaz de decirlo en voz alta- Ella se va y no me quiere en su
vida.
Ambas mujeres le abrazaron. Tan
solo hicieron eso. En aquel instante las palabras sobraban.
Durante aquel fin de semana la
detective empaquetó sus cosas para la mudanza. El lunes comenzaría su nueva
vida en DC. Una vida lejos de sus amigos, de su padre. Lejos de él. La vida que
ella había elegido.
Aquel fin de semana el escritor
organizo su partida. Tras mucho pensar finalmente decidió que su destino sería
Europa, y más concretamente Madrid. En su poder estaban ya tanto el billete de
avión como la reserva en uno de los mejores hoteles de la capital de España.
Una vez allí ya buscaría tranquilamente una casa.
La detective por el contrario no tenía
que preocuparse por su alojamiento, la fiscalía le facilitaba una casa hasta
que ella encontrase una a su gusto.
El domingo por la mañana salió a
comer con su padre. Había llegado la hora de despedirse.
-Katie, cariño estoy orgulloso de
ti. Tú madre estaría tan orgullosa –la voz se le quebraba por la emoción.
-Papá, prométeme que iras a verme
en cuanto esté instalada. Te voy a extrañar –tomaba entre sus manos las manos
de su padre- te quiero papá. Sé que no te lo digo todo lo que debería.
-Cariño, no hace falta. Sé que me
quieres. Y también se cuanto te cuesta expresar tus sentimientos desde que
falta tu madre. Tranquila pequeña, todo irá bien. Siempre puedes regresar, esta
ciudad te acogerá con los brazos abiertos. Recuerda que en ella dejas mucha
gente que te quiere. Y que siempre te estará esperando.
-¿Podrías hacerme un favor? –En
su mirada se veía una súplica- ¿Podrías ir a su casa y recoger todas mis cosas?
No he reunido el suficiente valor para ir yo.
-Oh, mi niña. Siento mucho que
todo haya terminado entre vosotros. No te preocupes mi amor, iré y te las
enviaré a tu nueva dirección. ¿Quieres que le diga algo de tu parte? –miraba
con ternura a su hija.
-Gracias papá. No, será mejor que
no digas nada.
Aquella noche en casa de los Ryan
se reunieron los amigos para despedir a la detective. Nadie estaba alegre en
aquella casa, en todos se notaba el dolor que sentían por la separación. Pero
todos de algún modo trataban de disimular.
El móvil de Kevin emitió el
sonido de un whatsAAp recibido. El detective tomó en sus manos el móvil y leyó
el mensaje. Tras hacer aquello se disculpó y salió del salón para hacer una
llamada.
Durante al menos treinta minutos
estuvo hablando con su interlocutor. Finalmente regresó al salón. Todos se
fijaron que sus ojos tenían un color rojizo, muestra inequívoca de que en algún
momento reciente había llorado.
-Kev, cariño, ¿estás bien? – Preguntaba
algo alarmada Jenny.
-Sí, tranquila no pasa nada
–intentaba sonreír, pero le costaba un mundo. Dos de sus mejores amigos
abandonaban la ciudad- Venga chicos, alzad vuestras copas, brindemos por la
nueva vida de nuestra querida amiga. Kate, espero que todo te salga genial en
DC. Por Kate.
-Por Kate -respondieron todos.
Esposito tomo a Kevin por el
brazo.
-¿Qué ha pasado brother?, a mi no
me engañas.
-Acompáñame a la cocina no quiero
que las chicas se enteren –contestaba Ryan bajando la voz- Javi y yo vamos a
por más bebida.
-Era Castle, llamaba para
despedirse. Se va a Europa. No ha querido contarme nada. Pero no hay que ser
muy listo para saber que entre ellos las cosas han terminado y además de la
peor manera.
-Mierda, ahora entiendo la cara
de Laine y Kate. ¿Lo sabe ella? –Realmente no entendía cómo podían haber
terminado de aquella manera.
-No, y Castle me ha hecho
prometer que no se lo diría. Guarda en secreto Javi. Ni a Laine ¿Ok? Mañana se
pasará por la comisaría para despedirse de nosotros. Ahora será mejor que
regresemos o empezarán a sospechar.
A la misma hora que la detective
despegaba rumbo a DC, el escritor hacía su entrada en la comisaría.
No pudo evitar mirar la que
durante cinco años había sido su silla, siempre junto a la mesa de la
detective. Sobre aquella mesa se encontraban aún sus tazas, en las que tantos
cafés se habían tomado. Cuantas sonrisas le había sacado con tan solo ofrecerle
el café de la mañana. Cuantas veces sus manos se habían rozado al darle la
taza. Sabía que ya nunca sería lo mismo tomar un café. Tragó intentando que
pasase el nudo que se le había formado en la garganta, descubriendo que era
inútil no se iría tan fácilmente.
Llamó a la puerta del despacho de
Gates, y se quedó esperando una señal que le diera permiso para entrar allí.
-Adelante –se escuchó al otro
lado.
-Buenos días señor –decía nada
más abrir por última vez aquella puerta.
-Señor Castle, no le esperaba hoy
–estaba totalmente sorprendida, ella le creía subido en un avión rumbo a DC.
-Vengo a despedirme señor. He
preferido hacerlo en persona y no a través de una llamada. Mañana salgo hacia
Europa.
-¿Europa? –Definitivamente Gates
no entendía nada- Yo creía que acompañaría a su novia a DC.
-Señor, la detective, perdón la
agente especial Beckett ya no es mi novia –dolía decir aquello en voz alta-
-Siéntese Richard, por favor
–aquella mujer que durante dos años había intentado por todos los medios
deshacerse de él, ahora trataba de mostrar su lado humano- ¿Qué diablos ha
pasado?
-La verdad señor es que no tengo
ganas de hablar acerca de ello. Lo que había entre la agente especial Beckett y
yo terminó. Entenderá que no sea capaz de continuar aquí prestando mis
servicios como asesor civil. De todas formas eso será para usted una alegría.
-Richard no le voy a negar que
durante mucho tiempo no le quise en mi comisaría. Pero con el tiempo me di
cuenta de la gran ayuda que prestaba a este equipo. Realmente siento su marcha.
Pierdo a mis dos mejores hombres al mismo tiempo –escuchar aquello de boca de
la capitana dejaba muy sorprendido al escritor.
-Gracias señor. Ha sido un
autentico privilegio y un placer el haber trabajado con la policía de esta
ciudad. Y ahora si da usted su permiso querría ir a despedirme de los chicos.
-Por supuesto. Y señor Castle,
créame cuando digo que siento mucho que ustedes hayan terminado. Siempre creí
que terminarían casados y con niños. Si algún día decide regresar, sepa que las
puertas de esta comisaría siempre estarán abiertas para usted.
A la salida de aquel despacho se
encontró con los que hasta entonces habían sido sus compañeros de fatigas.
Apoyados en la que hasta el viernes había sido la mesa de la detective Beckett
se encontraban Esposito y Ryan, ambos estaban en silencio esperando que el
escritor se les acercase.
Richard se acercaba esta parte
era la que más le iba a costar. Aquellos dos policías junto a la forense se
habían convertido en parte de su familia. Y a lo largo de los cinco años que había
pasado en aquella comisaría nunca pensó que el final sería así.
-Buenos días chicos –dijo cuando
finalmente llegó a su altura- ¿Os apetece que tomemos un café?
-Como prefieras –respondieron
ambos policías.
Al escritor le costaba estar
cerca de aquella mesa. Era la mesa de ella, y verla vacía le demostraba que lo
vivido en las últimas setenta y dos horas no era una pesadilla si no que todo
había sido real.
-Bueno quería ser yo quien os
dijera que dejo la 12. Lo siento chicos pero a partir de hoy dejo de ser colaborador
civil de la policía. No me parecía adecuado que os enterarais por Gates o por
cualquier otra persona –su intención era centrarse en que dejaba la comisaría
no quería explicar las razones.
-Tío, ¿qué narices has hecho?
¿Por qué Beckett se va a DC y tú no vas con ella? Te cansaste, ella sólo ha
sido una más en tu lista de conquistas –el tono empleado por Esposito denotaba
rencor.
Ryan decidió intervenir.
-Javi, quieres dejar que se
explique.
-Vaya, ¿por qué no me sorprende
que te pongas de su lado? Te recuerdo que nuestra amiga es Kate, y no el
escritor.
-Te estás pasando Javi. Castle es
amigo nuestro también. Cierto que Kate lo es desde hace más tiempo, pero eso no
implica que Castle no sea amigo nuestro.
-Déjalo Kevin, no te esfuerces.
Sabes Javier Esposito, yo no he hecho nada para que Katherine se haya marchado
a DC. No soy yo el culpable. Y si no estoy ahora mismo en un avión junto a ella
es por culpa suya. Pero no eres tú la persona a la que se lo voy a explicar.
-Ya, no es culpa tuya – Esposito
se acercó al escritor y le tomó por las solapas- Debería partirte la cara por
hacer daño a Kate.
-Suéltalo Javi –intervenía Ryan-
Pero ¿qué te pasa colega? Lo que haya pasado entre Beckett y Castle sólo les
incumbe a ellos.
-Por qué no le cuentas a tu amigo
la razón de tu enfado. Venga Esposito, sé valiente por una vez en tu vida. Cuéntale
a Kevin que estás así porque durante años has estado enamorado de Beckett. Que
siempre has esperado que algún día ella se fijase en ti. Pero ya ves, se ha ido
y nunca la has podido tener entre tus brazos y eso te está carcomiendo
interiormente. Sabes, deberías correr hacia ella , quizás ahora que está sola
en una ciudad desconocida tengas una oportunidad –nunca el escritor había sido
tan hiriente al hablar con el policía, pero aquella vez decidió soltar lo que
siempre había pensado.
Esposito lanzó su puño contra la
barbilla del escritor, alcanzándole de lleno. En aquel instante Gates hizo su
entrada en la sala de descanso atraída por los gritos que de salían de allí.
-Esposito a mi despacho.
Castle miró por última vez a los
que habían sido sus compañeros, tendió la mano a Ryan pero éste tiró del brazo
para poder darle un sentido abrazo.
-Te echaré de menos Castle.
-Lo mismo te digo. Ha sido un
placer trabajar aquí.
Tan solo le quedaba despedirse de
la forense, así que tomó el ascensor para bajar a la morgue. Si con Esposito
había sido difícil, pensó que con la forense su vida correría peligro pero aun
así no podía marcharse sin decir adiós.
Laine levantó la vista del cuerpo
ante el que se encontraba. Su rostro denotó la sorpresa de ver frente a ella al
escritor.
-Castle ¿qué haces aquí? – La
forense estaba sorprendida.
-Bueno venía a despedirme –aun se
sentía sorprendido por el tono empleado por ella- me marcho de la 12 y también
salgo de viaje.
-Te vas, lo siento. Castle lo
intenté, intenté que entrase en razón. Pero ya sabes cómo se pone cuando algo
se le mete en la cabeza. Es prácticamente imposible hacer que cambie de
opinión.
-Tranquila Laine. Ella es así.
Pensé que a lo largo de estos cinco años había logrado entrar, pero estaba
equivocado.
-Chico, espero que no tarde mucho
en ver el tremendo error que ha cometido al dejarte ir.
-Laine, no voy a esperarla. Esta
vez lo nuestro se terminó para siempre – Laine no creía lo que estaba
escuchando-
-Entiendo. Castle, ¿cuanto vas a
estar fuera? –Empezaba a intuir que no iban a ser unas simples vacaciones.
-No lo sé. No me he puesto fecha
para volver, ni siquiera sé si lo haré algún día. Voy a echar de menos tus
amenazas de hacerme daño – intentaba sonreír, aunque le costaba un mundo
hacerlo.
-Te voy a extrañar. Espero que
vayas donde vayas puedas ser feliz. Te lo mereces. Prométeme que te mantendrás
en contacto.
-Lo hare si tú me prometes que
nunca le contaras nada a ella –ambos asintieron, sellando así su pacto.
Ambos se fundieron en un sentido
abrazo, por las mejillas de la forense corrían libres las lágrimas.
Ya fuera de aquel recinto y antes de tomar un
taxi se giró para ver por última vez el lugar que tanta felicidad le habría
proporcionado durante aquellos años. Se montó en un taxi y se alejó de allí.
Una hora y cuarto después de que
el avión despegase en el JFK Katherine llegó al aeropuerto de Washington DC.
Mientras esperaba la salida de su
maleta, pensaba en todo lo que había dejado tras de sí. Sólo esperaba que su
decisión hubiera sido la correcta, y que si un día se levantaba descubriendo
que aquello había sido un tremendo error pudiera remediarlo.
Mientras dirigía sus pasos hacia
la salida por su mente pasó una imagen. Era la de él arrodillado proponiéndole
matrimonio, junto a aquella imagen llegó hasta
ella un nudo en el estómago y sus ojos se llenaron de lágrimas. Había
perdido no sólo a su pareja, si no al mejor amigo que jamás había tenido y aún
no sabía cómo podría vivir sin la constante presencia de él.
Justo cuando estaba a punto de
traspasar la puerta de salida, un rostro conocido apareció frente a ella.
-Jordan, ¿qué haces aquí?
-Me alegro de verte nuevamente
Beckett. Bueno alguien tenía que darte la bienvenida y desde la oficina del
Fiscal General pensaron que dado que ya nos conocíamos yo era la persona
adecuada.
Ambas mujeres salieron de la
terminal y se montaron en un vehículo negro, el destino eran las oficinas
centrales del FBI. Durante el trayecto la agente Shaw le comentó la sorpresa
que le causó saber que dejaba el departamento de policía de nueva york para
incorporarse al FBI.
-Y dónde has dejado a Castle
–preguntaba Shaw directamente.
-Bueno él se ha quedado en Nueva
York.
-Ya, entonces sólo os veréis
fines de semana. Al principio os costará pero bueno es lo que tiene el que
hayas aceptado formar parte del equipo de investigadores del Fiscal General.
-No nos veremos – aquello sonó
como un susurro.
-Vaya, yo pensé que vosotros por
fin habríais dado el paso y que a estas alturas ya seriáis pareja –la agente
Shaw hablaba sin retirar su vista de la carretera.
-Lo dimos, pero hemos terminado
–dolía demasiado el decirlo en voz alta.
-Bueno, ya habrá tiempo para que
me cuentes qué ha pasado.
La agente Shaw detuvo su vehículo
en la Avenida Pensilvania, justo a las puertas del edificio Edgar Hoover sede
del FBI.
Tras pasar los estrictos sistemas
de seguridad se encaminaron hacia la División de Investigación Criminal, ya que
ésa era a la que a partir de aquel día Beckett estaba adscrita.
Tras permanecer tres horas en
aquel lugar Katherine Beckett abandonaba el edificio siendo ya la agente
especial Beckett. Al día siguiente debería presentarse en la oficina del Fiscal
General ya que era allí donde había sido destinada.
El resto del día lo dedicaría a
conocer su casa y colocar algo de las cajas que ya habían llegado.
El edificio en el que se
encontraba su nueva vivienda no era muy diferente al de la ciudad de Nueva
York. Este también era un edificio de cuatro alturas, por lo que le habían
dicho su casa estaba situada en el último piso.
Entró al ascensor y pulsó el
botón del cuarto piso, una vez en el buscó el 402. Tras abrir la puerta pudo
ver como era su nuevo hogar. Lo que descubrió le gustó. Era un loft, en la
planta baja se encontraban el salón con la cocina en un lateral, una habitación
y un baño. La pared de la derecha estaba formada por un gran ventanal, por lo
cual era muy luminoso. A pocos pasos de la puerta se encontraba la escalera que
comunicaba ambas plantas. Una vez en la segunda planta descubrió que estaba
formada por tan solo una habitación, tras entrar en la misma ante ella apareció
un inmenso dormitorio que daba en la parte final a una terraza. Dentro de la estancia
se encontraba el baño principal, y justo enfrente de la puerta del mismo se encontraba
el vestidor. Se asombró al ver que la ropa que había llegado aquella misma
mañana junto con sus muebles y libros,
ya estaba colocada. Decidió salir a la terraza y allí en uno de los laterales descubrió
un jacuzzi exterior. La base elevada en altura, era de madera, para subir había
cuatro escalones.
Se imaginó a ellos dos en aquel
jacuzzi, Richard sostenía entre sus manos una copa de champagne y ambos
brindaban por su nuevo hogar. Ella tenía una preciosa sonrisa y en su mano
brillaba el anillo de compromiso.
Los ojos se le llenaron de
lágrimas, aquella imagen fue volviéndose borrosa dando paso a la real. Allí
estaba ella sola.
Salió de aquella terraza y una
vez se encontró nuevamente en la que era
su habitación se dejó caer sobre la cama haciéndose un ovillo.
Al día siguiente comenzaría su
nueva vida en DC.
Muy buena redacción y un tema interesante. ¿Qué más se puede pedir? Sigo el blog desde ya.
ResponderEliminarUn saludo,
Ámbar Genevé.
http://piensoluegoescribounaimagenunrelato.blogspot.be/