Aquellos últimos tres meses y
medio habían sido una locura para Richard y Gaby. Ambos tuvieron que lograr los
visados de entrada en India, comprar los billetes de avión. Pese a que no era
necesario vacunarse Gaby aconsejó al escritor que se pusiera la vacuna del
tétanos, tifus, hepatitis y que comenzase la profilaxis de la malaria.
En el caso del escritor tuvo
convencer a las mujeres de su vida de que aquello iba en serio. U segundo
obstáculo fue tener que firmar un nuevo contrato con la editorial asegurando la
entrega de un libro en el plazo improrrogable de un año.
Pero todo había merecido la pena.
Llegaron a la India justo cuando
comenzaba la época fría del año, lo cual siendo un país monzónico implicaba que
las temperaturas bajaban de los 30º. Hacía tan solo unas semanas que había
terminado aquella época del año. Sabían que aquel año habían sido especialmente
virulentos dejando una gran devastación a su paso. Por lo cual el trabajo que
les esperaba al llegar a su destino final iba a ser mayor del esperado.
Habían tomado un avión en Madrid
a las 8:25 de la mañana, hicieron escala en Frankfurt y desde aquella ciudad
volaron a Bengaluru. En total el viaje hasta la India duró 13 horas y 15
minutos. Tomaron tierra a la 1:10 de la madrugada hora local.
Pese a la temperatura, Richard
siguiendo los consejos de Gaby llevaba ropa de lino pero con manga larga para
evitar en la medida de lo posible las picaduras de los mosquitos.
Y aun les faltaban otras cinco
horas en tren para llegar a su destino final Anantapur.
Richard se alegró de que se
pudiera llegar directamente desde el aeropuerto hasta la estación del
ferrocarril gracias a un tren que unía ambos enclaves.
Una vez en la estación de
Bengaluru City tuvieron que esperar una hora y media la salida de su tren. En
el rostro de ambos se notaba el cansancio acumulado.
-Estoy agotado, creo que cuando
logre caer sobre un colchón no podré levantarme en días – decía Richard
mientras se sentaba en el suelo-. Y decías que estamos en la época fría de año,
¿no? Pues el calor es asfixiante.
-Yo también estoy cansada. En
serio Richard, es la época fría, si llegamos a venir unos meses más tarde
estaríamos rondando los 50º, así nos iremos aclimatando. No me mires así,
parece que hace más calor por el grado de humedad que hay. Pero de verdad no
pasamos de los 28º.
Gaby también se dejo caer sobre
el suelo, ya que no había un solo asiento libre.
-¿Te apetece agua? Creo haber
visto una máquina justo en la entrada.
-Te lo agradezco, la verdad es
que deberíamos empezar a hidratarnos ya o caeremos enfermos en poco tiempo.
Richard, ¿necesitas monedas o tienes?
El escritor mostró su mano
repleta de monedas y se alejó en dirección a la máquina expendedora.
Cuando regresó Gaby observó que
volvía cargado a parte de con dos botellas de agua grandes con unas cuantas bolsas
de chucherías.
-Antes de que digas nada, tengo
hambre – trató de defenderse el escritor.
-Ya, ¿pero no crees que sería
mejor comprar en la cafetería algo de comida de verdad en lugar de comer esas
guarradas?
La mente del escritor le jugó una
mala pasada y le transportó a otro tiempo y otro lugar. Le llevó directamente a
la puerta de un cine en NY.
-Castle, ¿no crees que ya has
comprado suficientes porquerías? – decía Beckett mientras señalaba con su mano
todas las bolsas que el escritor llevaba.
-No, sólo llevo, patatas fritas,
palomitas, gominolas. Me falta el chocolate –decía él al mismo tiempo que
simulaba hacer pucheros.
-Richard ¿me estás escuchando? –
la voz de Gaby le devolvió a la realidad.
-Perdona, podría decirte que sí
pero estaría mintiendo.
-Lo sé, creo que estabas a miles
de kilómetros de aquí. No pasa nada, tranquilo, te decía que deberíamos
levantarnos y acercarnos al andén o si no luego será imposible acceder al tren.
Antes de dirigirse al andén
hicieron una parada en la cafetería de la estación, Gaby había insistido en
comprar comida de verdad como ella la llamaba.
Compraron unas cuantas Samosas,
para ir comiéndolas durante el viaje.
-Me puedes explicar que se supone
que vamos a comer –decía el escritor mirando el paquete.
-A ver, son Samosas. Son una
especie de empanadillas rellenas de puré de patata, carne o verduras. Nosotros
hemos comprado de las tres clases. Te prometo que te van a gustar.
Por fin la espera llegó a su fin,
su tren fue anunciado, y como bien había dicho Gaby de no ser porque estaban ya
en el andén habrían tenido muy difícil el poder subirse.
-Anantapur está al sur en la
región de Andhara Pradesh –relataba la doctora.
-Ya y con el sunami del 2004
quedaron sin hogar 34.000 personas y fallecieron 100.
-Vaya, veo que has hecho tus
deberes. Bueno ¿qué tal si comemos algo y después intentamos dormir un rato?
Habrá que amortizar el viaje que vamos a tener gracias a que compraste cabina
con literas.
Ciertamente cuando Richard se
había enterado de cuanto duraba el viaje en tren no paró hasta convencer a la
doctora de la necesidad de ir en primer y en cabina de literas. Sobre todo
teniendo en cuenta que iban a viajar de madrugada.
Ambos se despertaron con el
sonido de la alarma que Richard había programado para media hora antes de
llegar a su destino.
Por fin a las 8:30 horas de la
mañana llegaron a su destino, Anantapur.
-Richard, en marcha –decía la
doctora cuando el tren aún no se había terminado de detener.
A la salida de aquella estación
ferroviaria Richard se encontró con una ciudad no tan caótica como él había
llegado a imaginarse. En las calles circundantes a la estación se encontraban
sucursales de los mayores bancos indios, así como centros de negocios.
-No te dejes engañar por la
visión que te ofrece esta parte de la ciudad –decía Gaby viendo el desconcierto
que las vistas estaban creando en su acompañante- en nada verás la otra
realidad de la India.
Alejándose algo de aquella zona
se abrió ante sus ojos el Parque Ganesh, popularmente conocido como
“Cheruvukatta”, con sus templos a orillas del Ananthsagar en la parte vieja de
la ciudad. También la torre del reloj de Anantapur, la cual se encuentra en el
corazón de la ciudad y recuerda los días de la independencia.
Y caminando un poco más ante sus
ojos apareció una ciudad fea y sucia, las calles sin asfaltar llenas de basura
tirada, animales sueltos, puestos de fruta situados en mitad de la porquería. Y
gente, gente por todos los lados, mujeres cargadas de garrafas vacías, niños
corriendo descalzos, hombres sentados vendiendo de todo. Motos, motos que van y
vienen, cables tejiendo telas de arañas. Puestos de tintes, de hilos, de
comida.
Sonrisa, aquellas sonrisas que
hacían que olvidases que se dibujaban en rostros que deberían estar serios.
Pero que te regalaban lo único que poseían, su sonrisa.
Ahora se sí se podía decir que
habían llegado a su destino. Cientos de chabolas se extendían ante sus ojos,
creando ante ellos un mar de latón.
Una de las cosas que más
sorprendieron al escritor mientras caminaban atravesando el mar de chabolas,
era la petición tan simple que hacían sus habitantes. Tan solo pedían un
apretón de manos. El escritor ponía cara de no entender la razón de aquella
simple petición.
-Richard, recuerdo que todas
estas personas pertenecen a la casta de los “intocables” por lo cual los únicos
que aceptaremos sus manos somos los extranjeros- el escritor asentía
entendiendo entonces todo.
Los cientos de niños que se
acercaban hasta ellos no se conformaban con un simple apretón de manos, ellos
abrazaban al escritor y la doctora y les hacían multitud de preguntas. De la
nada surgió una mujer que les ofreció algo de fruta y les indicó mediante señas
que entrasen a descansar en su vivienda.
-Debemos entrar Richard, sino se
sentirá tremendamente triste. Son sumamente hospitalarios, probablemente la
fruta que nos está ofreciendo sea la mitad de su comida.
Al entrar Richard pudo observar
que en aquella vivienda no existían los muebles, duermen todos en el suelo, los
habitantes comían con las manos, no existía aseo ni agua corriente. Y se podía
ver la ropa mezclada con los aperos de labranza. Pero aquellas personas no
dejaban de sonreír, eran felices.
Y en medio de aquella pobreza
surgió el oasis de la Fundación Vicente Ferrer.
La FVF es un espacio cerrado pero
muy amplio, impresionantemente limpio, lleno de verde y arbolado por todas
partes y edificios bajos que albergan las oficinas de los directores del
proyecto y las viviendas tanto para ellos como para voluntarios y visitantes.
Todas las viviendas son iguales, bajas, blancas con techos y puertas pintadas
de azul. Allí el lujo no existe porque el lujo es que la fundación se encuentre
allí. Nada más cruzar las puertas del complejo, notaron la paz que allí se
respiraba.
-Por fin habéis llegado –un
hombre de mediana edad y pelo cano se dirigía hacia ellos con una sonrisa
dibujada en el rostro-. Ya estaba empezando a preocuparme por vosotros. Námaste
Gaby, Námaste Richard – decía el hombre al mismo tiempo que juntaba sus manos a
la altura de su boca.
-Námaste Henry – contestaba la
doctora.
-Námaste –respondía el escritor
imitando el gesto de aquel.
-Bienvenidos a la FVF. Si os
parece bien acompañarme a la oficina y rellenaremos el parte de llegada y os
diré que vivienda os ha sido asignada, así podréis ir a asearos y descansar un
poco. Ya mañana nos pondremos a trabajar. Hoy sólo disfrutar de vuestra
llegada. Soy Henry, responsable del acogimiento de los voluntarios, Gaby ya me
conoce – tendía su mano hacia Richard, el cual la estrechaba y asentía con la
cabeza.
-¿Vivienda? ¿Eso significa que
vamos a compartir casa? –preguntó Richard a su acompañante, bajando el tono de
voz.
-Pues parece que sí. Espero que
no suponga un problema para ti, y que no ronques –respondía divertida Gaby.
-La verdad es que esto está muy tranquilo.
-¿Qué te esperabas Rick?, con tu
permiso te llamaré con el diminutivo.
-Claro, sin problema. No se me
esperaba ruido, niños corriendo, no sé – respondía encogiendo sus hombros.
-Ya, tiempo Rick. Habéis llegado
en horario de escuela, ya verás cómo esta paz que ahora hay desaparece en
cuanto terminen las clases. Bueno, pues por lo que dice el libro de asignación
de viviendas os corresponde la número 14. Ir a descansar. Y bienvenidos a la
India –sonreía ampliamente.
Tras abrir la puerta de la
vivienda número 14, ambos soltaron sus macutos y suspiraron.
-Hogar, dulce hogar –exclamó la
doctora- Ven sígueme para que te enseñe la vivienda. Bueno como ves esto es la
entrada-salón-comedor, tras aquella cortina se encuentra la pequeña cocina. Ven
–tomaba de la mano al escritor- ese es el baño, y tranquilo hay dos
habitaciones. ¿Qué te parece si te vas dando una ducha mientras yo deshago mi
macuto y luego me ducho yo?
-Perfecto, necesito urgentemente
sentir el agua caer por mi cuerpo-contestaba con sinceridad el escritor- y mientras
tú te duches yo prepararé algo de fruta.
Aquel día poco hicieron, ambos
estaban tremendamente cansados. Tras salir de la ducha los dos habían avisado a
sus familias de su llegada a la India. Se habían cambiado de ropa al fin, y
habían tomado algo de fruta. No eran más de las siete de la tarde cuando ambos
cayeron rendidos sobre sus camas.
En el mismo instante en el que
Richard se entregaba a los brazos de Morfeo, el móvil de la agente especial
Katherine Beckett sonaba. Miraba la hora en su reloj de muñeca, eran las nueve
y media de la mañana. No podía quejarse hasta ese momento la semana había
transcurrido con total tranquilidad.
Un nuevo caso necesitaba de su
intervención, esta vez el destino era NY.
Tras haber estado seis meses
alejada de aquella ciudad por fin regresaba, bien es cierto que no era por
propia iniciativa pero aún así era un regreso.
Durante el viaje había agradecido
en silencio que el caso no tuviera relación con la comisaría 12th. No se creía
preparada para enfrentarse a todos los que durante años habían sido sus
compañeros.
-Katherine, al concluir la
misión, tendrás una semana de descanso, aprovecha el tiempo – le sorprendió lo
dicho por su jefe, hasta la fecha nunca había tenido días libre.
- Gracias, señor. Lo intentaré.
Se iba a encontrar con días
libres y la ciudad de NY, quizás había llegado el momento de enfrentar de cara
sus miedos.
No podía dejar de pensar en la
ironía que el caso al que se enfrentaba suponía. Ella estaba en NY porque
alguien había enviado sobres con ricino al Alcalde de la ciudad.
Estudiaba la información
proporcionada, el ricino es un arbusto cuyas semillas son muy tóxicas, por la
presencia de una albúmina llamada ricina. Basta la ingestión de unas
pocas, masticadas o tragadas, para producir un cuadro de intensa
gastroenteritis con deshidratación; pueden dañar gravemente el hígado y el
riñón e incluso ocasionar la muerte. Es una de las toxinas biológicas más
potentes que se conocen.
La pregunta era quién y por qué
quería atentar contra el Alcalde de la ciudad.
Ella conocía perfectamente a
Robert y sabía el tipo de persona que era. Siempre pensaba en el bien de la
ciudad, no se dejaba manejar, aquello ya le había provocado alguna dificultad
en el pasado. Sabía que tenía enemigo entre los poderosos lobbys políticos,
pero no creía que esa gente fuera capaz de llegar hasta esos extremos.
Los agentes montaron su cuartel
dentro de la propia alcaldía. Se estaba intentado por todos los medios que el
incidente no llegase a oídos de la prensa. Querían evitar que los ciudadanos se
sintieran en peligro.
-Katherine deberías hablar con el
alcalde ver si tiene alguna sospecha- el jefe del operativo Phil, comenzó a
repartir las tareas-. Thomas, encárgate de interrogar a los miembros del
gabinete. Rachel cuida la información que se vaya a dar a la prensa. Nick, ya
sabes, tú como siempre correspondencia, mails, llamadas. Es hora de ponerse a
trabajar.
La agente Katherine llamó a la
puerta del despacho del alcalde esperando el permiso del mismo para entrar.
-Adelante –contestó una voz desde
el interior.
- Con su permiso Señor –decía
ella tras adentrarse en el despacho.
-Vaya, Kate, qué grata sorpresa.
Hace mucho que no nos veníamos –ante el asombro de ella Robert decidió
abrazarla- Me informaron que formabas parte del FBI, así que debo suponer que
esta visita es porque formas parte del equipo que investiga lo del ricino.
-Así es señor. Tengo algunas
preguntas que hacerle.
-Por su puesto. Colaboraré en
todo lo que sea necesario. Pero Kate, por favor te voy a pedir algo – Katherine
le miraba esperando lo que tendría que decir- por favor llámame Robert como
siempre.
Aquella petición por parte del
alcalde la dejó un tanto descolocada. Pero aún así decidió aceptar.
-Claro Robert. Y ahora
centrémonos en el caso. ¿Has notado algo raro los últimos días?
-Define raro. Por cierto no te he
ofrecido café. Voy a pedir que nos lo traigan a los dos. Así estaremos más
cómodos.
Tal como lo dijo se lo encargó a
su asistente. A los pocos minutos entró dejando la bandeja con los cafés en la
mesa del despacho, saliendo inmediatamente.
-Con lo de raro me refiero a si
has notado que alguien te siguiera, si has recibido amenazas, llamadas,
pintadas. Gracias –decía ella cuando Robert le acercaba su taza de café.
-Bueno, no he notado que mi
seguridad haya aumentado en los últimos días, así que debo suponer que las
amenazas no debían haber aumentado. En cuanto a lo de las pintadas, y demás te
diré que tampoco las he sufrido – Robert se quedaba callado como si terminara
de recordar algo.
-¿Qué sucede? –preguntaba ella.
-Tal vez no sea nada. Hasta ahora
no le había dado la menor importancia. El otro día mi sobrino encontró un trozo
de papel en su mochila. Ponía algo así cómo tu tío favorito es un cabrón y no
nos deja jugar. Pero vamos ya te he dicho que no creo que tenga la menor
importancia.
-Bueno, eso lo decidiremos
nosotros. Supongo que tú eres el tío favorito – él tan solo asentía- ¿a que
crees que se referían con lo de que no les dejas jugar?
-Si te coy sincero, no tengo la
menor idea. Espero que no tenga nada que ver con el caso. No quiero imaginar
que un perturbado pueda hacer daño al niño.
-Tranquilo Robert, lo
investigaremos y de tener relación con el caso, protegeremos al niño. De
momento no tengo más preguntas. Así que gracias nuevamente por el café. Y ahora
voy a comunicar a mi superior lo de la nota. Supongo que nos la podrás entregar
–Katherine se ponía en pie para abandonar el despacho.
-Kate – ella al escuchar como el
alcalde la llamaba se giraba- ¿estás segura de que no hay nada más que me
quieras preguntar?
La agente tan solo negó con la
cabeza.
-Tengo que informar de lo que me
terminas de decir. Si tengo alguna otra pregunta volveré- salió de aquel despacho
sabiendo a que se había referido la última frase que Robert pronunció.
Tras informar a Phil la agente se
dirigió al colegio para hablar con el plantel de profesores.
Tras haberse entrevistado con
toda la plantilla del profesorado regresó al cuartel general, podría decirse
que volvía con las manos vacías ninguno de los profesores había notado nada
raro en los últimos días.
-Agentes, será mejor que se vayan
a descansar – la voz de Phil resonó en el despacho- Les quiero aquí frescos a
primera hora.
Katherine estaba a punto de
abandonar la alcaldía cuando la voz de Robert hizo que se detuviera.
-Kate, esta noche hay partida de
póker. Me preguntaba si querrías venir y recordar los viejos tiempos.
-Lo siento Robert, pero esta
noche me es imposible ya había hecho planes. Saluda al juez de mi parte.
-Está bien, por esta noche pase.
Pero organizaré otra antes de que te vayas y entonces no tendrás escapatoria.
Katherine había aprendido, a lo
largo de los años, a apreciar a Robert. Aquel hombre era tal cual se mostraba,
era verdadero, no había doble fondo en él. Entendía perfectamente porque
Richard le consideraba uno de los mejores hombres que conocía.
Se sentía nerviosa, le sudaban
las manos, el corazón le latía con fuerza, durante unos segundos por su mente
cruzó el alejarse de aquella casa sin tan siquiera tocar la puerta.
Sabía que el reencuentro sería
duro, y no estaba segura de estar preparada para todas las preguntas que le
pudiera realizar. Finalmente sus miedos fueron apaciguándose y por fin pudo llamar
al timbre.
-Oh! Cariño, por fin estás aquí.
Te he echado tanto de menos – tomaba entre sus brazos a la agente.
-Yo también a ti. No te imaginas
la falta que me has hecho durante todos estos meses.
-Anda pasa, no te quedes en la
puerta. Dios, quítate ese moño mujer. Pareces una anciana –Ante aquel
comentario Katherine no pudo más que asentir-. ¿Te apetece una copa de vino?
-Claro, me parece perfecto.
-Anda ve a tu habitación mientras
yo voy a por las copas y el vino. Y cuando regrese te quiero ver sin esa ropa y
sin ese moño. Por dios, no entiendo la necesidad de que vayáis así vestidos.
Katherine se dirigió hasta el que
durante los días que estuviera en aquella ciudad sería su dormitorio. Abrió la
maleta y sacó unas mallas negras y una camiseta, se dirigió al baño y allí se
quitó el maquillaje y se recogió el pelo en una coleta. Sonrió al ver la imagen
que le devolvía el espejo. Aquella sí era ella.
-Mucho mejor así –decía su
acompañante cuando la vio aparecer en el salón ya cambiada- Anda siéntate, que
tenemos mucho de lo que hablar. Por cierto, ¿te apetece comida Thai? Es que no
tengo muchas ganas de cocinar.
-Me parece perfecto –tomaba la
copa de vino entre sus manos dando un sorbo.
-Y bueno, mientras esperamos la
cena, qué tal si me cuentas cómo te va en DC.
-Me va, que ya es algo –bajaba la
cabeza sabiendo que no era esa la respuesta que su amiga quería.
-Cariño, lo puedes hacer mejor –
decía con una semi sonrisa en su cara.
-¿Qué quieres saber Lanie? – su
voz sonó más brusca de lo que ella esperaba.
-No te pongas a la defensiva,
conmigo eso no te sirve. Quiero saber qué tal le van las cosas en DC a la que
yo consideraba mi mejor amiga. Han pasado ya seis meses desde que te has ido.
Amores, amistades, esas cosas.
El timbre del telefonillo salvó
de momento a Katherine del tener que responder.
-No creas que te vas a salvar tan
fácilmente, quiero respuestas mientras cenamos – Lanie señalaba con su dedo
índice a su amiga.
Tal y como había dicho durante la
cena Lanie volvió a la carga con su batería de preguntas y a Katherine,
conociendo a su amiga como la conocía, no le quedó más remedio que contestar.
-Han sido unos meses duros, no lo
voy a negar. Muchos días he odiado el
sonido del despertador, odiaba lo que significaba, tener que ir a trabajar.
Llegar a la oficina y ver cada día que vosotros no estabais allí. Esperar una
frase que nunca llegaría porque no había nadie que supiera lo que yo iba a
decir. Sentir nostalgia de un café. Nostalgia – repetía para ella misma.
-Lo siento, pero sabias que al
aceptar el trabajo nos perdías.
-Ya, sé que fue mi decisión y que
debo aceptar las consecuencias. Pero hay días que es casi insoportable el dolor
que siento por vuestra ausencia.
-Por la nuestra, o por la de él –
preguntaba directa Lanie.
-¿Acaso hay diferencia?
-Mucha, muchísima – contestaba la
forense clavando su mirada en los ojos de su amiga.
-Ambas – lograba reconocer por
fin la agente.
Lanie se dirigía a la cocina para
buscar el postre, helado.
-Supuse que la conversación sería
más llevadera con una buena dosis de chocolate.
-Gracias.
-Nunca entenderé porque le
dejaste. Pasaste cuatro años de tu vida enamorada de él y por fin cuando
lográis estar juntos, lo tiras todo por la borda y sales corriendo. Sigo
pensando que ha sido la mayor estupidez que has hecho en tu vida.
- Me entraron dudas, me
atenazaron. Empecé a creer que no queríamos lo mismo de aquella relación.
-Y claro la mejor opción era
salir corriendo.
-Lanie, yo no salí corriendo –
trataba de defenderse ante su amiga.
-Ya, ¿y cómo llamarías a lo que
hiciste?
Katherine sabía que su amiga
estaba en lo cierto, lo que había hecho era huir. Huir del miedo que sentía al
pensar que tal vez ella y Richard no esperaban lo mismo de su relación. Miedo
al pensar que estaban en momentos diferentes. Y cuando descubrió que todo había
sido producto de su imaginación ya fue tarde, porque para entonces el miedo ya
era libre y no lo pudo detener.
-Lanie, sé que he destrozado mi
vida. Soy consciente de ello, pero no necesito que me lo estés recordando cada
vez que hablamos, no necesito que me machaques continuamente, necesito una
amiga. Necesito a mi amiga –Katherine estaba al borde del llanto.
-Yo también necesito a mi amiga,
y Kevin, Javi, Jenny. Todos necesitamos a nuestra amiga. No eres la única que
ha perdido en esta historia.
-Ya, os fallé a todos. Os dejé
tirados. Y lo peor es que no os he hecho mucho caso que digamos estos meses. Lo
siento Lanie. No puedo cambiar lo que hice, pero me voy a esforzar por
recuperaros, para que volvamos a ser la familia que una vez fuimos.
Ambas mujeres se fundieron en un
abrazo, donde cada una dejaba parte de su alma.
-Y ahora que ya te he regañado un
poco, qué tal si me cuentas como vas de amores.
La agente suspiraba dándose
cuenta de que su amiga no iba a dejar de preguntar a cerca de su vida
sentimental.
-No voy Lanie.
-Cómo que no vas, hace seis meses
que terminaste con Richard – A la agente aún le dolía el escuchar su nombre-
¿me estás queriendo decir que no ha habido nadie en todo este tiempo?
-Bueno hubo un intento. Pero
salió fatal – contestaba ella esperando que la forense dejase el tema.
-Cómo que salió fatal. ¿No
esperaras que me conforme con eso? Quiero detalles.
Katherine respiró profundamente
antes de empezar el relato, aquello iba a ser duro.
-Al poco tiempo de llegar a DC conocí a uno de
los fiscales adjuntos, Scott se llama. Empezamos a hablar un poco cada vez que
nos encontrábamos. Cuando llevaba como tres meses allí Scott me propuso
acompañarle al cine, y acepté. Me sentía sola, y él se convirtió en un apoyo. Y
una cosa nos llevó a la otra.
-Ya, una cosa os llevó a la otra.
¿Qué se supone que quieres decir con eso? – decía la forense mientras se
levantaba a preparar café.
Katherine siguió a su amiga hasta
la concina, sentándose en uno de los taburetes que había en la misma.
-Pues que comenzamos algo.
Empezamos a quedar para ir al cine, a cenar. Pero no ha funcionado.
-¿Por qué?
-No lo sé –Katherine respondía
agachando la cabeza y removiendo su café.
-¿En serio no sabes por qué no ha
funcionado?
-A ver, es guapo. Alto, moreno,
ojos negros, cuerpo atlético. Es inteligente, simpático. Me gusta, pero no ha
funcionado. Y en serio Lanie, prefiero que lo dejemos así – aquello era casi un
súplica.
-Lo siento, pero no. Quiero que
me cuentes porque no ha funcionado lo tuyo con un tío tan buenorro.
-Ok, no ha funcionado porque cada
vez que intentábamos irnos a la cama yo no podía. Simplemente no podía
acostarme con él. Me gustaban sus besos,
sus caricias, pero cada vez que estas se hacían más profundas yo me tensaba. Y
terminaba empujándole. No podía hacerlo – dijo sin hacer pausa para terminar
cuanto antes.
-¿Me estás queriendo decir que no
has podido acostarte con él? –preguntaba asombrada la forense.
-Eso es exactamente lo que
termino de decir.
-Ya, pero ¿cuál es la razón?
Porque digo yo que alguna causa tiene que haber.
-Cada vez lo que intentábamos
Richard aparecía en mi mente. Su sonrisa, la forma en que él me acariciaba, la
forma en la que me hacía el amor. Sus manos recorriendo mi cuerpo, sus labios
sobre los míos. Su voz diciendo que me amaba. Y entonces era consciente de que
el hombre que me estaba intentando hacer el amor no era él y no podía seguir –
rompía a llorar.
-Oh! Dios mío, Katherine aún le
amas – tomaba las manos de la agente entre las suyas acariciándolas.
-Nunca he dejado de hacerlo. Le
amo Lanie. Hace tiempo que soy totalmente consciente de que cometí el mayor
error de mi vida al marcharme de su lado.
Aquel había sido un día duro para Katherine
por fin había pronunciado en voz alta cuáles eran sus sentimientos respecto del
escritor, pero aquello no le había proporcionado la paz que tanto ansiaba. Se
marchó a dormir sabiendo que no había sido del todo sincera con respecto a lo
que había sucedido en DC, había una parte que aun no se sentía preparada para
contarla.
En aquel mismo instante en la
otra parte del mundo Richard estaba conociendo a los que iban a ser sus nuevos
compañeros de trabajo, para él el día hacía dos horas que había comenzado, en
Anantapur eran ya las nueve y media de la mañana del día siguiente.
-Richard ya sólo me queda presentarte a Kenya
– continuaba Henry con las presentaciones- Kenya es la máxima responsable del
Programa de Educación Especial.
-Mi jefa – sonreía Richard.
-Así es Richard ella es tu jefa –
sonreía el responsable de las presentaciones.
-Encantada de que estés aquí
Richard – mientras decía esto Kenya tendía su mano- Námaste. Si me das cinco
minutos podríamos ir a mi despacho y empezar a ver el trabajo que vas a
realizar con nuestros chicos.
-Námaste, estoy deseando comenzar
– le contestaba mostrando la mejor de sus sonrisas.
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