Amanecía en el pueblo, el canto del gallo
hizo que abriera los ojos, hasta sus oídos llegaban los sonidos procedentes de
la cocina, su madre debía estar preparando el desayuno para su padre. Desde el
regreso al pueblo ya nadie en esa familia pasaba hambre. Había vuelto la leche
para todos, el pan recién horneado, la nata untada en las rebanadas, los
chorizos, huevos, torreznos. Tal vez estaba siendo duro con sus padres, tal vez
ellos tenían razón y lo mejor para la familia había sido regresar.
Salió de la cama, y aun restregando
sus ojos bajó hasta la cocina. Allí sentado en una de las sillas se encontraba
su padre esperando a que su mujer le sirviera su plato de huevos con chorizo.
-¿No es un poco pronto para que ya
andes levantado? – Pedro acariciaba la cabeza de su primogénito, desde el regreso
el buen humor de su padre había regresado- Hoy después de la escuela si quieres
puedes venir a la fragua a ayudarme.
-Ya veremos padre, Don Anselmo me
dijo ayer que si quería ir a su casa para ayudarle con los fósiles, y eso es
mucho más interesante – Rocío miró con dureza a su hijo, Pedro estaba haciendo
un esfuerzo por volver a ganarse a su hijo pero éste parecía alejarse cada día
un poco más.
-Creo que es mejor que vayas con tu
padre. Y ya que estás levantado, ve a casa de mis padres a ayudar con las vacas
– ese sería el castigo impuesto por la madre.
-Deja al crío Rocío, tiene razón es
mucho más interesante mirar piedras que atender una fragua.
Gabriel no se quedó a ver la pequeña discusión
entre sus progenitores, regresó a su habitación y se vistió, saliendo de la
casa en dirección a la de sus abuelos.
Odiaba ocuparse de las vacas, los cerdos,
las gallinas, odiaba ir a la fragua. Ciertamente su corta estancia en Madrid le
había cambiado, aquellos meses en la capital le enseñaron todo lo que existía
fuera de aquel pueblo.
Mientras ayudaba a su abuelo a
cambiar la paja de las vacas y limpiar las cuadras, recordaba cómo hasta hacía
un año hacer aquello le encantaba.
Cada segundo que tenía libre, lo
pasaba en las cuadras, en las de sus abuelos o en las de su propia casa. Le encantaba
limpiar la paja, dar de comer a los cerdos, recoger los huevos que ponían las
gallinas. Después de aquello salía corriendo calle abajo hasta la fragua de su
padre, allí se sentaba a ver como éste alimentaba el fuego, como golpeaba el
hierro candente hasta darle la forma deseada. Por aquel entonces su padre era
su héroe.
Pero un día se marcharon, y entonces descubrió
que en la vida había muchas más cosas que vacas, cerdos, o hierros. Y él,
ahora, quería ese nuevo mundo.
-Gabriel, parece que estás en Babia. ¿Qué
sucede muchacho?
-Nada abuelo, todo está bien –
continuaba amontonando la paja.
-Anda deja eso, y cuéntame que
sucede. Antes te gustaba hacer esto con tu abuelo, pero ahora pareces hacerlo
obligado. Anda vamos al jardín y me fumo un cigarro – tomaba a su nieto por los
hombros y comenzaban a andar- Bueno cuéntame – sacaba la picadura y comenzaba a
liarse su cigarro.
-No es nada abuelo, de verdad – Gabriel
se sentaba en el poyato y agachaba la cabeza.
-A ver, nosotros antes teníamos
confianza, ¿ya no confías en tu viejo abuelo? – preguntaba sentándose al lado
de su nieto.
-No es eso, claro que confío en
usted. Es sólo que quiero vivir en Madrid – una lágrima rodaba por la mejilla
del chaval.
-¿Eso es todo? – Gabriel asentía-
vaya, así que la gran ciudad me ha robado a mi nieto – Gabriel miraba a su
abuelo sin terminar de entender a qué se refería- Recuerdo la mañana de vuestra
partida, tú llorabas y asegurabas que en cuanto tuvieras vacaciones vendrías a
ayudarme con los animales, y que convencerías a tus padres para regresar. Y ahora,
casi un año después no quieres vivir en el pueblo. La ciudad te ha mostrado lo
que tiene y has escogido aquello.
-¿Le parece mal? –preguntó levantando
al fin su cabeza.
-Ni bien ni mal, siempre he querido
lo mejor para mi familia. Y lo mejor era que regresaseis, no había necesidad de
que vivierais allí pasando estrecheces, cuando aquí tenéis de todo. Gabriel, eres
un chico listo, sé que tú tienes sueños, lo sé con sólo ver el brillo de tus
ojos, pero no pasa nada porque esos sueños se retrasen un poco si es por el
bien de la familia, ¿no crees que puedes esperar un poco?
Gabriel no contestó se quedó pensando
en lo que su abuelo le terminaba de decir, era cierto él aún era pequeño, tal
vez podría dejar pasar unos años hasta que regresase a la ciudad, su familia
parecía haber recobrado la alegría, tal vez debía conformarse con eso de
momento.
-Pero sólo serán unos años, luego
podré ir a estudiar a la ciudad ¿verdad abuelo? –contestó finalmente.
-Te lo prometo, si es necesario yo
convenceré a tus padres – contestó alborotando el pelo de su nieto. León
adoraba a aquel niño, le recordaba tanto a él.
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