Sufría el dolor nunca le había
sido ajeno, pero escondía ese sufrimiento. Nadie debía conocer su
vulnerabilidad, prefería escuchar que era un ser sin sentimientos.
¿Ser sin sentimientos? Si la gente conociera el grado de implicación
que tenía con el dolor ajeno se sorprenderían.
Cuando la gente caía, él también
lo hacía.
Cuando sangraban, él perdía su
preciado líquido rojo.
Cuando reían, él sentía como se
transformaba su rostro.
Pero nada de eso era visible para
el resto, él se guardaba todo sentimiento.
Aprendió desde que era un infante
que mostrar sentimientos era mostrar debilidad, al menos eso fue lo que le
enseñaron sus mayores. Desde el momento de su nacimiento había sido arrancado
de los brazos de su madre, y entregado a los mayores.
Según la profecía él sería el
aniquilador del señor de las tinieblas y por ello debía ser instruido según los
antiguos ritos. Según la profecía, el elegido nacería del agua. Él nació del
agua, eso le decían siempre, su madre era la molinera del reino, y nunca en
aquel molino había nacido un niño. Para los mayores, no hubo dudas él era su
elegido prometido.
Su adiestramiento comenzó desde
que fue arrancado de los brazos de su apenada madre. Eso implicaba que ya desde la cuna debían
borrar todo sentimentalismo que existiese en él. Toda muestra de cariño era
tenida por una debilidad además de creer que esas muestran corrompían su
cerebro.
Nunca había nota la usencia de
una madre, nunca había sabido lo que era una caricia de amor, un beso, una
sonrisa.
Un frío día de Enero eso comenzó
a cambiar, sentando en la orilla del gran lago contemplaba la oscuridad de sus
tierras, se preguntaba cuando habían comenzado a ser estériles, sombrías.
Recordaba los relatos de sus mayores contando la hermosura de aquellas tierras.
Mucho tiempo a tras todas aquellas tierras habían sido capaces de alimentar a
todo su reino, en los árboles ahora secos, anidaban cada año las más hermosas
de las aves, por entre los arboles corrían en libertad animales que él sólo
conocía por los dibujos de sus mayores.
-¿Cuál fue la ofensa para recibir
tan gran castigo? – lanzó la pregunta al viento.
Y el viento le trajo la
respuesta.
-Amado Rey, todo lo que la
tierra, el aire, el agua os concedía carecía de valor para vosotros, sólo
queríais acaparar más poder. No importaba si para eso debías quemar destruir el
reino de vuestros vecinos. No importaba si aquellas gentes aullaban de dolor,
vosotros continuabais con vuestra búsqueda de poder. Sólo os dimos lo mismo que
dabais, pensando que entenderíais, pero han pasado siglos y en vosotros nada ha
cambiado. Cada año, continuáis saliendo de vuestro reino buscando nuevas
tierras que saquear, nuevos enemigos que matar o torturar. Con cada campaña que
iniciáis vuestras antiguas hermosas y fértiles tierras oscurecen aún más.
-¿Qué debo hacer? –preguntó el
joven Rey.
-¿Qué es lo que realmente
queréis?
-Quiero ver felicidad en mis
hermanos, quiero ver alegría en cada casa, quiero que nuestros vecinos no nos
teman, quiero ver por una vez lo hermosas que mis tierras son.
-Muestra ese amor que posees en
tu interior, y tus sueños se harán realidad.
Y así fue, con cada sonrisa
mostrada, con cada mano tendida, con cada lágrima limpiada, la oscuridad
abandonaba su reino. Dejó de esconder toda su humanidad, mostrándola sin pudor.
Y la profecía se cumplió. Aquel
que nazca del agua traerá de nuevo la vida al reino terminando con el señor de
la oscuridad.
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