Hunt, tras cerrar la puerta
caminaba por el salón de aquella vivienda. Se detenía en medio y se giraba
hacía la detective, la cual seguía en la misma posición junto a la puerta.
-Kate, puedes estar tranquila no
he venido a hacerte daño, pero necesito hablar contigo.
Katherine se encaminó hacia la mesa
una vez junto a esta tomó el móvil entre sus manos.
-No lo hagas, no puedes llamar a
tus compañeros – Hunt se acercó hasta ella y le quitó el móvil de las manos- al
menos no, hasta que nosotros hayamos hablado. Hablemos y después tú decides lo
que hacer – decía él tendiendo la mano.
Tras pensarlo durante unos
segundos, Katherine aceptó aquella mano, sellando de aquella manera el trato.
-¿Cómo sabes mi nombre y mi
dirección? Supongo que Hunt ni siquiera será tu nombre.
-Desgraciadamente no puedo
facilitarte mi verdadero nombre, pero Jackson Hunt me gusta, así que es el que
uso. Llevo años vigilándote, desde que Richard entró en tu vida.
-Pero, ¿por qué?
-Tengo muchos enemigos, debo
tener protegida a mi familia. Y ello supone vigilarlos y hacer lo mismo con sus
relaciones. Además eras mi nuera, debía protegerte, como hacía con Martha,
Richard y Alexis.
-No soy tu nuera, por lo menos no
ahora – Kate se dirigía hacia la cocina para preparar café. Le iba a dar una
oportunidad de aclarar todo - ¿café?
-Por favor, sólo y sin azúcar.
Respecto a que no seas mi nuera, yo no lo tengo tan claro. Pero no estoy aquí
por eso, podemos retrasarlo todo lo que queramos pero ambos sabemos lo que me
ha traído hasta tu casa.
-Has matado a dos personas, a
tres si contamos al secuestrador de Alexis – dejaba la taza con el café de él
sobre la mesa- Soy policía, debo detenerte y llevarte ante la justicia.
-He matado a muchas más personas
– tomaba la taza y aspiraba el aroma antes de dar un primer sorbo.
-Sólo me interesan las que has
matado en mi jurisdicción.
-Eran culpables, no se merecían
nada mejor. Al secuestrador le torturé hasta obtener la localización de mi
nieta, no podía permitir que le hicieran daño, no por actos cometidos por mí.
-¿Pero era necesario matarle? –
Continuaba ella- obtuviste las respuestas, podrías haberle dejado con vida.
-Te equivocas, vio mi rostro, no
podía correr riesgos. La vida de mi nieta dependía de ello, y con el paso de
las horas la de mi hijo también. Hice lo que fue necesario para poder mantenerme
con vida y salvar a mi familia.
-Y los chicos de Columbia, ¿era
necesaria tal brutalidad? Nadie te había visto podrías haber avisado a la
policía.
-No, ¿y dejar que unos abogados
hubieran logrado evitar una cadena perpetua o una pena de muerte? ¡Nunca! mi
nieta estaba en la cama de un hospital, se había debatido entre la vida y la
muerte, y habían matado a muchos chicos. Sólo hice justicia. Puede que me
excediera en las formas pero no me arrepiento de lo que hice.
-Ahora entiendo todo. La negativa
de Richard a colaborar en la investigación, su defensa de los asesinatos. Él
sabía que el responsable eras tú, por eso se negó a colaborar. Es tu cómplice –
decía en un tono de voz más elevado del normal- dios, él sabía todo y no te
detuvo.
-Te equivocas, él no supo lo que
hice hasta que le informasteis de las muertes.
-Da lo mismo, no te entregó, para
la ley es cómplice de los dos asesinatos. ¿Sabes cuantos años pasará en la
cárcel? Tanto pensar en proteger a tu familia y has hecho que tu hijo termine
siendo un delincuente – dijo mientras abofeteaba a Hunt- pasará no menos de 20
años en la cárcel. ¿Ha merecido la pena?
-Te equivocas en muchas cosas.
Para empezar no tienes nada que me sitúe en la escena del crimen, no existe una
razón por la que un anciano como yo haya matado a esos dos jóvenes.
-Sí hay una razón, ellos
atentaron contra tu nieta, es razón suficiente. Me costará lograr las pruebas,
pero terminaré haciéndolo. Siempre lo logro. Yo cazo asesinos, y nunca se me
escapa ninguno.
-Ya, pero aunque pudieras hacer
eso que dices, cosa que dudo, te olvidas de una cosa. Mi detención lleva
pareja, la de Richard. ¿Le vas a mandar a la cárcel? Piénsalo Kate, si me
detienes, tendrías que detenerle a él también, ¿estás dispuesta a destrozar la
vida del hombre que amas? Gracias por el café, ahora debo marcharme. Tú
decides. Te dejo mi número de móvil estará activo sólo durante cuatro días. Es
el tiempo que tienes para decidir qué hacer.
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Richard charlaba con Alexis, con un café entre
las manos. Uma y Lask habían ido a pasar la noche a casa de su abuela.
-¿Cómo está?
-Muy bien, exactamente igual que
hace unos meses. Te manda un montón de besos.
-¿Podré verle?
-No lo sé cariño, ya sabes que no
quiere poner a su familia en peligro – la joven pelirroja se entristecía al
escuchar aquello- pero se lo preguntaré.
-¿Le vas a ver nuevamente? –
Richard asentía- podría verle de lejos, me conformo con eso.
-Lex, ya te he dicho que se lo
preguntaré. Queremos que se sienta seguro para poder verle de vez en cuando.
El timbre de la puerta hizo que
ambos se giraran hacia allí.
-¿Esperas a alguien?
-Yo no, ¿y tú? – preguntaba
Alexis.
-Tampoco. Bueno será mejor que
vaya a ver quién es.
Nada más abrir la puerta la
persona entró como un ciclón.
-Dime que no sabías nada.
-¿Perdona? – decía él un tanto
alucinado.
-Dime que no tienes nada que ver,
que no fue idea tuya.
-No sé de qué estás hablando –
contestaba él con el picaporte de la puerta aún en sus manos.
-¡Kate! Me alegro de verte –
decía la pelirroja llegando a su altura- pasa, ¿quieres un café?
-Hola cariño, me alegro de verte,
pero he venido a hablar con tu padre. Richard, ¿podemos ir a tu despacho? – se
dirigía hacia allí sin esperar contestación.
-Papá, ¿qué has hecho? Se la ve
realmente enfadada.
-No he hecho nada. No sé qué
querrá – contestaba encogiéndose de hombros.
-Será mejor que vayas a ver, y yo
que tú tendría cuidado- su padre la miraba intrigado- recuerda que ella va
armada.
-Muy graciosa, realmente eres muy
graciosa.
-Castle ¿vienes o qué? –
preguntaba la detective desde el despacho.
-Se puede saber, ¿por qué
irrumpes de esta forma en mi casa? – decía él entrando y cerrando la puerta de
aquella estancia.
-Sólo dime que no tuviste nada
que ver – repetía como un mantra la detective mientras miraba por la ventana.
-Beckett, de qué narices estás
hablando – le preguntaba mientras la giraba.
-Por favor, sólo dime que no
mandaste asesinar a esos chicos – una lagrima asomaba en los ojos de la
detective.
Richard la soltaba y se alejaba
de ella, dejándose caer en su silla.
-Beckett, ¿en serio me estás
preguntando si tuve algo que ver con esas muertes? No me puedo creer que me
hagas esa pregunta, creía que me conocías – se defendía él tratando de sonar
convincente.
-Castle, no has contestado a mi
pregunta. ¿Le dijiste a Hunt que les matase?– Richard se sorprendió al escuchar
ese nombre en boca de ella-
-¿Dónde has escuchado ese
nombre?, ¿qué sabes de esa persona? – preguntaba mientras se acercaba hasta
ella.
-Sé que es tu padre, sé que os
encontrasteis hoy, sé que fue él quien asesinó a los chicos del atentado en
Columbia, lo que no sé es si tú tuviste algo que ver con esos asesinatos. Sé
todo eso, porque esta mañana os vi juntos, porque su cara me sonaba de algo y
recordé que era la misma persona que los testigos habían visto en el caso del
secuestro de Alexis, y porque él ha venido hace un rato a mi casa. Ahora, ¿vas
a contestar a mi pregunta?
-¿No sabes la respuesta?
-Hace tiempo habría jurado que no
tenías nada que ver, pero durante el secuestro de Lex me demostraste que por
tus seres queridos harías cualquier cosa. Así que sí, tienes que contestar.
-No, no le dije que les matase si
es eso lo que quieres saber – vio como la detective soltaba todo el aire que
había retenido- pero no me parece mal lo que hizo. Puede que las formas no
fuesen las más correctas, pero entiendo el fondo. Esos dos jóvenes junto con el
que se suicidó, mataron a un montón de chicos inocentes, e hirieron a otros, mi
hija estaba entre los heridos su vida corrió serio peligro. No veo mal que les
matase, sólo hizo justicia.
-Dios Castle, eso no es justicia,
eso es venganza. No puedo creer que estés conforme con lo sucedido – decía un
tanto asqueada la detective.
-No me juzgues, tú menos que
nadie debes juzgarme – Katherine le miraba sorprendida- Te has pasado muchos
años de tu vida buscando al asesino de tu madre y no precisamente para llevarlo
ante la justicia. Querías matarlo tú misma, así que ahora no te atrevas a
juzgarme.
-Pero no lo hice – se defendió
ella.
-No, claro que no. Pero sólo
porque yo estaba allí para hacer que cambiaras de idea, si no el senador
estaría muerto. Tú mejor que nadie deberías entender mi desesperación y la de
Hunt, sólo queremos proteger a nuestros seres queridos – decía acercándose
hasta ella e intentando coger su mano.
-No me toques – decía ella
separándose de él.
-Kate, ¿de verdad crees que él
hizo mal?
-Mi trabajado es detenerle, no
decidir si hizo bien o no al asesinarles.
-Ya, pues haz tu trabajo y
déjanos en paz.
-No lo entiendes, si le detengo a
él, también tengo que detenerte a ti como su cómplice. Sabías quien era el
asesino y callaste, eso en un caso de asesinato te convierte en su cómplice –
decía rota por el dolor.
-Pues detenme, y terminemos con
esto.
-No lo entiendes, no puedo hacer
eso – decía dejándose caer junto a la pared- no puedo detenerte, no puedo –
decía mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
-Kate – se acercaba hasta ella y
se sentaba a su lado.
-Rick, no puedo, no puedo
destruir la vida del hombre al que amo. Te amo, te amo tanto que me duele. Sé
que te he perdido, pero no por ello he dejado de amarte – apoyaba su cabeza en
el pecho del escritor.
Richard se sentía incapaz de
alejarse de ella, no podía dejarla en aquel estado, sentía la necesidad de
abrazarla, acunarla y decirle que todo iría bien, que él aún la amaba que no
todo estaba perdido, pero sus pensamientos nunca salieron de su cabeza. Tan
sólo la abrazo como si en ello le fuera la vida.
Tras más de media hora en aquella
postura, el escritor separó un poco el cuerpo de la detective, tras eso se puso
en cuclillas y la tomó en brazos levantándose con ella. Como pudo abrió la
puerta del despacho y se encaminó a su habitación.
-Papá, ¿todo bien? –preguntó
Alexis al verles salir.
-Sí cariño, pero Kate está
dormida, la voy a dejar en la cama para que descanse, yo dormiré en el cuarto
de Uma.
Tras ver a su padre entrar en su
habitación con Kate en brazos, una sonrisa se instauró en el rostro de la joven
pelirroja.
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Uma se levantó a media noche,
miró como su hermana pequeña continuaba dormida y decidió ir a la cocina a por
un vaso de leche.
-Abuela, ¿aún despierta? –
preguntaba la joven al ver a Martha en el salón.
-Sí, para mí es temprano, ¿qué
haces tú levantada?
-Me desperté y me apeteció leche,
no tengo sueño – contestaba sentándose junto a Martha tras servirse la leche.
-Pues, quédate un rato junto a
mí.
-Abuela, ¿crees que papá ama a
Kenya? –preguntó directamente Uma.
-Vaya, ¿y esa pregunta? –estaba
un tanto sorprendida.
-Quiero a Kenya, siempre ha
estado con nosotras.
-¿Entonces?
-El otro día encontré una foto de
papá con la detective Beckett, buscaba folios para un trabajo y en un cajón
encontré la foto. Se les ve sonreír, felices. No es la misma sonrisa que tiene
cuando está con Kenya.
-Ya, verás Richard y Katherine
son especiales – Uma la miraba sin entender que significaba aquello- verás se
conocieron hace seis años, cuando Rick era el principal sospechoso en un caso
de asesinato.
-Lex me contó la historia – la
joven interrumpía a su abuela- pero, ¿por qué dices que son especiales?
- Siempre estaban para el otro.
Daba igual que se hubieran peleado, él tuviera pareja o que la tuviese ella, si
el otro le necesitaba dejaría todo y saldría corriendo. Juntos desprendían una
energía increíble. A eso me refiero con que son especiales.
-Ya, pero pese a todo eso, ella
rechazó su proposición y aquello hizo que él se marchase.
-Cariño, ella sólo sintió miedo.
-¿Miedo? ¿De papá? – preguntó con
miedo.
-No, no de papá. Miedo de sus
sentimientos. Le daba miedo todo lo que sentía por tu padre, y eso provocó que
no tomase la decisión correcta. Le dio miedo despertarse un día y ver que todo
había sido un sueño.
-Tuvo miedo de perder a papá y
eso hizo que le perdiera. Suena absurdo – terminaba Uma.
-Cierto, parece absurdo que
alguien tenga miedo a perder a la persona que ama y eso haga que tome
decisiones que precipiten ese final. Pero es lo que sucedió.
-Vale, volviendo al principio.
¿Crees que tu hijo está enamorado de Kenya?
-Con todo lo que Alexis te contó
y todo lo que nosotras hemos hablado, ¿cuál sería tu respuesta?-preguntaba la
abuela.
- Creo que papá se siente a
gusto, cómodo en esa relación, le es fácil. Pero no he visto la sonrisa que
aparece en la foto con Kate – se calló pensando durante unos segundos- No está
enamorado, se siente cómodo.
-Chica lista, tú sola has llegado
a la conclusión- besaba la cabeza de su nieta.
-¿Crees que aún ama a Kate? –
preguntaba a su abuela.
-No lo sé cariño, a esa pregunta
no tengo respuesta. Pero sí sé que ella ama con locura a tu padre.
-Ya. Me voy a la cama, abuela –
se levantaba y llevaba el vaso a la cocina.
-Uma, no te conozco desde hace
mucho, pero sé que ahora mismo estás dándole vueltas a algo. ¿Me lo quieres
contar? – decía acercándose a su nieta.
-Cuando conocí a Castle, me
pareció un alma perdida, podías verle a menudo con la mirada perdida. Cuando
querías hablar con él en horas fuera de clase siempre le podías encontrar
sentado bajo un árbol, con una libreta en la mano que cerraba nada más sentir
que alguien se le acercaba – Martha comenzaba a llorar al imaginarse el dolor
de su hijo- Se esforzaba por no enseñar su dolor, estar con Kenya le hacía
bien, y poco a poco aquella mirada perdida fue desapareciendo.
-Kenya le ayudó a superar la
ruptura.
-Sí, por eso digo que está
cómodo, se siente protegido. Kenya alejó sus fantasmas. Pero ahora han vuelto –
Martha la miró sin entender a qué se refería- desde la noche que habló con la
detective su mirada ha vuelto a cambiar y ahora no está Kenya.
-¿Crees que vuelve a sufrir?
-No, sólo creo que no sabe qué
hacer ahora – contestaba encogiéndose de hombros.
-Querida, decida lo que decida,
nosotras debemos estar a su lado. Y ahora, ve a dormir, es muy tarde – besaba a
su nieta- hasta mañana cariño.
-Hasta mañana abuela.
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Se despertó en mitad de la noche,
el silencio imperaba en aquella habitación, supo al instante donde estaba, no
hizo falta que abriera los ojos.
Reconocería aquel olor en cualquier lado, hundió la nariz en la almohada
y aspiró profundamente, una lágrima rodó por su rostro.
Sabía que era imposible, pero aun
así estiró el brazo palpando el otro lado de la cama, no había nadie.
Lentamente fue abriendo los ojos al tiempo que se iba girando. Su cama, su
habitación, se incorporó quedando sentada con la espalda apoyada en el cabecero
de aquella cama. No recordaba haber llegado hasta allí, lo último que recordaba
era ella con su cabeza apoyada en el pecho de él y ambos sentados en el suelo
del despacho.
Lentamente se fue levantando, no
encendió la luz, conocía de sobra aquella estancia. Se dirigió al servicio.
Dio la luz, miró el reflejo que
le devolvía el espejo de aquel baño. Era ella, libre de muros, libre de capas,
pero era sólo ella. En aquella imagen faltaba él. ¿Cuántas veces, él no se
había levantado tan solo para darle un beso de buenos días cuando ella aún
estaba envuelta en la toalla? Pero de eso, ahora, parecía hacer una eternidad.
Miró aquel reflejo y sonrió. Costase lo que costase, aquel espejo volvería a
mostrar a ambos juntos y felices. Con esa promesa regresó a la habitación.
No sabía qué hacer. Vestirse y
salir de aquella casa como una fugitiva o regresar a su cama. Caminaba por
aquella estancia, tocando con las yemas de sus dedos la coqueta, la mesilla.
Abrió el armario, su ropa, tomó una camisa entre sus manos y aspiró, una nueva
sonrisa se instaló en su rostro.
Definitivamente se quedaría a
dormir, pero necesitaba una camiseta. Cerró el armario, dejando la camisa en su
lugar y se encaminó a la cómoda. Abrió el segundo cajón, allí donde él guardaba
las camisetas de dormir, y sacó una, cerraba el cajón cuando algo llamó su
atención. Allí, justo en aquel cajón, él guardaba aun una camiseta de ella, y
una foto de ambos. Sonrió, tal vez, aun había esperanza.
Ahora tenía dudas, si él la veía
dormir con una camiseta, sabría que había abierto aquel cajón, tal vez sería
mejor dejar todo como estaba y dormir con lo que llevaba puesto.
Colocó todo nuevamente, y regresó
a su cama, la de él, la de ella, la de los dos.
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El agua templada caía sobre su
cuerpo, notaba como se iba relajando cada músculo de su cuerpo, le sintió antes
de verlo.
-¿Qué haces?
-Darte los buenos días –contestó.
Se quitó su pijama y entró en la
ducha pegándose a ella, la abrazaba fuertemente, sus labios se posaban en los
de ella sellando su boca. El agua corría por sus cuerpos.
Deslizó sus manos por la espalda
de ella hasta agarrar sus glúteos. Sus bocas estaban desesperadas por besarse
sin control.
-Rick – gimió Kate al sentir los
labios de él recorrer su cuello.
Richard tomó la esponja y comenzó
a enjabonarla, comenzó por los hombros, lentamente fue bajando por el torso de
la detective. Los ojos de ambos estaban fijos en el otro, mientras sentían como
el deseo crecía en su interior.
Siguió bajando por su vientre
hasta llegar a su centro, soltanado la esponja comenzó a recorrer con sus dedos
el clítoris de Kate, no podía dejar de acariciar aquel cuerpo que le volvía
loco.
Los pechos de ella subían y bajan
por el deseo que la consumía. Rick tomo entre sus manos los pechos de Kate,
presionando con sus dedos los pezones erectos de ella. Comenzando nuevamente a
besarse apasionadamente, sentían el calor de sus pieles aun estando bajo el
agua.
-Kate, te deseo tanto – dijo él
con la voz ronca por el deseo que le consumía.
Se inclinó para tomar entre sus
labios los pezones de ella, lamía y mordía uno de los endurecidos pezones de
Kate mientras el otro era apretado por una de sus manos.
-Rick – gemía ella.
La mano libre del escritor bajó
hasta el clítoris de ella, sus dedos comenzaron a masajearlo, notando lo
abultado que estaba, la penetró con dos dedos, al tiempo que su boca se perdía
por su cuello.
Kate arañaba la espalda del
escritor y sus caderas se pegan más aun a él.
-Te necesito dentro ya –
suplicaba ella.
Richard la alzó tomándola por los
muslos, ella le rodeo con sus piernas la cintura del escritor al tiempo que él
la penetró de un solo golpe, profundamente.
Kate apoyo su espalda en la pared
haciendo así que él la penetrase más profundamente, sus empujones eran lentos
y cada vez más profundos y más fuertes,
los gemidos de ambos crecían con cada embestida.
-Más rápido, mi amor – suplicaba
ella.
Richard aceleró el ritmo de cada
embestida, hasta que sintió como los músculos de la vagina de ella se contraían
sobre su pene. Las uñas de la detective se clavaron en la espalda del escritor
al tiempo que él dejaba salir su semen dentro de ella.
Volvieron a besarse, despacio,
con infinito amor.
-Buenos días mi amor – dijo al
fin el escritor.
El sonido del despertador le hizo
abrir los ojos de golpe, y darse cuenta de que aquello tan solo había sido un
sueño, notó los efectos que el mismo había tenido sobre su pene, tenía una
tremenda erección. Salió de la cama y se encerró en el baño, necesitaba aliviar
aquella erección antes de ir a la habitación donde había dejado dormir a Kate.
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Hunt observaba desde el parque,
vio como las niñas salían del edificio y se subían a un taxi, que esperaba
frente a la puerta de entrada, dejó pasar unos minutos y entonces decidió
subir.
Aquella sensación era rara en él,
por extraño que pudiera parecer estaba nervioso. Se rio al entenderlo, él
nervioso, él que ponía su vida en peligro casi a diario se encontraba nervioso
por estar frente a aquella puerta. Tocó el timbre esperando que le abrieran,
sabía que ella estaba en casa, así que la tardanza en abrirle le estaba
poniendo aun más nervioso. Finalmente la puerta de aquella casa se abrió para
él.
-Buenos días ¿desea algo?
-Buenos días Martha,
-Dios mío, no puede ser – fue lo
único que a la mujer le dio tiempo a decir antes de perder el conocimiento.
Él la sujetó evitando que cayese
al suelo, la alzó y se dirigió al sofá del salón, la tumbó con toda dulzura.
Se acercó hasta la cocina y
preparó un té, regresando al salón cuando estuvo listo y sentándose a esperar
que ella regresara.
-Hola – dijo cuando ella comenzó
a abrir sus ojos.
-Dios mío, ha sido real –
intentaba incorporarse siendo detenida por las manos de él.
-Sí Martha, ha sido real. Me
alegro de verte.
-¿Qué haces aquí?
-Verte, quería verte.
-¿Verme? Han pasado muchos años,
años en los que pudiste venir a verme – volvía a intentar incorporarse.
-Martha, estate quieta, aún
podrías sufrir un desmayo.
-Dios, esto no puede ser real. Me
dejaste tirada, nunca más volví a verte, y ahora estás aquí. Aquí, en mi salón,
diciéndome que quieres verme. Has tenido más de cuarenta años para verme, pero
no lo has hecho.
-Te equivocas. Te he visto
infinidad de veces, te vi al salir del hospital con nuestro hijo en brazos, al
llevar a Richard al cole en su primer día, el día que se graduó, cuando
estrenaste La gata sobre el tejado de cinc…
-¿De qué estás hablando?
–preguntaba sentándose.
-Martha, te he visto cada año desde
aquel día en el que tuve que salir corriendo. He visto como nuestro hijo
crecía, se convertía en un escritor famoso, en padre de una jovencita adorable.
He visto como has seguido buscando el amor y cómo éste te continuaba siendo
esquivo – hablaba él mientras le tendía la taza de té- Tómalo, te sentará bien.
-Alexander, me estás diciendo que
me has visto, me estás contando cosas de mi vida, de la vida de mi hijo. ¿Por
qué no volviste? – preguntó ella con
lágrimas en los ojos.
-No podía, tenía que conformarme
con verte, perdón, con veros unos pocos días al año – contestaba agarrando la
mano de aquella mujer.
-¿No podías?, pero sí podías
vernos cada cierto tiempo – soltaba su mano y se levantaba de aquel sofá.
-Martha, no podía, no podía
regresar. No podía hacerlo sin poneros en peligro. Tengo muchos enemigos que
harían cualquier cosa por matarme. Sólo os estaba protegiendo. Sois lo más
importante de mi vida y si para protegeros tenía que apartarme de vosotros lo
haría. Pero nunca os he dejado solos, de eso puedes estar segura.
-¿Matarte? – preguntaba entre
sorprendida y reticente.
-Sí, matarme.
-Alexander, ¿en qué trabajabas?
-No importa – contestaba él- Sólo
quería que supieras que nunca he dejado de amarte, que eres la mujer de mi
vida. Richard es un gran hombre, y eso es gracias a ti. Mi nieta mayor, es una
joven estupenda. Y las pequeñas, son adorables.
-¿Cómo sabes todo eso? Y claro
que importa saber en qué trabajabas.
-Lo sé porque como he dicho,
siempre he estado con vosotros.
-Contesta – insistía ella.
-CIA.
-Oh, dios mío – se dejaba caer
sobre el sofá.
-Lo siento, aquella mañana me
enteré que la misión que creía finiquitada, seguía activa. Tuve que salir
corriendo, cuando pude regresar tenía demasiados enemigos persiguiéndome y tú
estabas embarazada, no podía permitir que os pasase nada- se sentaba junto a
ella- Sólo espero que puedas perdonarme.
-Alexander, no es todo tan fácil.
No puedo decir ahora, tranquilo todo está bien. Me llevará un tiempo aceptar
todo.
-Lo sé, o lo intuía. Richard me
dijo que no sería fácil.
-¿Conoces a nuestro hijo? –
preguntó sorprendida.
-Sí, le he visto varias veces. La
primera fue cuando…
-Fuiste tú – le interrumpió- Tú
fuiste quien ayudó a Richard a rescatar a Alexis.
-Sí, fui yo. Y nuestra nieta fue
secuestrada sólo para hacerme salir. Por eso digo que lo mejor para todos es
que esté lejos de vosotros. Pero – tomaba las manos de Martha entre las suyas-
no quería volver a irme sin verte y decirte que pasen los años que pasen,
siempre te amaré.
-No te vayas, no aún, quédate
hasta que nos conozcamos de nuevo, hasta que nuestras nietas de conozcan. No te
vayas – insistía ella.
-No puedo, no puedo poner a mi
familia en peligro.
-Sólo un día – suplicaba ella.
-Sólo un día, luego me iré –
contestó abrazándola.
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