LOS DIOSES
Ese día empezó siendo tranquilo, la gente del pueblo estaba en el
mercado como cada miércoles, los soldados haciendo guardias en las murallas,
los niños jugando y corriendo en el patio de la fortaleza, los Duques de Calibri
estaban en el gran salón decidiendo el matrimonio de su hijo mayor, Jerónimo,
con la hija de los Condes de Estrada, Shara. Mientras, en la habitación de la
duquesa su segundo hijo Rafael, dejaba en un jarrón las flores que había cogido
para su madre.
Parecía mentira que tan sólo tres meses atrás se hubiese
librado una terrible batalla entre los seguidores del Rey Eduardo I el
conquistador, y los del Duque de Falcón, hermanastro del rey, la gran batalla
puso fin a una guerra que ya duraba 7 años, y al final el rey salió victorioso,
su hermanastro fue derrotado y asesinado en la batalla, sus tierras repartidas
entre los fieles al rey, sus hijos se convirtieron en simples siervos de
señores feudales y sus hijas pasaron a ser simples sirvientas.
Así estaban las cosas cuando la duquesa rompió aguas, las
sirvientas llamaron a la partera y todo se precipitó. En el cielo hasta ese
momento brillaba un sol esplendido como hacía meses que no se veía, y de
repente el sol se escondió, se hizo de noche siendo tan sólo las 12 del medio
día.
El parto se empezó a complicar, la duquesa perdía mucha
sangra y el bebé no acababa de salir, la partera ya no sabía qué hacer, habían
pasado 4 horas y eso no era normal siendo el quinto parto de la duquesa. El
duque paseaba apesadumbrado por el gran salón, lo que más quería en este mundo
era a su esposa y la idea de perderla le volvía loco, en un momento de locura
como más tarde él recordaría bajó a las mazmorras del castillo y abrió una
pesada puerta entrando en una pequeña sala esculpida en las rocas, y allí
suplicó a los dioses prohibidos, los dioses de sus ancestros, que si salvaban
la vida de su amada esposa les ofrecería como siervo al recién nacido. Lo juró
con su propia sangre, cogió su daga y haciendo un pequeño corte en su mano
derecha dejó que unas gotas de su sangre cayesen en la antigua pila, que en
otros tiempos se usó para las ofrendas y sacrificios, hecho esto regresó.
Os preguntareis, la
razón de tanto misterio, si sólo estaba “rezando”. El problema es que los fieles
de la antigua religión eran perseguidos y condenados a muerte, era alta
traición seguir con la religión de los viejos dioses, y la pena por esa
traición era la muerte. Hacia dos generaciones que se decidió acabar con los dioses
antiguos, se afirmaba que era una religión sangrienta, llena de sacrificios
humanos y magia, el consejo real tomo la decisión de aniquilarla y eso sólo se
consiguió acabando con sus seguidores.
La partera le informó de que la duquesa había tenido una
niña, Susana, y ambas se encontraban bien, cosa que no entendía la buena mujer,
ya que la duquesa estuvo a punto de morir y con ella su bebé, pero de repente
todo mejoró.
A muchos kilometro de allí una mujer, esposa de un simple
pastor, se afanaba en recoger leña, volvía cargada, llegaba hasta su choza
dejando los maderos junto a la entrada. Se sentía mal, cansada, así que decidió
entrar y tumbarse a descansar un rato antes de acercarse hasta el río para
recoger el agua que usaría a lo largo de ese día.
Una vez tumbada se daba cuenta de que había roto aguas, era
su primer parto y estaba sola en su humilde choza. En el momento en que se puso
de parto, una gran nube negra cubrió el cielo
que hasta ese momento tenía un bello color azul. La joven estaba
realmente preocupada, suplicaba al dios de sus antepasados que todo saliese
bien que su bebé naciese sano, que su marido volviese pronto para estar con
ellos.
En los bosques que rodeaban su choza se oían los aullidos de
los lobos, aullidos cada vez más cercanos. El cielo se rasgó y una gran cortina
de agua iba cayendo, el viento soplaba cada vez con más fuerza, haciendo que la
pequeña choza crujiese de forma alarmante, el final era casi seguro, si la lluvia
y el viento no cesaba la choza no aguantaría mucho mas, los lobos seguían
acercándose, ¿ que sería de ella y de su bebe? Marta suplicó a los dioses de
sus antepasados, si lograban sobrevivir les entregaría su bien más preciado, su
hija recién nacida, les pertenecería sería su fiel servidora, su niña Loreto.
De la misma forma que la gran tormenta había comenzado ésta
desapareció, los aullidos dejaron de escucharse, el viento cesó.
Lo único que se escuchaba en aquel bosque era el llanto de un
recién nacido, Marta miraba sonriendo a su hija, en aquel instante su marido
abrió la choza encontrando una bella estampa, su mujer sostenía en sus brazos
un bebé.
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