Silencio era lo que se respiraba en
aquella vivienda tras lo dicho por Gabriel, su padre se puso en pie y sin tan
siquiera comer se marchó de allí.
-Pedro, ¿a dónde vas?
-Necesito pensar, no te preocupes
mujer.
Sin mirar tras de sí abandono la
corrala, sus pasos le llevaron hasta la plaza de la Cibeles, allí se conjugaba
a la perfección lo que era aquel Madrid. Junto a los carros tirados por
caballos, podían verse los tranvías e incluso algunos vehículos de motor. Pedro
se paró mirando todo aquello, el edificio del Banco de España, el de Correos,
el Palacio de Linares, las mujeres caminando tomadas del brazo de sus maridos
protegidas del sol de Madrid bajo sombrillas.
Sus pasos le llevaron hasta el Hotel
Palece, a sus puertas esperaban los carros de caballos, lujo en estado puro y
justo un poco más adelante una cigarrera, eso era Madrid. Un poco más arriba el
Congreso de los Diputados, con la calle adoquinada, y sus leones presidiendo la
entrada.
Debía regresar a Cascorro, en nada de
tiempo volvía a tener que trabajar. Los antiguos mataderos de la zona se
estaban ya trasladando a la zona de Legazpi, se empezaba a hablar de que en el
solar del Cerrillo se iba a construir la Tenencia de Alcaldía de la Arganzuela.
En la Plaza de Cascorro, presidida
por la estatua de Eloy Gonzalo se paró fijándose en la churrería de la “seña”
Engracia y no pudo evitar sonreír al recordar lo acaecido hacía tan sólo unos
meses.
Fue una mañana de domingo, aún hacía
buen tiempo, se podía dormir con el ventanuco abierto, Rocío fue la primera en
despertar. Salió de la cama despacio, no quería despertar al resto de su
familia, se fijó en lo tranquilo que parecía su hijo mayor durmiendo, odiaba
tenerle durmiendo en el suelo. Aquella visión le hizo tomar una decisión, aquel
sería un domingo especial, haría lo posible porque se pareciese a los domingos
vividos en el pueblo.
Puso el perolo en el fuego y fue
desmigando el chocolate, se fijó en que no tenían mucha leche y negó con la
cabeza. En el pueblo nunca tuvieron problema con eso, ellos tenían vacas
lecheras así que cada mañana bebían leche recién ordeñada. Dejó el chocolate derritiéndose,
y se acercó hasta su abrigo. Sacó su monedero y contó el dinero, no llegaba
para todo. O compraba churros o compraba leche, decidió que los churros les
harían más ilusión a los niños. No había otra, el chocolate quedaría más
espeso.
-Madre, ¿qué hace? –preguntó Gabriel
llegando hasta ella.
-¿Qué haces tú levantado? – besó con
ternura el rostro de su hijo.
-Me hacía pis, madre. ¿Y usted qué
hace?
-Voy a preparar un rico desayuno,
chocolate con churros – en la cara del pequeño apareció una gran sonrisa.
-Pero no tenemos churros – dijo él
con tristeza.
-No, pero los vamos a comprar. Mira ya
que estás levantado, irás tú a por ellos – Rocío se giraba nuevamente y sacaba
el monedero- toma, dile a la “señá” Engracia que te de 1 peseta de churros.
Gabriel se puso sus pantalones, su
camisola y sus alpargatas y salió contento de la casa. Lo primero fue ir a
hacer pis y después a la fuente a la lavarse la cara y las manos, después puso
rumbo hacia la plaza de Cascorro.
Las floristas colocaban sus puestos,
las cerilleras los suyos, Madrid a esas horas comenzaba a tener vida.
-Pero ¿dónde va tan pronto el niño
más simpático de Madrid?
-Buenos días tío Pelín, voy donde la “señá”
Engracia.
-Vaya, vaya, entonces hoy no querrás
mi barquillo – decía enseñándole ya uno.
-Claro que quiero, son los más ricos
de todo Madrid – decía el niño acercándose y tomando con sus manos el barquillo
ofrecido- Gracias, tengo que irme.
Gabriel continuó su camino al tiempo
que daba buena cuenta del barquillo regalado.
-Buenos días “señá” Engracia – dijo al
llegar a la churrería.
-Buenos días, nos de dios –contestó la
mujer- ¿Qué quieres mozalbete?
-Dice mi madre que me ponga 1 peseta
de churros – decía enseñando el dinero.
-¿Estáis de celebración hoy?
-No, ¿por qué? –preguntaba el niño
algo asombrado.
- Por nada, por nada – la mujer ponía
los churros – aquí lo tienes granuja, procura no comértelos por el camino.
-Gracias, hasta otro día.
Caminaba mirando su paquete de
churros, se paró junto al antiguo matadero mirando entre los escombros, se
empinó un poco y al hacerlo uno de los churros se calló del paquete.
Tras dar una patada a una piedra por
la rabia que aquello le dio se agachó a recogerlo. Sopló un poco, y lo limpió
un poco más con el faldón de la camisa, se quedó mirando el churro y decidió que
sería mejor que se lo comiera él.
Aquello fue un error porque al
comerse el primero ya no pudo parar de comer.
Miraba desde el portal las escaleras
que subían a su casa, no sabía que diría a su madre.
Cuando abrió la puerta se encontró a
toda su familia sentada ya a la mesa esperando la llegada de los churros.
-Por fin has vuelto, sí qué has
tardado – dijo la madre.
-Seguro que se ah entretenido con los
vendedores del rastro – dijo el padre.
-¿Dónde están los churros? –preguntó la
madre al ver a su hijo con las manos en los bolsillos.
El niño agachó la cabeza, mirando la
punta de sus alpargatas.
-Contesta a tu madre – dijo el padre.
-No me los han querido dar – fue lo
que al final salió de su boca.
-Anda y eso ¿por qué?
-Madre, la “señá” Engracia dijo que
no le vendía churros a un mocoso como yo – contestó él levantando la cabeza.
-Pero bueno, ¿qué se habrá creído esa
mujer? Nuestro dinero es tan bueno como el de los demás – dijo el padre- Dame
la peseta que iré a comprarlos yo y ya de paso le diré cuatro cosas.
En aquel momento Gabriel supo que no
había sido buena idea mentir, porque no tenía dinero que dar a su padre.
-Es que no tengo el dinero – contestó
casi en un susurro.
-¿Cómo que no tienes el dinero?
-Es que se lo ha quedado la churrera –
decidió morir matando.
-A ver, que yo me entere, le diste la
peseta, ella se la quedó y no te dio los churros, ¿eso es lo que pasó? –
Gabriel asintió.
-Pero bueno, ¿tú te crees que somos
tontos? –dijo el padre al tiempo que le dio capón a su hijo.
-Pedro, no pegues al niño.
-Rocío que nos quiere tomar el pelo. Que
se ha comido los churros él y quiere culpar a la churrera.
-Lo siento, lo siento mucho. Es que
se calló uno al suelo, y decidí limpiarlo pero creí que aun estaba sucio y me
lo comí y después ya no pude parar – relataba entre llantos el pequeño.
El sonido del tranvía hizo que Pedro
regresase al momento actual, dejando en el recuerdo aquella travesura de su
hijo.
En aquel instante tomó la decisión,
volverían al pueblo, se terminaban las estrecheces padecidas en aquella ciudad.
Dios cómo me gusta ese Madrid, jajajajaja lástima que lo hayan embadurnado de alquitrán y los sitios más castizos, ya no sean reconocidos, aquellos vendedores ambulantes de todo tipo de mercancía, desde el agua en botijo fresquita, hasta el churrero que portando bajo su brazo aquella enorme cesta de mimbre vendía los churros y las porras recién hechas, jajajajaja
ResponderEliminarFuimos muchos los que aquí llegamos y muchos los que tuvieron que volver, lo mismo lo hagamos todos. Pero a pesar de ello nos llevamos nuestra parte vivida de Madrid. El Madrid que cada uno haya conocido y el que recibe a todo el que llega.