No tomó ni café, necesitaba salir
de allí, necesitaba salir de su propia casa. Allí dentro le costaba respirar,
su mente recordaba incesantemente aquel sueño. Tenía que salir de allí y poner
en orden todo lo que estaba sintiendo.
Caminando por las calles de
aquella ciudad, iba recordando todo lo que había pasado desde aquel día de
verano en la que su corazón había estallado en millones de pedazos.
Cuatro años había sido el tiempo
que había esperado a que ella le diera una señal, cuatro años en los que vio
como otros hombres eran los elegidos, en los que él trataba de olvidarla con
mujeres intranscendentes, mujeres que desde el principio sabía que no serán las
escogidas.
Cuatro años en los que hubo días
que dio todo por perdido, como aquel día en el que descubrió por casualidad que
ella recordaba todo lo que sucedió en el tiroteo, y descubrir aquello le hizo
creer que ella no sentía lo mismo, pese a todas las señales que ella le fue
ofreciendo durante aquel año.
Y cuando todo iba a terminar,
cuando él había tomado la decisión de dejar todo aquello tras de sí, ella le
insinuó que faltaba poco para poder dar el paso y sentir libremente su amor, y
aquello le hizo quedarse.
Se quedó junto a ella, todo
volvió a empezar, miradas, sonrisas, cafés, manos que se rozan, y entonces todo
estalló.
El pasado de ella, ese que cada
cierto tiempo reaparecía para poner su vida patas arriba, volvió, trayendo con
él la ruptura, esa que él decidió que sería la definitiva. No estaba dispuesto
a verla morir. Se fue, se alejó, le dolió pero sería peor verla morir, no
quería estar allí cuando eso sucediera.
Su decisión estaba tomada,
aquella noche todo terminó, ella sólo sería un recuerdo. Y entonces todo pasó,
sonó el timbre de la puerta, era ella. Ella rota por el dolor, le entregaba su
corazón, le decía todo lo que él siempre quiso escuchar.
Casi un año, eso fue lo que duró
su amor, ellos se encargaron de destruirlo con sus miedos, sus silencios.
Su rechazo le mató, el no de ella
cuando le pidió matrimonio fue el momento más doloroso de su vida. La mujer de
su vida le rechazaba, aquella con la que soñaba formar una nueva familia, le
rechazaba. Su peor pesadilla se había
hecho realidad, aquel año de amor terminó.
Y ahora, ocho meses después de
aquello, ella le repetía que le amaba, que le quería en su vida, que cuando le
rechazó cometió el mayor error de su vida.
Ahora que él había logrado que
aquel rechazo no doliera, cuando él había rehecho su vida, cuando había
descubierto que había otra forma de vivir, de amar, ella reaparecía y su vida
volvía a ponerse patas arriba.
Pero él estaba con Kenya, la
mujer que poco a poco había logrado borrar su dolor, él tenía dos hijas a las
cuales les debía dar todo su amor. Ya no era el hombre roto que salió de NY,
era otro totalmente diferente, había renacido, había madurado.
Una noche, sólo había hecho falta
ver el dolor de ella una noche para sentir nuevamente la necesidad de
protegerla de estar siempre a su lado. Una noche, saberla en su cama, había
traído hasta él toda clase de sentimientos, reflejados en aquel sueño.
Miró a su alrededor, sonrió,
estaba nuevamente en los columpios. Todo lo seguro que se sentía a su regreso
de la India, había desaparecido al sentirla allí. Ahora se sentía totalmente
perdido, no sabía que debía hacer.
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Sintió los rayos del sol sobre su
rostro, lentamente abrió los ojos, no había sido un sueño, estaba allí, estaba
en su cama. Su mente le jugó una mala pasada y le llevó a casi dos años atrás.
Otra mañana en la que se despertó en aquella cama, la primera de todas las que
vendrían más tarde. Recordó todo lo que pasó aquel día.
FLASBACK
La luz entraba tenuemente por la
ventana, aún era temprano, antes de abrir sus ojos una sonrisa se dibujó en su
rostro. Bajo su mano notaba el latido del corazón de él, bajo su pierna estaba
la de él, abrió sus ojos y se encontró con el rostro de él dormía tranquilo, le
colocó un mechón de pelo que le impedía verle en todo su esplendor. Retiró despacio
su mano del pecho de él y acarició su bello rostro, dibujando con sus dedos el
contorno de sus ojos, nariz, su boca, su mentón. Sonrió, se sentía plena,
feliz. Salió despacio de aquella cama, se tapo con la camisa de él. Antes de
ponérsela aspiró su aroma, la sonrisa volvía a estar dibujada en su rostro. Una
pregunta le asaltó, ¿cómo has podido estar cuatro años negándote el amor?
Sabía que estaban solos en la
casa, ni Martha no Alexis volverían aquel día. Recorrió el espacio que separaba
aquel dormitorio de la cocina, pese a que hasta aquella noche ellos sólo eran
amigos, ellas conocía aquella casa como si fuera la suya propia. Amigos, Lanie
le diría que ellos nunca fueron amigos, lo suyo siempre había ido más allá de
la simple amistad.
Mientras cargaba el filtro con el
café, pensaba que tal vez, Lanie tuviera razón, quizás ellos nunca fueron
amigos, siempre existió algo mágico entre los dos. Pero ella había sido cobarde
durante cuatro años, se había negado el amor durante mucho tiempo, desde la
muerte de su madre ella se prometió no volver a sufrir así y si no le dejaba
entrar del todo no sufriría. Pero se dio cuenta de lo absurdo de aquel plan,
sufría igual o más, sufría por amarlo y verle con otras mujeres, sufría por
amarlo y no poder besarlo, sufría por su propia cobardía.
El olor del café la sacó de sus
pensamientos, y volvió a sonreír, había dejado atrás sus miedos y por fin
estaba junto al hombre de su vida.
Regresó al dormitorio, entró y le
vio, se había despertado, y miraba a todos lados buscándola. Entró son la taza
del café, tan solo iba cubierta con la camisa de él.
-No ha sido un sueño – dijo él.
-No, definitivamente no ha sido
un sueño – contestó ella sentándose en la cama junto a él.
FINFLASBACK
Recogió la ropa, se vistió y
salió de aquel dormitorio despacio, aún era pronto, ellos estarían dormidos.
Tomó el pomo de la puerta
principal de aquella casa entre su mano, se giró y sonrió.
-Volveré, y cuando lo haga nada
me alejará de aquí – prometió en voz alta antes de salir.
Paró el primer taxi que pasó y le
dio la dirección de su casa, aún tenía tiempo de ducharse y cambiarse de ropa
antes de ir a trabajar.
Necesitaba hacer algo, algo para
que él la perdonase, algo para lograr que él le diera una nueva oportunidad,
pero aún no sabía cómo lo lograría.
No se iba a dar por vencida, le
quería, era el hombre de su vida y sabía que él la amaba, en algún sitio aún
estaba el hombre que se enamoró de ella.
Sabía que aun la amaba, lo sintió
aquella noche, cuando él la acunaba, cuando la llevó en sus brazos a la cama,
cuando acarició su mejilla.
Sólo tenía que hacer que él
regresase.
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Hunt sentía el abrazo de Martha,
hacía demasiado tiempo que no se sentía así. Recordó cuando había sido la última
vez que sintió aquella paz.
Fue la noche que pasó amando
aquella misma mujer que ahora dormía abrazándolo.
-Hola, te quedaste dormido en el
sofá – viendo la cara de sorpresa de él continuo- tranquilo, no fuiste el único
yo también me dormí, supongo que fue el relax después de la conversación.
-Hola preciosa y ¿qué tal has
dormido? – preguntó besándola en la mejilla.
-Como hacía años – contestó ella-
¿Cuándo te vas?
-Dentro de dos días, aún estoy
esperando una llamada para saber que tengo que hacer.
-¿Una llamada? – preguntó
intrigada.
-Sí, alguien debe darme una
respuesta y después de eso decidiré.
- ¿Sobre qué debe contestar?
-Sobre que va a hacer con lo que
ha descubierto.
-Alexander, ¿por qué no me lo
cuentas? – decía ella acariciando el brazo del hombre.
- No hay mucho que contar – a
Martha no le gusto escuchar eso- cuanto menos sepas, será mejor para ti. Si
pudiera, te lo contaría pero eso no sería beneficioso para nuestra familia.
-Está bien – no estaba muy
conforme pero sabía que no lograría nada más- ¿te apetece ir a ver a Richard y
Alexis?
-Me encantaría, pero sabes que
eso no es posible.
-Oh, venga Alexander, sólo será
un rato eso no pondrá en peligro a nuestra familia.
-Martha, no es tan sencillo.
Cuanto más tiempo pase con vosotros más peligro correréis. Llevo años separado
de vosotros sólo para protegeros, no puedo echar todo a perder ahora – decía él
acariciando una de las manos de la mujer.
- Alexander, no va a pasar nada.
Además tú nos defenderías, y Richard seguro que algo haría, además están los
chicos – el hombre le miraba con sorpresa- Esposito, Ryan, Gates y Beckett,
somos una familia.
- Quizá un rato, corto, no
estaría mal. Sentir que tengo una familia, veros de cerca, poder besaros,
estaría bien para variar – sonreía al imaginarse la escena.
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Richard tomó una decisión, tenía
una cosa de lo que realmente ocuparse, se encaminó hacia su destino.
Miró aquel edificio, lo conocía
sobradamente, fue su casa durante cinco años. Entró, tomó el ascensor, cuando
llegó a su piso salió con decisión. Los chicos le vieron llegar, pero antes de
saludarles se adentró en el despacho de Gates.
-Buenos días Castle, te esperaba
desde que recibí tu llamada.
-Buenos días señor.
-Bueno, tú dirás.
-Quiero regresar a la 12th.
-¿Estás seguro? No quiero que
empieces y al poco tiempo decidas salir corriendo nuevamente.
-No pasará eso, te lo prometo.
Esta vez he venido para quedarme.
-Eso espero, porque si vuelves a
dejarnos tirados, nunca más regresarás. Y ahora, sal ahí y ponte a trabajar.
Cuando Richard ya estaba a punto
de salir, la voz de Gates le hizo detenerse.
-Bienvenido a tu casa Richard, me
alegra que hayas vuelto – Castle sonreía al escuchar aquello- Si le dices a
alguien esto último, te echaré de mi comisaría.
-Tranquila Victoria, tu secreto
está a salvo conmigo.
Los chicos, le acogieron con un
poco de escepticismo, hacía poco que les había dejado tirados, no sabían si
confiar en él.
-Esta vez no saldré huyendo, he
vuelto a la 12th para quedarme.
-Eso espero – contestaron ambos.
-Bueno, ¿que tenemos del caso de
los chicos de Columbia?
-Nada, es una mierda – contestó
Espo- pasan los días y seguimos sin tener nada en lo que centrarnos.
-Buenos días – dijo una voz a sus
espaldas.
-Hola Beckett – contestaba Ryan.
-Llegas tarde – decía Espo.
-Buenos días detective – contestó
Castle.
-Vaya, ¿de visita?
-¿No lo sabes? – Hablaba Ryan-
Castle vuelve a la 12th. Comienza hoy.
-Vaya, no tenía ni idea. Espero
que esta vez no salgas corriendo.
-No lo haré, tranquila. Me voy a
quedar.
-Ya, voy a por un café. ¿Castle
me acompañas? Y vosotros chicos, investigar las cuentas corrientes de los
padres de los chicos muertos y heridos en Columbia.
-Ya lo hicimos los días pasados –
contestaba Espo.
-Pues lo volvéis a hacer. Quizás
ahora encontremos algo. Bueno, ¿vienes o no? – preguntó nuevamente al escritor.
-Claro.
Cuando ambos entraron en la sala
de descanso, Katherine comenzó a hablar.
-Quería darte las gracias por lo
que hiciste ayer.
-No tienes nada que agradecer –
decía él mientras comenzaba a preparar los cafés.
-Yo creo que sí, pero bueno. Y
ahora, ¿por qué has vuelto?
-Quería volver a ser útil –
contestó él secamente.
-Ya, porque será que no te creo.
-Vaya, seguro que tienes una
teoría, ¿me equivoco?
-Has venido para ver de cerca lo
que logramos descubrir de Hunt y poder ir desviándonos de su posible rastro.
-Vaya, buena teoría. Pero ¿crees
que será necesario que yo os aleje de su rastro? ¿En serio crees que lograrás
encontrar algo que le inculpe? – preguntaba él ya saliendo con su café.
-Castle, no lo haré, no le
detendré – dijo ella cuando él ya no podía escucharla.
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Alexis, estaba sentada leyendo
cuando la puerta del loft se abrió dando paso a dos personas, que llegaban
agarradas por sus manos.
-¡Abuela! – decía levantándose y
dirigiendo sus pasos hacia la puerta- Oh, vaya estás aquí- sonreía abiertamente
al descubrir quién era la persona que acompañaba a su abuela- Me alegro que
hayas venido.
-Hola Alexis, veo que ya le
conoces – contestaba su abuela mientras abrazaba a su nieta con ternura.
-Sí, nos
conocimos hace un tiempo –contestaba la pelirroja al tiempo que abrazaba al
hombre.
-Hola
preciosa, me alegro de poder tenerte entre mis brazos – decía el hombre
abrazando fuertemente a la joven.
- Abuelo, me vas a dejar sin aire
– decía la pelirroja riendo.
-Lo siento, me ha podido la
emoción.
-No pasa nada, me encanta tenerte
aquí. Vayamos al salón.
Las dos mujeres estaban sentadas
en el sofá, la pelirroja mantenía en alto la pierna ayudándose de una pequeña
banqueta mientras el hombre preparaba en la cocina café para los tres, cuando
éste ya estaba listo lo sirvió en las tazas y depositó estas en una bandeja y
regreso al salón con la misma.
Antes de dejar todo en la mesa
auxiliar sonrió al ver sonreír a dos de las mujeres de su vida, era una
sensación sumamente agradable la que le recorría desde la cabeza hasta sus
pies. Podría acostumbrarse a esto, claro que podría, la pregunta es si debería
hacerlo.
-Bueno, ya está el café.
-Genial, gracias abuelo. Venga
siéntate junto a nosotras – decía la pelirroja viendo como al hombre se le
dibujaba una gran sonrisa- vaya, ya sé de donde procede la sonrisa Castle, ¿a
qué se debe la tuya?
-Me gusta cómo suena eso de abuelo –
contestaba él al tiempo que acariciaba la mejilla de su nieta.
-Bueno, eso es lo que eres, mi
abuelo. Y me encanta que estés aquí, y poder conocerte algo mejor.
- A mí también me gusta –
contestaba él.
-¿Hasta cuándo te quedas?
- Mañana me iré.
-¿Por qué? – preguntó la
pelirroja.
-Debo irme, no puedo pasar mucho
tiempo en el mismo sitio, nadie mejor que tú para saber la razón.
-Abuelo, no tiene porque pasar lo
mismo de nuevo.
-Claro que no, porque no lo voy a
permitir. No tuve tiempo en Paris para pedirte perdón.
-Abuelo, no hay nada por lo que
pedir perdón. Ni por aquello ni por nada. Saqué algo bueno de lo sucedido, te
pude conocer y papá también. Así que olvida eso de pedir disculpas.
-Te dije que nuestra nieta mayor
era especial – intervenía Martha pasando su mano por el brazo del hombre.
- Ya lo veo. Pero aun así tengo
que marcharme, debo protegeros.
-Podrías probar a quedarte una
temporada – su abuelo negaba con la cabeza- Vamos, seguro que conoces multitud
de sistemas para estar alerta por si acaso vienen a por ti – Hunt alzaba una de
las cejas- claro, podrías preparar las casas con todos los sistemas de
seguridad que conoces al igual que los coches, y también conocerás algunos que
se puedan llevar encima para seguridad personal.
-Es una gran idea – dijo Martha.
-No, no lo es. Es una locura –
contestaba Hunt.
-Vamos abuelo, al menos di que te
lo vas a pensar – finalizaba Alexis.
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Mientras en la 12th seguían sin
encontrar una sola pista.
-Tal vez, deberíamos cerrar este
caso.
-¿Será una broma no? – Preguntaba
Espo- alguien que ha hecho algo así, debe estar entre rejas.
-Pero llevamos días con esto y no
hemos avanzado nada – contestaba Beckett.
-¡Joder!, sólo necesitamos más
tiempo – continuaba Espo.
-¿Tiempo? Habéis trabajado a
destajo y no habéis logrado nada. Nada en la escena del crimen, nada en las
cuentas de las víctimas, nadie vio nada. Javi, no tenemos absolutamente anda
con lo que continuar – decía ella- Por ahora, deberíamos cerrar y centrarnos en
casos que sí podamos resolver.
-Castle, ¿tú qué opinas? – se
giraba el latino hacia el escritor.
-Opino como Beckett – contestó al
instante.
-Espo, ellos tienen razón – intervino
Ryan – no estamos diciendo que nos olvidemos de ello, pero sí que lo dejemos de
lado y si un día aparece una pista la seguiremos.
-Bueno, voy a decírselo a Gates,
Castle ¿vienes conmigo?
-Claro, vamos Beckett.
Sorpresivamente la capitana Gates
estuvo de acuerdo con ellos. Aquello había terminado al menos por el momento.
-Castle, me gustaría hablar
contigo.
-¿Ahora Kate? – Ella asentía-
pensaba ir a casa a comer, es el primer día que paso tanto tiempo lejos de
Alexis y me encantaría ver cómo le ha ido.
-Claro, no había pensado en eso.
Bueno, supongo que podría dejarlo para mañana.
-Ya o podrías venir a comer con
nosotros. Creo que tú también quieres saber cómo está – una pequeña sonrisa se
dibujaba en el rostro del escritor.
-Bueno yo, no querría molestar.
-¡Vamos Kate!, tú no molestas.
Vamos a casa – viendo como la detective alzaba una ceja rectificó- quiero
decir, vamos a mi casa a comer con mi madre y mi hija.
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Kenya, estaba sentada en el
pequeño porche de su casa junto a Gaby y Josh.
-¿Qué vas a hacer?
-No lo sé. Antes de llegar aquí,
tenía muy claro que elegiría a mi sustituto y volvería junto a ellos a NY, pero
al estar de vuelta aquí no sé qué debo hacer.
-¿Le quieres? –preguntaba Gaby a
su amiga.
-Sí, claro que le quiero –
contestaba Kenya.
-Ya, pero ¿le quieres cómo para
dejar todo esto atrás? –preguntaba Gaby.
- No lo sé, realmente no lo sé.
Hasta ahora era como si hubiéramos vivido en una burbuja, y la misma creció al
viajar a NY, pero en el fondo creo que nos dejamos llevar.
- ¿Os dejasteis llevar? ¿A qué te
refieres? – continuaba Gaby.
-Creo que nos hemos acostumbrado
a estar juntos, porque ambos nos sentimos cómodos, por eso decidí vivir allí
con él. Pero creo que al separarnos la burbuja se ha pinchado. Cuando hablamos
por teléfono siento que algo ha desaparecido, supongo que hemos vuelto a la
realidad.
-Y ahora no sabes qué hacer.
-Exacto – dijo Kenya.
-En el fondo da lo mismo lo que
tú quieras o desees – intervenía Josh haciendo que ambas mujeres le miraran sin
entender a qué se refería- Da lo mismo que tú le ames, o que desees vivir con
él, porque lo vuestro sólo irá tirando hasta que ellos vuelvan a estar juntos.
-¿De qué estás hablando? –
preguntaba Kenya
-Kate y Castle, de ellos estoy
hablando. Ellos nacieron para estar juntos, se aman, da lo mismo lo que haya
pasado entre ellos, se aman. Por eso te digo que da lo mismo lo que tú desees,
es su amor el que terminará decidiendo y por lo que conozco a ambos, tienes
todas las de perder. No porque ellos quieran hacerte daño, si no porque su
“misión” es estar juntos. Pueden tardar más o menos, pero volverán a estar
juntos. Es como golpearse contra un muro de hormigón –concluía el médico.
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El escritor y la detective abrían
la puerta del Loft, Castle sonrió al escuchar las risas que procedían de la
cocina, mientras Kate cogía aire nada más entrar.
-Hola chicas, traigo una invitada
– decía caminando hacia la cocina.
-Hola muchacho, ¡oh querida! Me
alegro de verte – decía Martha el ver a la detective.
-Hola Kate, ¿te quedas a comer
no? – preguntaba la pelirroja.
-Sí, tenía ganas de verte y tu
padre me invitó – decía Kate encogiéndose de hombros.
-He escuchado la voz de Rick, no
sabía que vendría a comer – decía Hunt al regresar a la cocina- Vaya y la
detective Beckett.
-Hola papá – saludaba el
escritor.
-Hunt – era lo único que salió de
los labios de la detective.
-Hijo vamos a tu despacho, quería
comentaros algo a Kate y a ti – decía al hombre encaminándose ya hacia allí.
-En seguido volvemos – decía
Castle a su madre e hija.
Los tres entraron en aquella
habitación, cerrando Hunt la puerta tras de ellos.
-Bueno, Kate ¿has tomado ya una decisión?
– el hombre iba directo al tema que debían tratar.
-Sí, tu secreto está a salvo.
Pese a que lo que hiciste me repugna no puedo detenerte, simple y llanamente
porque no puedo detener a Castle también. No puedo detener al hombre al que amo
y por el cual daría mi vida si fuera necesario.
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