4 nov 2013

Gracias 5

Amanecía en el pueblo, el canto del gallo hizo que abriera los ojos, hasta sus oídos llegaban los sonidos procedentes de la cocina, su madre debía estar preparando el desayuno para su padre. Desde el regreso al pueblo ya nadie en esa familia pasaba hambre. Había vuelto la leche para todos, el pan recién horneado, la nata untada en las rebanadas, los chorizos, huevos, torreznos. Tal vez estaba siendo duro con sus padres, tal vez ellos tenían razón y lo mejor para la familia había sido regresar.
Salió de la cama, y aun restregando sus ojos bajó hasta la cocina. Allí sentado en una de las sillas se encontraba su padre esperando a que su mujer le sirviera su plato de huevos con chorizo.
-¿No es un poco pronto para que ya andes levantado? – Pedro acariciaba la cabeza de su primogénito, desde el regreso el buen humor de su padre había regresado- Hoy después de la escuela si quieres puedes venir a la fragua a ayudarme.
-Ya veremos padre, Don Anselmo me dijo ayer que si quería ir a su casa para ayudarle con los fósiles, y eso es mucho más interesante – Rocío miró con dureza a su hijo, Pedro estaba haciendo un esfuerzo por volver a ganarse a su hijo pero éste parecía alejarse cada día un poco más.

-Creo que es mejor que vayas con tu padre. Y ya que estás levantado, ve a casa de mis padres a ayudar con las vacas – ese sería el castigo impuesto por la madre.
-Deja al crío Rocío, tiene razón es mucho más interesante mirar piedras que atender una fragua.
Gabriel no se quedó a ver la pequeña discusión entre sus progenitores, regresó a su habitación y se vistió, saliendo de la casa en dirección a la de sus abuelos.
Odiaba ocuparse de las vacas, los cerdos, las gallinas, odiaba ir a la fragua. Ciertamente su corta estancia en Madrid le había cambiado, aquellos meses en la capital le enseñaron todo lo que existía fuera de aquel pueblo.
Mientras ayudaba a su abuelo a cambiar la paja de las vacas y limpiar las cuadras, recordaba cómo hasta hacía un año hacer aquello le encantaba.
Cada segundo que tenía libre, lo pasaba en las cuadras, en las de sus abuelos o en las de su propia casa. Le encantaba limpiar la paja, dar de comer a los cerdos, recoger los huevos que ponían las gallinas. Después de aquello salía corriendo calle abajo hasta la fragua de su padre, allí se sentaba a ver como éste alimentaba el fuego, como golpeaba el hierro candente hasta darle la forma deseada. Por aquel entonces su padre era su héroe.
Pero un día se marcharon, y entonces descubrió que en la vida había muchas más cosas que vacas, cerdos, o hierros. Y él, ahora, quería ese nuevo mundo.
-Gabriel, parece que estás en Babia. ¿Qué sucede muchacho?
-Nada abuelo, todo está bien – continuaba amontonando la paja.
-Anda deja eso, y cuéntame que sucede. Antes te gustaba hacer esto con tu abuelo, pero ahora pareces hacerlo obligado. Anda vamos al jardín y me fumo un cigarro – tomaba a su nieto por los hombros y comenzaban a andar- Bueno cuéntame – sacaba la picadura y comenzaba a liarse su cigarro.
-No es nada abuelo, de verdad – Gabriel se sentaba en el poyato y agachaba la cabeza.
-A ver, nosotros antes teníamos confianza, ¿ya no confías en tu viejo abuelo? – preguntaba sentándose al lado de su nieto.
-No es eso, claro que confío en usted. Es sólo que quiero vivir en Madrid – una lágrima rodaba por la mejilla del chaval.
-¿Eso es todo? – Gabriel asentía- vaya, así que la gran ciudad me ha robado a mi nieto – Gabriel miraba a su abuelo sin terminar de entender a qué se refería- Recuerdo la mañana de vuestra partida, tú llorabas y asegurabas que en cuanto tuvieras vacaciones vendrías a ayudarme con los animales, y que convencerías a tus padres para regresar. Y ahora, casi un año después no quieres vivir en el pueblo. La ciudad te ha mostrado lo que tiene y has escogido aquello.
-¿Le parece mal? –preguntó levantando al fin su cabeza.
-Ni bien ni mal, siempre he querido lo mejor para mi familia. Y lo mejor era que regresaseis, no había necesidad de que vivierais allí pasando estrecheces, cuando aquí tenéis de todo. Gabriel, eres un chico listo, sé que tú tienes sueños, lo sé con sólo ver el brillo de tus ojos, pero no pasa nada porque esos sueños se retrasen un poco si es por el bien de la familia, ¿no crees que puedes esperar un poco?
Gabriel no contestó se quedó pensando en lo que su abuelo le terminaba de decir, era cierto él aún era pequeño, tal vez podría dejar pasar unos años hasta que regresase a la ciudad, su familia parecía haber recobrado la alegría, tal vez debía conformarse con eso de momento.
-Pero sólo serán unos años, luego podré ir a estudiar a la ciudad ¿verdad abuelo? –contestó finalmente.
-Te lo prometo, si es necesario yo convenceré a tus padres – contestó alborotando el pelo de su nieto. León adoraba a aquel niño, le recordaba tanto a él.



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