Gabriel como cada mañana de
domingo se levantaba de los últimos, era el único día de la semana que se
permitía quedarse un rato más en la cama y aquel domingo pese a ser el día de
su cumpleaños no pensaba actuar de otra forma.
Pero las intenciones que tuviera
él poco le importaban a parte de su familia. La puerta de su habitación fue
abierta y alguien entró al grito de ¡feliz cumpleaños!
-Oh, venga María déjame dormir un
rato más – se giró tapándose por completo con la ropa de cama.
-Gabriel venga, es tu cumpleaños,
¡levántate! Madre ha hecho una rosca – la pequeña se acercaba hasta la cama de
su hermano y se sentaba en ella.
-Mira vamos a hacer una cosa –
Gabriel se sentaba apoyando su espalda en los hierros del cabecero – tú te vas
a meter un rato a dormir conmigo, y luego nos levantamos juntos y tomamos esa rosca,
¿te parece bien? - la niña se quedaba
pensando un rato como sopesando las opciones.
-Vale – contestó finalmente –
pero ¿me vas a contar un cuento?
-María, he dicho dormir, esta
noche cuando te vayas a la cama te contaré un cuento – ambos se metían en la
cama y se tapaban.
Hacía rato que el resto de habitantes
de la vivienda andaban en danza, pero ellos aún continuaban en la cama, Gabriel
contemplaba el rostro de su hermana pequeña. Sonreía al verla dormir con esa
cara de felicidad, adoraba a esa pequeñaja. Acarició con ternura la mejilla de
la niña. Colocando un mechón rebelde de pelo.
Nuevamente la puerta de la puerta
de la habitación se abrió, esta vez al girar la cabeza Gabriel se encontró con
la cara de su hermano Carlos.
-¿Qué quieres tú? – preguntó fríamente.
-Que os levantéis de una vez,
tengo hambre pero madre dice que como es tu cumpleaños no puedo comer la rosca
antes que tú, así que ya te estás levantando – de la misma forma que abrió la
puerta la volvió a cerrar.
Gabriel negaba con la cabeza,
echaba de menos la época en la que él y Carlos eran inseparables, pero aquello
había pasado a la historia, ahora casi cada día se lo pasaban peleando. Giró la
cabeza y volvió a mirar a su hermana, la acaricio con ternura el brazo
intentando despertarla.
-María, es hora de levantarse –
le dijo casi en un susurro en el oído- Venga cariño, abre esos ojos y salgamos
de la cama.
La pequeña lentamente fue
abriendo los ojos, y al girarse y ver a su hermano mayor mirándola se dibujó en
su rostro una gran sonrisa.
-Venga arriba, que hay que comer
la rosca que ha preparado madre – Gabriel salía de la cama y tomaba en brazos a
la niña- Estás muy grande ya, cada día pesas más.
Ambos aparecían en la cocina de
la casa.
-Ya era hora, tengo hambre.
-Buenos días cariño,
¡felicidades! – Rocío besaba la cabeza de su hijo mayor y tomaba entre sus
brazos a su hija - ¿te has vuelto a meter en la cama de tu hermano?
-Él me lo pidió – se defendió la
niña al tiempo que se bajaba de los brazos de su madre.
Los tres niños se sentaron a la
mesa, Rocío les fue colocando las tazas con el chocolate y dejó la rosca en
medio. Tras eso ella también se sentó, hacía horas que había desayunado, pero
le encantaba pasar esos momentos con sus hijos.
Gabriel le cortó un gran trozo de
rosca a la pequeña.
-¿Y a mí no me lo cortas?
-Tú puedes solo –contestó sin tan
siquiera mirar a su hermano.
-Carlos, Gabriel nada de peleas. Hoy
no por favor – decía la madre mirando con firmeza a sus dos hijos – tengamos la
fiesta en paz.
Carlos miró con odio a su
hermano, dejando una “caricia” por debajo de la mesa haciendo que Gabriel
pegase un bote en la silla al no esperarse la patada.
Tras terminar el desayuno, los niños
fueron a asearse mientras Rocío terminaba de arreglar las camas, la hora de la
misa se acercaba.
Carlos fue el primero en salir de
la vivienda, mientras su madre le gritaba que no se olvidase de ir a misa.
-Seguro que va a matar pájaros
con Daniel – decía María mientras su madre le cepillaba el cabello.
Gabriel se acercó hasta las
mujeres de la casa ya vestido y peinado.
-Madre voy a casa del abuelo León
que me dijo que quería verme antes de la misa.
-Está bien mi hijo. Al pasar por
la fragua dile a tu padre que venga a cambiarse o llegará tarde a la misa.
Como bien le dijo su madre antes
de entrar en la casa de León, recordó a su padre que debía ir a casa a
cambiarse para la misa.
-Diez años, ¿cuándo te has hecho
tan grande? – Decía su padre al verle- anda entra que tengo un regalo para ti –
Gabriel le miraba sorprendido- por eso he venido a la fragua hoy, no me había
dado tiempo a terminarlo – le mostraba su trabajo.
-Gracias padre, es igual que en
la foto del libro.
-Menos mal, no sabía si la estaba
haciendo bien, entonces ¿te gusta?
-Sí padre, mucho. Es mi Tizona –
se abrazaba a su padre- gracias.
-Ten cuidado, que el filo corta. Y
por cierto ¿a dónde vas?
-Voy a casa del abuelo León, que
quería verme antes de ir a misa me dijo ayer – salía hacia la calle pero en el
último momento se giró – Padre, gracias por la espada.
León esperaba en el portal de la
casa a su nieto, cuando le vio llegar dibujó una sonrisa en su rostro.
-Felicidades –dijo nada más poner
el niño un pie dentro del portal- Diez años ya, como pasa el tiempo – abrazaba a
su nieto con cariño. ¿Qué es eso que traes ahí?
-Gracias abuelo, es el regalo de
mi padre. Ha hecho una copia de la espada del Cid – mostraba la espada con
orgullo.
-Vaya, es muy bonita. Pero ten
cuidado, por lo que veo el filo corta.
-Tranquilo que tendré cuidado. Abuelo,
¿de qué quería hablarme?
-Ven, sentémonos -señalaba el poyato
que había en aquel portal - ¿Recuerdas la conversación que tuvimos hace años,
cuando regresaste de Madrid? –Gabriel asentía – Tu tía Remedios y tu tío
Alfonso viven ahora en Madrid.
-¿Pero ellos no vivían en Bilbao?
-Así es, pero a tu tío la empresa
le ha trasladado a Madrid. La cosa es que mi hija, bueno mi yerno también siempre
me pregunta por vosotros, y les he hablado mucho de las ganas que tú tienes de
ir a vivir y estudiar a Madrid – los ojos del niño comenzaban a brillar de la emoción-
Ayer llegó carta de ellos, dicen que si tus padres no se oponen puedes ir a
vivir con ellos y así estudiar allí.
Gabriel comenzó a llorar y se
abrazó con fuerza a su abuelo, de su boca sólo salió un tímido gracias, casi
inaudible por el llanto.
-Venga, venga no llores. Además aún
queda que tus padres digan que sí.
Mira que soy dura para soltar una lágrima, y casi lo consigues, me has puesto el vello de punta!!!
ResponderEliminarMe haces identificarme con tu historia de una forma increíble, no es igual pero hay muchos paralelismos, con la mía propia. Y quizá mi viaje de regreso no esté tan lejos, pero yo no encontraré a todas esas personas que se quedaron allí.
Hay que ver lo que puede llegar a ser la vida, y las vueltas y volteretas que te hace dar.
Bueno no sería yo si no te pidiera que la sigas, pero no pongo adverbios de tiempo, por si no te has dado cuenta.