15 oct 2013

El hijo del agua

Sufría el dolor nunca le había sido ajeno, pero escondía ese sufrimiento. Nadie debía conocer su vulnerabilidad, prefería escuchar que era un ser sin sentimientos.
¿Ser sin sentimientos?  Si la gente conociera el grado de implicación que tenía con el dolor ajeno se sorprenderían.
Cuando la gente caía, él también lo hacía.
Cuando sangraban, él perdía su preciado líquido rojo.
Cuando reían, él sentía como se transformaba su rostro.
Pero nada de eso era visible para el resto, él se guardaba todo sentimiento.
Aprendió desde que era un infante que mostrar sentimientos era mostrar debilidad, al menos eso fue lo que le enseñaron sus mayores. Desde el momento de su nacimiento había sido arrancado de los brazos de su madre, y entregado a los mayores.

Según la profecía él sería el aniquilador del señor de las tinieblas y por ello debía ser instruido según los antiguos ritos. Según la profecía, el elegido nacería del agua. Él nació del agua, eso le decían siempre, su madre era la molinera del reino, y nunca en aquel molino había nacido un niño. Para los mayores, no hubo dudas él era su elegido prometido.
Su adiestramiento comenzó desde que fue arrancado de los brazos de su apenada madre.  Eso implicaba que ya desde la cuna debían borrar todo sentimentalismo que existiese en él. Toda muestra de cariño era tenida por una debilidad además de creer que esas muestran corrompían su cerebro.
Nunca había nota la usencia de una madre, nunca había sabido lo que era una caricia de amor, un beso, una sonrisa.
Un frío día de Enero eso comenzó a cambiar, sentando en la orilla del gran lago contemplaba la oscuridad de sus tierras, se preguntaba cuando habían comenzado a ser estériles, sombrías. Recordaba los relatos de sus mayores contando la hermosura de aquellas tierras. Mucho tiempo a tras todas aquellas tierras habían sido capaces de alimentar a todo su reino, en los árboles ahora secos, anidaban cada año las más hermosas de las aves, por entre los arboles corrían en libertad animales que él sólo conocía por los dibujos de sus mayores.
-¿Cuál fue la ofensa para recibir tan gran castigo? – lanzó la pregunta al viento.
Y el viento le trajo la respuesta.
-Amado Rey, todo lo que la tierra, el aire, el agua os concedía carecía de valor para vosotros, sólo queríais acaparar más poder. No importaba si para eso debías quemar destruir el reino de vuestros vecinos. No importaba si aquellas gentes aullaban de dolor, vosotros continuabais con vuestra búsqueda de poder. Sólo os dimos lo mismo que dabais, pensando que entenderíais, pero han pasado siglos y en vosotros nada ha cambiado. Cada año, continuáis saliendo de vuestro reino buscando nuevas tierras que saquear, nuevos enemigos que matar o torturar. Con cada campaña que iniciáis vuestras antiguas hermosas y fértiles tierras oscurecen aún más.
-¿Qué debo hacer? –preguntó el joven Rey.
-¿Qué es lo que realmente queréis?
-Quiero ver felicidad en mis hermanos, quiero ver alegría en cada casa, quiero que nuestros vecinos no nos teman, quiero ver por una vez lo hermosas que mis tierras son.
-Muestra ese amor que posees en tu interior, y tus sueños se harán realidad.
Y así fue, con cada sonrisa mostrada, con cada mano tendida, con cada lágrima limpiada, la oscuridad abandonaba su reino. Dejó de esconder toda su humanidad, mostrándola sin pudor.
Y la profecía se cumplió. Aquel que nazca del agua traerá de nuevo la vida al reino terminando con el señor de la oscuridad.



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