22 oct 2013

Gracias 4

Volver al pueblo, por momentos pensaba que eso significaba haber fracasado, pero ese sentimiento de fracaso desaparecía al saber que en casa la familia no pasaría estrecheces.
Los niños habían aceptado la vuelta a su casa si bien es cierto que a Gabriel le había costado un poco más aceptar regresar al pueblo. Gabriel nunca había sentido que aquel lugar fuera el suyo, pero a los pocos días terminó aceptando la realidad, él no decidía nada y en cierta manera la vuelta al pueblo le devolvería toda su libertad.
Faltaban pocos horas para regresar a casa, el pequeño Gabriel estaba sentando en las escaleras del portal, por su mente pasaban una y otra vez las imágenes de las callejas del pueblo, comparándolas con las calles que cada día recorría en Madrid.
En Gamara, su pueblo, no volvería a escuchar el sonido del tranvía, no vería aquellos vehículos de motor que recorrían las calles de la capital, no escucharía al sereno, la música del organillero dejaría de sonar. Sus ojos se llenaron de lágrimas, él adoraba la ciudad.

-Hermano, ¿qué te sucede?
-Nada Carlos.
-Pues estás llorando, madre dice que siempre se llora por algo –insistía el pequeño.
-Tú ¿quieres regresar al pueblo? – preguntó girándose para poder ver el rostro de su hermano.
-¡Toma claro! – contestó sin tan siquiera pensarlo.
-¿Por qué? – insistió totalmente sorprendido.
- Podré volver a jugar entre las vacas, tomar leche de sus tetas, cazar ratones, escalar las piedras de la subida al castillo, robar huevos del corral de la abuela, esconderme en la cámara cuando me haya portado mal y padre me esté buscando para darme un coscorrón. Comer peras recién cogidas del árbol, no sé el pueblo me gusta – concluyó con decisión.
-Pero, aquí podemos hacer más cosas interesantes, podremos estudiar, ser alguien en un futuro. Yo no quiero vivir siempre en el pueblo, no quiero ser herrero o trabajar las tierras toda la vida.
-¿Por qué? Padre lo hacía, y el abuelo también.
-Porque tengo sueños, quiero estudiar, quiero ser algo más – sabía que su hermano no le entendía así que decidió callarse.
-Pues yo prefiero el pueblo – dijo Carlos comenzando a subir las escaleras – además allí tú duermes en tu habitación y no en el suelo, y yo tengo mi propia cama también.
Aquello último era cierto, en el pueblo él tenía su habitación, allí se terminaría el dormir en el suelo y ser despertado cada vez que alguien quería salir de la casa.
Se limpió las lágrimas con la manga de su camisa, se puso en pie y él también subió las escaleras.
-Gabriel, ya era hora, venga recoge tus cosas que nos vamos ya para la estación – Rocío acarició la cara de su hijo – cariño lo mejor para nuestra familia es regresar al pueblo, algún día volverás a la capital.
Recién amanecía en Madrid cuando la familia llegaba a la estación de tren, se subían en el estacionado en el andén 1. En aquel tren pasarían las próximas diez horas, aguantando el traqueteo del mismo en aquellos bancos de madera, después de las ocho horas aun les quedarían unos dos horas más hasta llegar a su pueblo y eso si el hermano de su padre había logrado que le prestaran un carro al que poner los caballos, porque de no ser así deberían ir andando los cuarenta kilómetros que separaban el apeadero del tren de su pueblo.
Los chicos se acomodaron lo mejor que pudieron intentando dormir el mayor tiempo posible. Sabían por el viaje de ida a Madrid que o se lograban dormir o terminarían mareados y vomitando. La benjamín de la familia se quedó dormida en el regazo de su madre, mientras Pedro leía el periódico del día.
El movimiento en el vagón era constante al igual que el ruido, había un fuerte olor a suciedad.
-Madre, huele mal.
-Carlos, por favor baja la voz.
-Pero es que huele raro – insistía el pequeño.
-Enano, huele a caca de gallina y a ese cerdo de ahí –decía Gabriel señalando un pequeño puerco atado al pie de su dueño.
-Ya, oye Gaby ¿por qué la gente viaja con sus animales? – decidió continuar hablando con su hermano ya que su madre no le hacía mucho caso.
-No sé, supongo que los llevan a casa para tener cosas para comer – decía encogiéndose de hombros.
Tras dos horas de viaje los niños comenzaban a estar inquietos.
-Madre, tenemos hambre – dijo el mayor.
-Aún es pronto para que almorcemos, ¿por qué no intentáis dormir un rato?
-No tenemos sueño, tenemos hambre –insistía Carlos.
-Vuestra madre ya os ha dicho que es pronto para almorzar, así que se terminó la historia –intervino el padre.
Ambos niños se callaron al instante. Cinco minutos después se levantaron de su asiento.
-¿Dónde se supone que vais?
-Madre, estamos aburridos, sólo queremos ir a ver el resto del vagón –decía Gabriel.
-Mujer, deja que se muevan –intervenía el padre – pero nada de molestar a los mayores.
Los pequeños, sonrieron asintiendo, y comenzaron a recorrer el vagón. Miraban cada cara, cada gesto de las personas que viajaban con ellos, se paraban con los diferentes animales. Carlos se sentía feliz pudiendo volver a acariciar a aquellos animales, mientras Gabriel miraba todo con tristeza.
-Enano, será mejor que regresemos con nuestros padres – decía al ver como su hermano se ponía a jugar un niño.
-Venga Gabriel un poco más, ahora me lo estoy pasando bien – protestaba Carlos.
-Seguro que ya es hora de comer, venga vamos – decía tomando a su hermano por el brazo.
-¿Por qué no te gustan los animales? – preguntó Carlos mientras caminaban en dirección a su asiento.
-No es eso, claro que me gustan.
-¿Entonces? – insistía el pequeño.
-Es solo que yo no quiero volver al pueblo, no quiero ser un paleto toda mi vida. Me gusta la ciudad, siento que es mi sitio – hablaba mientras miraba a su hermano.
-Pero si el pueblo es mejor, podemos hacer más cosas. Podemos ordeñar las vacas, ir a las huertas, jugar con los gatitos recién nacidos, dar de comer a los cerdos, jugar en la plaza hasta estar agotados – enumeraba el pequeño.
-Ya, pues aún pudiendo hacer eso prefiero la ciudad – decía negando con su cabeza.
Carlos seguía a su hermano sin entender porque su hermano prefería vivir en la gran ciudad. Para él la diversión estaba en el pueblo, no podía comprender que para su hermano no fuera así. Carlos siempre había admirado a su hermano pero aquella mañana en aquel vagón de tren aquello comenzó a cambiar.


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