10 oct 2013

Gracias 3

Silencio era lo que se respiraba en aquella vivienda tras lo dicho por Gabriel, su padre se puso en pie y sin tan siquiera comer se marchó de allí.
-Pedro, ¿a dónde vas?
-Necesito pensar, no te preocupes mujer.
Sin mirar tras de sí abandono la corrala, sus pasos le llevaron hasta la plaza de la Cibeles, allí se conjugaba a la perfección lo que era aquel Madrid. Junto a los carros tirados por caballos, podían verse los tranvías e incluso algunos vehículos de motor. Pedro se paró mirando todo aquello, el edificio del Banco de España, el de Correos, el Palacio de Linares, las mujeres caminando tomadas del brazo de sus maridos protegidas del sol de Madrid bajo sombrillas.
Sus pasos le llevaron hasta el Hotel Palece, a sus puertas esperaban los carros de caballos, lujo en estado puro y justo un poco más adelante una cigarrera, eso era Madrid. Un poco más arriba el Congreso de los Diputados, con la calle adoquinada, y sus leones presidiendo la entrada.

Debía regresar a Cascorro, en nada de tiempo volvía a tener que trabajar. Los antiguos mataderos de la zona se estaban ya trasladando a la zona de Legazpi, se empezaba a hablar de que en el solar del Cerrillo se iba a construir la Tenencia de Alcaldía de la Arganzuela.
En la Plaza de Cascorro, presidida por la estatua de Eloy Gonzalo se paró fijándose en la churrería de la “seña” Engracia y no pudo evitar sonreír al recordar lo acaecido hacía tan sólo unos meses.
Fue una mañana de domingo, aún hacía buen tiempo, se podía dormir con el ventanuco abierto, Rocío fue la primera en despertar. Salió de la cama despacio, no quería despertar al resto de su familia, se fijó en lo tranquilo que parecía su hijo mayor durmiendo, odiaba tenerle durmiendo en el suelo. Aquella visión le hizo tomar una decisión, aquel sería un domingo especial, haría lo posible porque se pareciese a los domingos vividos en el pueblo.
Puso el perolo en el fuego y fue desmigando el chocolate, se fijó en que no tenían mucha leche y negó con la cabeza. En el pueblo nunca tuvieron problema con eso, ellos tenían vacas lecheras así que cada mañana bebían leche recién ordeñada. Dejó el chocolate derritiéndose, y se acercó hasta su abrigo. Sacó su monedero y contó el dinero, no llegaba para todo. O compraba churros o compraba leche, decidió que los churros les harían más ilusión a los niños. No había otra, el chocolate quedaría más espeso.
-Madre, ¿qué hace? –preguntó Gabriel llegando hasta ella.
-¿Qué haces tú levantado? – besó con ternura el rostro de su hijo.
-Me hacía pis, madre. ¿Y usted qué hace?
-Voy a preparar un rico desayuno, chocolate con churros – en la cara del pequeño apareció una gran sonrisa.
-Pero no tenemos churros – dijo él con tristeza.
-No, pero los vamos a comprar. Mira ya que estás levantado, irás tú a por ellos – Rocío se giraba nuevamente y sacaba el monedero- toma, dile a la “señá” Engracia que te de 1 peseta de churros.
Gabriel se puso sus pantalones, su camisola y sus alpargatas y salió contento de la casa. Lo primero fue ir a hacer pis y después a la fuente a la lavarse la cara y las manos, después puso rumbo hacia la plaza de Cascorro.
Las floristas colocaban sus puestos, las cerilleras los suyos, Madrid a esas horas comenzaba a tener vida.
-Pero ¿dónde va tan pronto el niño más simpático de Madrid?
-Buenos días tío Pelín, voy donde la “señá” Engracia.
-Vaya, vaya, entonces hoy no querrás mi barquillo – decía enseñándole ya uno.
-Claro que quiero, son los más ricos de todo Madrid – decía el niño acercándose y tomando con sus manos el barquillo ofrecido- Gracias, tengo que irme.
Gabriel continuó su camino al tiempo que daba buena cuenta del barquillo regalado.
-Buenos días “señá” Engracia – dijo al llegar a la churrería.
-Buenos días, nos de dios –contestó la mujer- ¿Qué quieres mozalbete?
-Dice mi madre que me ponga 1 peseta de churros – decía enseñando el dinero.
-¿Estáis de celebración hoy?
-No, ¿por qué? –preguntaba el niño algo asombrado.
- Por nada, por nada – la mujer ponía los churros – aquí lo tienes granuja, procura no comértelos por el camino.
-Gracias, hasta otro día.
Caminaba mirando su paquete de churros, se paró junto al antiguo matadero mirando entre los escombros, se empinó un poco y al hacerlo uno de los churros se calló del paquete.
Tras dar una patada a una piedra por la rabia que aquello le dio se agachó a recogerlo. Sopló un poco, y lo limpió un poco más con el faldón de la camisa, se quedó mirando el churro y decidió que sería mejor que se lo comiera él.
Aquello fue un error porque al comerse el primero ya no pudo parar de comer.
Miraba desde el portal las escaleras que subían a su casa, no sabía que diría a su madre.
Cuando abrió la puerta se encontró a toda su familia sentada ya a la mesa esperando la llegada de los churros.
-Por fin has vuelto, sí qué has tardado – dijo la madre.
-Seguro que se ah entretenido con los vendedores del rastro – dijo el padre.
-¿Dónde están los churros? –preguntó la madre al ver a su hijo con las manos en los bolsillos.
El niño agachó la cabeza, mirando la punta de sus alpargatas.
-Contesta a tu madre – dijo el padre.
-No me los han querido dar – fue lo que al final salió de su boca.
-Anda y eso ¿por qué?
-Madre, la “señá” Engracia dijo que no le vendía churros a un mocoso como yo – contestó él levantando la cabeza.
-Pero bueno, ¿qué se habrá creído esa mujer? Nuestro dinero es tan bueno como el de los demás – dijo el padre- Dame la peseta que iré a comprarlos yo y ya de paso le diré cuatro cosas.
En aquel momento Gabriel supo que no había sido buena idea mentir, porque no tenía dinero que dar a su padre.
-Es que no tengo el dinero – contestó casi en un susurro.
-¿Cómo que no tienes el dinero?
-Es que se lo ha quedado la churrera – decidió morir matando.
-A ver, que yo me entere, le diste la peseta, ella se la quedó y no te dio los churros, ¿eso es lo que pasó? – Gabriel asintió.
-Pero bueno, ¿tú te crees que somos tontos? –dijo el padre al tiempo que le dio capón a su hijo.
-Pedro, no pegues al niño.
-Rocío que nos quiere tomar el pelo. Que se ha comido los churros él y quiere culpar a la churrera.
-Lo siento, lo siento mucho. Es que se calló uno al suelo, y decidí limpiarlo pero creí que aun estaba sucio y me lo comí y después ya no pude parar – relataba entre llantos el pequeño.

El sonido del tranvía hizo que Pedro regresase al momento actual, dejando en el recuerdo aquella travesura de su hijo.
En aquel instante tomó la decisión, volverían al pueblo, se terminaban las estrecheces padecidas en aquella ciudad.



1 comentario:

  1. Dios cómo me gusta ese Madrid, jajajajaja lástima que lo hayan embadurnado de alquitrán y los sitios más castizos, ya no sean reconocidos, aquellos vendedores ambulantes de todo tipo de mercancía, desde el agua en botijo fresquita, hasta el churrero que portando bajo su brazo aquella enorme cesta de mimbre vendía los churros y las porras recién hechas, jajajajaja
    Fuimos muchos los que aquí llegamos y muchos los que tuvieron que volver, lo mismo lo hagamos todos. Pero a pesar de ello nos llevamos nuestra parte vivida de Madrid. El Madrid que cada uno haya conocido y el que recibe a todo el que llega.

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