22 oct 2013

Nuevos Tiempos 14

No tomó ni café, necesitaba salir de allí, necesitaba salir de su propia casa. Allí dentro le costaba respirar, su mente recordaba incesantemente aquel sueño. Tenía que salir de allí y poner en orden todo lo que estaba sintiendo.
Caminando por las calles de aquella ciudad, iba recordando todo lo que había pasado desde aquel día de verano en la que su corazón había estallado en millones de pedazos.
Cuatro años había sido el tiempo que había esperado a que ella le diera una señal, cuatro años en los que vio como otros hombres eran los elegidos, en los que él trataba de olvidarla con mujeres intranscendentes, mujeres que desde el principio sabía que no serán las escogidas.
Cuatro años en los que hubo días que dio todo por perdido, como aquel día en el que descubrió por casualidad que ella recordaba todo lo que sucedió en el tiroteo, y descubrir aquello le hizo creer que ella no sentía lo mismo, pese a todas las señales que ella le fue ofreciendo durante aquel año.
Y cuando todo iba a terminar, cuando él había tomado la decisión de dejar todo aquello tras de sí, ella le insinuó que faltaba poco para poder dar el paso y sentir libremente su amor, y aquello le hizo quedarse.
Se quedó junto a ella, todo volvió a empezar, miradas, sonrisas, cafés, manos que se rozan, y entonces todo estalló.
El pasado de ella, ese que cada cierto tiempo reaparecía para poner su vida patas arriba, volvió, trayendo con él la ruptura, esa que él decidió que sería la definitiva. No estaba dispuesto a verla morir. Se fue, se alejó, le dolió pero sería peor verla morir, no quería estar allí cuando eso sucediera.
Su decisión estaba tomada, aquella noche todo terminó, ella sólo sería un recuerdo. Y entonces todo pasó, sonó el timbre de la puerta, era ella. Ella rota por el dolor, le entregaba su corazón, le decía todo lo que él siempre quiso escuchar.
Casi un año, eso fue lo que duró su amor, ellos se encargaron de destruirlo con sus miedos, sus silencios.
Su rechazo le mató, el no de ella cuando le pidió matrimonio fue el momento más doloroso de su vida. La mujer de su vida le rechazaba, aquella con la que soñaba formar una nueva familia, le rechazaba.  Su peor pesadilla se había hecho realidad, aquel año de amor terminó.
Y ahora, ocho meses después de aquello, ella le repetía que le amaba, que le quería en su vida, que cuando le rechazó cometió el mayor error de su vida.

Ahora que él había logrado que aquel rechazo no doliera, cuando él había rehecho su vida, cuando había descubierto que había otra forma de vivir, de amar, ella reaparecía y su vida volvía a ponerse patas arriba.
Pero él estaba con Kenya, la mujer que poco a poco había logrado borrar su dolor, él tenía dos hijas a las cuales les debía dar todo su amor. Ya no era el hombre roto que salió de NY, era otro totalmente diferente, había renacido, había madurado.
Una noche, sólo había hecho falta ver el dolor de ella una noche para sentir nuevamente la necesidad de protegerla de estar siempre a su lado. Una noche, saberla en su cama, había traído hasta él toda clase de sentimientos, reflejados en aquel sueño.
Miró a su alrededor, sonrió, estaba nuevamente en los columpios. Todo lo seguro que se sentía a su regreso de la India, había desaparecido al sentirla allí. Ahora se sentía totalmente perdido, no sabía que debía hacer.
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Sintió los rayos del sol sobre su rostro, lentamente abrió los ojos, no había sido un sueño, estaba allí, estaba en su cama. Su mente le jugó una mala pasada y le llevó a casi dos años atrás. Otra mañana en la que se despertó en aquella cama, la primera de todas las que vendrían más tarde. Recordó todo lo que pasó aquel día.
FLASBACK
La luz entraba tenuemente por la ventana, aún era temprano, antes de abrir sus ojos una sonrisa se dibujó en su rostro. Bajo su mano notaba el latido del corazón de él, bajo su pierna estaba la de él, abrió sus ojos y se encontró con el rostro de él dormía tranquilo, le colocó un mechón de pelo que le impedía verle en todo su esplendor. Retiró despacio su mano del pecho de él y acarició su bello rostro, dibujando con sus dedos el contorno de sus ojos, nariz, su boca, su mentón. Sonrió, se sentía plena, feliz. Salió despacio de aquella cama, se tapo con la camisa de él. Antes de ponérsela aspiró su aroma, la sonrisa volvía a estar dibujada en su rostro. Una pregunta le asaltó, ¿cómo has podido estar cuatro años negándote el amor?
Sabía que estaban solos en la casa, ni Martha no Alexis volverían aquel día. Recorrió el espacio que separaba aquel dormitorio de la cocina, pese a que hasta aquella noche ellos sólo eran amigos, ellas conocía aquella casa como si fuera la suya propia. Amigos, Lanie le diría que ellos nunca fueron amigos, lo suyo siempre había ido más allá de la simple amistad.
Mientras cargaba el filtro con el café, pensaba que tal vez, Lanie tuviera razón, quizás ellos nunca fueron amigos, siempre existió algo mágico entre los dos. Pero ella había sido cobarde durante cuatro años, se había negado el amor durante mucho tiempo, desde la muerte de su madre ella se prometió no volver a sufrir así y si no le dejaba entrar del todo no sufriría. Pero se dio cuenta de lo absurdo de aquel plan, sufría igual o más, sufría por amarlo y verle con otras mujeres, sufría por amarlo y no poder besarlo, sufría por su propia cobardía.
El olor del café la sacó de sus pensamientos, y volvió a sonreír, había dejado atrás sus miedos y por fin estaba junto al hombre de su vida.
Regresó al dormitorio, entró y le vio, se había despertado, y miraba a todos lados buscándola. Entró son la taza del café, tan solo iba cubierta con la camisa de él.
-No ha sido un sueño – dijo él.
-No, definitivamente no ha sido un sueño – contestó ella sentándose en la cama junto a él.
FINFLASBACK
Recogió la ropa, se vistió y salió de aquel dormitorio despacio, aún era pronto, ellos estarían dormidos.
Tomó el pomo de la puerta principal de aquella casa entre su mano, se giró y sonrió.
-Volveré, y cuando lo haga nada me alejará de aquí – prometió en voz alta antes de salir.
Paró el primer taxi que pasó y le dio la dirección de su casa, aún tenía tiempo de ducharse y cambiarse de ropa antes de ir a trabajar.
Necesitaba hacer algo, algo para que él la perdonase, algo para lograr que él le diera una nueva oportunidad, pero aún no sabía cómo lo lograría.
No se iba a dar por vencida, le quería, era el hombre de su vida y sabía que él la amaba, en algún sitio aún estaba el hombre que se enamoró de ella.
Sabía que aun la amaba, lo sintió aquella noche, cuando él la acunaba, cuando la llevó en sus brazos a la cama, cuando acarició su mejilla.
Sólo tenía que hacer que él regresase.
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Hunt sentía el abrazo de Martha, hacía demasiado tiempo que no se sentía así. Recordó cuando había sido la última vez que sintió aquella paz.
Fue la noche que pasó amando aquella misma mujer que ahora dormía abrazándolo.
-Hola, te quedaste dormido en el sofá – viendo la cara de sorpresa de él continuo- tranquilo, no fuiste el único yo también me dormí, supongo que fue el relax después de la conversación.
-Hola preciosa y ¿qué tal has dormido? – preguntó besándola en la mejilla.
-Como hacía años – contestó ella- ¿Cuándo te vas?
-Dentro de dos días, aún estoy esperando una llamada para saber que tengo que hacer.
-¿Una llamada? – preguntó intrigada.
-Sí, alguien debe darme una respuesta y después de eso decidiré.
- ¿Sobre qué debe contestar?
-Sobre que va a hacer con lo que ha descubierto.
-Alexander, ¿por qué no me lo cuentas? – decía ella acariciando el brazo del hombre.
- No hay mucho que contar – a Martha no le gusto escuchar eso- cuanto menos sepas, será mejor para ti. Si pudiera, te lo contaría pero eso no sería beneficioso para nuestra familia.
-Está bien – no estaba muy conforme pero sabía que no lograría nada más- ¿te apetece ir a ver a Richard y Alexis?
-Me encantaría, pero sabes que eso no es posible.
-Oh, venga Alexander, sólo será un rato eso no pondrá en peligro a nuestra familia.
-Martha, no es tan sencillo. Cuanto más tiempo pase con vosotros más peligro correréis. Llevo años separado de vosotros sólo para protegeros, no puedo echar todo a perder ahora – decía él acariciando una de las manos de la mujer.
- Alexander, no va a pasar nada. Además tú nos defenderías, y Richard seguro que algo haría, además están los chicos – el hombre le miraba con sorpresa- Esposito, Ryan, Gates y Beckett, somos una familia.
- Quizá un rato, corto, no estaría mal. Sentir que tengo una familia, veros de cerca, poder besaros, estaría bien para variar – sonreía al imaginarse la escena.
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Richard tomó una decisión, tenía una cosa de lo que realmente ocuparse, se encaminó hacia su destino.
Miró aquel edificio, lo conocía sobradamente, fue su casa durante cinco años. Entró, tomó el ascensor, cuando llegó a su piso salió con decisión. Los chicos le vieron llegar, pero antes de saludarles se adentró en el despacho de Gates.
-Buenos días Castle, te esperaba desde que recibí tu llamada.
-Buenos días señor.
-Bueno, tú dirás.
-Quiero regresar a la 12th.
-¿Estás seguro? No quiero que empieces y al poco tiempo decidas salir corriendo nuevamente.
-No pasará eso, te lo prometo. Esta vez he venido para quedarme.
-Eso espero, porque si vuelves a dejarnos tirados, nunca más regresarás. Y ahora, sal ahí y ponte a trabajar.
Cuando Richard ya estaba a punto de salir, la voz de Gates le hizo detenerse.
-Bienvenido a tu casa Richard, me alegra que hayas vuelto – Castle sonreía al escuchar aquello- Si le dices a alguien esto último, te echaré de mi comisaría.
-Tranquila Victoria, tu secreto está a salvo conmigo.
Los chicos, le acogieron con un poco de escepticismo, hacía poco que les había dejado tirados, no sabían si confiar en él.
-Esta vez no saldré huyendo, he vuelto a la 12th para quedarme.
-Eso espero – contestaron ambos.
-Bueno, ¿que tenemos del caso de los chicos de Columbia?
-Nada, es una mierda – contestó Espo- pasan los días y seguimos sin tener nada en lo que centrarnos.
-Buenos días – dijo una voz a sus espaldas.
-Hola Beckett – contestaba Ryan.
-Llegas tarde – decía Espo.
-Buenos días detective – contestó Castle.
-Vaya, ¿de visita?
-¿No lo sabes? – Hablaba Ryan- Castle vuelve a la 12th. Comienza hoy.
-Vaya, no tenía ni idea. Espero que esta vez no salgas corriendo.
-No lo haré, tranquila. Me voy a quedar.
-Ya, voy a por un café. ¿Castle me acompañas? Y vosotros chicos, investigar las cuentas corrientes de los padres de los chicos muertos y heridos en Columbia.
-Ya lo hicimos los días pasados – contestaba Espo.
-Pues lo volvéis a hacer. Quizás ahora encontremos algo. Bueno, ¿vienes o no? – preguntó nuevamente al escritor.
-Claro.
Cuando ambos entraron en la sala de descanso, Katherine comenzó a hablar.
-Quería darte las gracias por lo que hiciste ayer.
-No tienes nada que agradecer – decía él mientras comenzaba a preparar los cafés.
-Yo creo que sí, pero bueno. Y ahora, ¿por qué has vuelto?
-Quería volver a ser útil – contestó él secamente.
-Ya, porque será que no te creo.
-Vaya, seguro que tienes una teoría, ¿me equivoco?
-Has venido para ver de cerca lo que logramos descubrir de Hunt y poder ir desviándonos de su posible rastro.
-Vaya, buena teoría. Pero ¿crees que será necesario que yo os aleje de su rastro? ¿En serio crees que lograrás encontrar algo que le inculpe? – preguntaba él ya saliendo con su café.
-Castle, no lo haré, no le detendré – dijo ella cuando él ya no podía escucharla.
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Alexis, estaba sentada leyendo cuando la puerta del loft se abrió dando paso a dos personas, que llegaban agarradas por sus manos.
-¡Abuela! – decía levantándose y dirigiendo sus pasos hacia la puerta- Oh, vaya estás aquí- sonreía abiertamente al descubrir quién era la persona que acompañaba a su abuela- Me alegro que hayas venido.
-Hola Alexis, veo que ya le conoces – contestaba su abuela mientras abrazaba a su nieta con ternura.
-Sí, nos conocimos hace un tiempo –contestaba la pelirroja al tiempo que abrazaba al hombre.
-Hola preciosa, me alegro de poder tenerte entre mis brazos – decía el hombre abrazando fuertemente a la joven.
- Abuelo, me vas a dejar sin aire – decía la pelirroja riendo.
-Lo siento, me ha podido la emoción.
-No pasa nada, me encanta tenerte aquí. Vayamos al salón.
Las dos mujeres estaban sentadas en el sofá, la pelirroja mantenía en alto la pierna ayudándose de una pequeña banqueta mientras el hombre preparaba en la cocina café para los tres, cuando éste ya estaba listo lo sirvió en las tazas y depositó estas en una bandeja y regreso al salón con la misma.
Antes de dejar todo en la mesa auxiliar sonrió al ver sonreír a dos de las mujeres de su vida, era una sensación sumamente agradable la que le recorría desde la cabeza hasta sus pies. Podría acostumbrarse a esto, claro que podría, la pregunta es si debería hacerlo.
-Bueno, ya está el café.
-Genial, gracias abuelo. Venga siéntate junto a nosotras – decía la pelirroja viendo como al hombre se le dibujaba una gran sonrisa- vaya, ya sé de donde procede la sonrisa Castle, ¿a qué se debe la tuya?
 -Me gusta cómo suena eso de abuelo – contestaba él al tiempo que acariciaba la mejilla de su nieta.
-Bueno, eso es lo que eres, mi abuelo. Y me encanta que estés aquí, y poder conocerte algo mejor.
- A mí también me gusta – contestaba él.
-¿Hasta cuándo te quedas?
- Mañana me iré.
-¿Por qué? – preguntó la pelirroja.
-Debo irme, no puedo pasar mucho tiempo en el mismo sitio, nadie mejor que tú para saber la razón.
-Abuelo, no tiene porque pasar lo mismo de nuevo.
-Claro que no, porque no lo voy a permitir. No tuve tiempo en Paris para pedirte perdón.
-Abuelo, no hay nada por lo que pedir perdón. Ni por aquello ni por nada. Saqué algo bueno de lo sucedido, te pude conocer y papá también. Así que olvida eso de pedir disculpas.
-Te dije que nuestra nieta mayor era especial – intervenía Martha pasando su mano por el brazo del hombre.
- Ya lo veo. Pero aun así tengo que marcharme, debo protegeros.
-Podrías probar a quedarte una temporada – su abuelo negaba con la cabeza- Vamos, seguro que conoces multitud de sistemas para estar alerta por si acaso vienen a por ti – Hunt alzaba una de las cejas- claro, podrías preparar las casas con todos los sistemas de seguridad que conoces al igual que los coches, y también conocerás algunos que se puedan llevar encima para seguridad personal.
-Es una gran idea – dijo Martha.
-No, no lo es. Es una locura – contestaba Hunt.
-Vamos abuelo, al menos di que te lo vas a pensar – finalizaba Alexis.
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Mientras en la 12th seguían sin encontrar una sola pista.
-Tal vez, deberíamos cerrar este caso.
-¿Será una broma no? – Preguntaba Espo- alguien que ha hecho algo así, debe estar entre rejas.
-Pero llevamos días con esto y no hemos avanzado nada – contestaba Beckett.
-¡Joder!, sólo necesitamos más tiempo – continuaba Espo.
-¿Tiempo? Habéis trabajado a destajo y no habéis logrado nada. Nada en la escena del crimen, nada en las cuentas de las víctimas, nadie vio nada. Javi, no tenemos absolutamente anda con lo que continuar – decía ella- Por ahora, deberíamos cerrar y centrarnos en casos que sí podamos resolver.
-Castle, ¿tú qué opinas? – se giraba el latino hacia el escritor.
-Opino como Beckett – contestó al instante.
-Espo, ellos tienen razón – intervino Ryan – no estamos diciendo que nos olvidemos de ello, pero sí que lo dejemos de lado y si un día aparece una pista la seguiremos.
-Bueno, voy a decírselo a Gates, Castle ¿vienes conmigo?
-Claro, vamos Beckett.
Sorpresivamente la capitana Gates estuvo de acuerdo con ellos. Aquello había terminado al menos por el momento.
-Castle, me gustaría hablar contigo.
-¿Ahora Kate? – Ella asentía- pensaba ir a casa a comer, es el primer día que paso tanto tiempo lejos de Alexis y me encantaría ver cómo le ha ido.
-Claro, no había pensado en eso. Bueno, supongo que podría dejarlo para mañana.
-Ya o podrías venir a comer con nosotros. Creo que tú también quieres saber cómo está – una pequeña sonrisa se dibujaba en el rostro del escritor.
-Bueno yo, no querría molestar.
-¡Vamos Kate!, tú no molestas. Vamos a casa – viendo como la detective alzaba una ceja rectificó- quiero decir, vamos a mi casa a comer con mi madre y mi hija.
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Kenya, estaba sentada en el pequeño porche de su casa junto a Gaby y Josh.
-¿Qué vas a hacer?
-No lo sé. Antes de llegar aquí, tenía muy claro que elegiría a mi sustituto y volvería junto a ellos a NY, pero al estar de vuelta aquí no sé qué debo hacer.
-¿Le quieres? –preguntaba Gaby a su amiga.
-Sí, claro que le quiero – contestaba Kenya.
-Ya, pero ¿le quieres cómo para dejar todo esto atrás? –preguntaba Gaby.
- No lo sé, realmente no lo sé. Hasta ahora era como si hubiéramos vivido en una burbuja, y la misma creció al viajar a NY, pero en el fondo creo que nos dejamos llevar.
- ¿Os dejasteis llevar? ¿A qué te refieres? – continuaba Gaby.
-Creo que nos hemos acostumbrado a estar juntos, porque ambos nos sentimos cómodos, por eso decidí vivir allí con él. Pero creo que al separarnos la burbuja se ha pinchado. Cuando hablamos por teléfono siento que algo ha desaparecido, supongo que hemos vuelto a la realidad.
-Y ahora no sabes qué hacer.
-Exacto – dijo Kenya.
-En el fondo da lo mismo lo que tú quieras o desees – intervenía Josh haciendo que ambas mujeres le miraran sin entender a qué se refería- Da lo mismo que tú le ames, o que desees vivir con él, porque lo vuestro sólo irá tirando hasta que ellos vuelvan a estar juntos.
-¿De qué estás hablando? – preguntaba Kenya
-Kate y Castle, de ellos estoy hablando. Ellos nacieron para estar juntos, se aman, da lo mismo lo que haya pasado entre ellos, se aman. Por eso te digo que da lo mismo lo que tú desees, es su amor el que terminará decidiendo y por lo que conozco a ambos, tienes todas las de perder. No porque ellos quieran hacerte daño, si no porque su “misión” es estar juntos. Pueden tardar más o menos, pero volverán a estar juntos. Es como golpearse contra un muro de hormigón –concluía el médico.
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El escritor y la detective abrían la puerta del Loft, Castle sonrió al escuchar las risas que procedían de la cocina, mientras Kate cogía aire nada más entrar.
-Hola chicas, traigo una invitada – decía caminando hacia la cocina.
-Hola muchacho, ¡oh querida! Me alegro de verte – decía Martha el ver a la detective.
-Hola Kate, ¿te quedas a comer no? – preguntaba la pelirroja.
-Sí, tenía ganas de verte y tu padre me invitó – decía Kate encogiéndose de hombros.
-He escuchado la voz de Rick, no sabía que vendría a comer – decía Hunt al regresar a la cocina- Vaya y la detective Beckett.
-Hola papá – saludaba el escritor.
-Hunt – era lo único que salió de los labios de la detective.
-Hijo vamos a tu despacho, quería comentaros algo a Kate y a ti – decía al hombre encaminándose ya hacia allí.
-En seguido volvemos – decía Castle a su madre e hija.
Los tres entraron en aquella habitación, cerrando Hunt la puerta tras de ellos.
-Bueno, Kate ¿has tomado ya una decisión? – el hombre iba directo al tema que debían tratar.

-Sí, tu secreto está a salvo. Pese a que lo que hiciste me repugna no puedo detenerte, simple y llanamente porque no puedo detener a Castle también. No puedo detener al hombre al que amo y por el cual daría mi vida si fuera necesario. 

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